viernes, abril 26, 2024
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El árbol perfecto

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Un colega, Joaquín Gil, publica en ‘El País’ un artículo ignífugo: alrededor de él, todo arde, los titulares de las noticias que le rodean remiten a una realidad de llamas y caos, las propias páginas del diario diríase que van a entrar, con tanta carga de fuego, en combustión.

Incendios por todas partes, en Alicante, en Guadalajara, en La Gomera, en los parques nacionales de Doñana, Garajonay y Cabañeros, en Gerona, en Orense, en Tenerife… Pero emerge de ese infierno, lo señala Gil en su artículo, un milagro, el milagro del árbol ignífugo, que no arde, que no se quema, y que como todos los milagros, estaba ahí, en la vida corriente, y lleva ahí desde que el mundo es mundo.

La diferencia es que de éste milagro hay fotos: las de la masa de cipreses, en torno al millar, que no ardió pese a hallarse en el corazón mismo del catastrófico incendio forestal de Andilla que calcinó hace poco unas 20.000 hectáreas.

«El enigma de los cipreses ignífugos», lo titula Gil, pero, si me permite una pequeña rectificación que no deja de ser admirativa, no hay enigma ninguno: el ciprés, probablemente, junto a la palmera, el árbol más bello y elegante de la tierra, gozó siempre, hasta que la ciencia actual terminó de despreciar cuanto ignora, de fama de incorruptible.

Por diversas razones naturales que los botánicos conocen y que las más refinadas civilizaciones antiguas tampoco ignoraban, el ciprés es el árbol perfecto, tanto más en la arboricida España, donde los árboles, esos dioses de madera, son invariablemente pasto del fuego o de la tala. Renuente a arder y a pudrirse, espiritual, medicinal, hospitalario, símbolo de la unión entre el Cielo y la Tierra, entre la Vida y la Muerte, el ciprés podría ser, con una política de repoblación forestal inteligente, una maravillosa barrera natural para el fuego que devasta los bosques, un cortafuegos bello e insuperable.

Ahí están las fotos del «enigma»: en las proximidades de Jérica, en medio de un estremecedor paisaje quemado, los cipreses, esbeltos e indemnes, parecen orar activamente por nuestra supervivencia.

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Rafael Torres

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