viernes, abril 26, 2024
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Difícil salida, difícil entrada de año

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La entrada en el nuevo año está siendo difícil. Y lo que nos queda. Pero si entramos mal es porque mal salimos. Y a la catastrófica salida nos han conducido diversas causas. A ver.

La primera, la Crisis. No es culpa nuestra que se haya producido a nivel internacional, pero sí el no haber sabido preverla, prepararle remedios e intentar paliar sus efectos. Cuando en el año 2004 subió el PSOE al poder, se marcó todo el acento sobre la presencia española en Irak; ese era el gran delito, ese era el gran mal, ese era el gran error. Y culpando al Gobierno de Aznar de ese inmenso crimen -que por otra parte carecía de toda consecuencia funesta para nosotros, se lo viese desde donde se lo viese-, se distrajo la atención pública de un hecho que sí que era gravísimo: la liquidación en un tiempo record de la excelente situación económica en que Aznar y su ministro Rato nos acababan de dejar.

Puedo entender incluso que se creyese que dialogando con lo terroristas de ETA se podía alcanzar la paz en el País Vasco. Era un error de bulto, se cayó en él y no se consiguió nada. Pero acepto que algún ingenuo pudo creerlo. Lo que en cambio no cabe comprender es que, recibiendo una economía saneada y una situación laboral muy aceptable, se tirase todo por la borda sin reflexión alguna. Que Zapatero no sabe una palabra de Economía es de todos conocido. Pero ¿y sus ministros, sus asesores? Que el Presidente pensase que lo mejor era ocultarle a los españoles la catástrofe que se avecinaba, que creyese que iba a poder sobrevivir en Europa sin hacer el menor caso de los timbres de alarma, que estimase posible engañar a Alemania, a Francia, a Bruselas, y a toda España, simplemente nos habla de la envergadura política y moral del personaje. Pero ¿y su consejeros? ¿Por qué no le advirtieron, exigiéndole hacer frente al desastre de un modo racional, o por qué no dimitieron, si se lo advirtieron y él no les hizo caso?  

De lo anterior, lo primero que se deduce es una absoluta descalificación del PSOE para gobernar. Los hechos son irrebatibles. La crisis no fue ni advertida ni prevista, y lo hemos pagado todos los españoles, unos más y otros menos, pero el mal es general. ¿Se lo debemos a Zapatero? Se lo debemos también a sus colaboradores y a su Partido. Por eso digo que hoy por hoy el PSOE ha quedado de todo punto descalificado. Las peleas internas, que si Rubalcaba, que si Chacón, que si un tercero…, lo mismo da que si un cuarto o un quinto. Hoy carecen todos ellos de la más mínima credibilidad. Y me temo que mañana también. Porque esa izquierda socialista que tanto presume de todo, no tiene nada. No tiene ni programa. Las viejas conquistas sociales ambicionadas por el socialismo histórico están hoy o consolidadas o desprestigiadas. No tienen nada que proponer. Bueno, sí, ataques dictatoriales a la moral, en los planos educativo, familiar, social… En eso se ha quedado el socialismo. Para eso hay un Partido, unos Sindicatos que son una vergüenza, unos paniaguados que chupan del bote a mansalva. Alguien, no uno de los ya consolidados como culpables u obsoletos, tendrá que refundarlos.

¿Quién? Habrá, no lo niego, socialistas dignos y honrados. Pero los que conozco y me parece que lo son, o han asentido o, a lo sumo, han guardado silencio. O sea, nos han defraudado. Porque tanta pasividad no deja de ser culpable.

Y aún  hay otro mal que pesa sobre nuestras espaldas: las Comunidades Autónomas, que han caído -en su mayor parte- en el despilfarro de un lado y en el monopolio de otro. Despilfarro en funcionarios, oficinas, empleados y locuras, o sea, en la economía. Y monopolio, a base de competencias cedidas, en lo demás. Por ejemplo: hacerse con el monopolio de la educación supone que haya un plan de estudios para cada universidad, que el alumno no pueda pasar de una a otra, que lo que se enseña aquí allí se desprecie; la enseñanza monopolizada por los poderes autonómicos ha arruinado intelectualmente a España. Lo mismo puede decirse del control del orden público, o de la política de inmigración, o del intento de fragmentar la justicia, o la lengua, o lo que se tercie. Cada cual se queda con lo suyo, lo atrinchera y lo enquista, Los presupuestos al garete, los gastos al Everest, y la unidad nacional  -no sólo la idea, sino la praxis- al recuerdo de los que todavía saben historia (una docenita). Los demás, al paro, que el dinero es necesario para costear los “hechos diferenciales”. Que hay que ver lo que se llevan…

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Alberto de la Hera

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