En 2004 se hizo muy conocido el eslogan “¡Zapatero no nos falles!” coreado por un grupo repleto de jóvenes en su mayoría. Su mandato comenzó con una decisión valiente y controvertida que marcó durante años la política exterior de España con EE.UU: la salida de las tropas de Iraq. La legislatura, y nadie debe engañarse aunque no le guste, fue muy dinámica en lo político y con notables avances en lo social, algunos de ellos, como el matrimonio ente homosexuales, fue pionero. Tampoco puede olvidarse la Ley contra la Violencia de Género, la Ley de Igualdad, la de Dependencia o la discutida y criticada Ley de Memoria Histórica. Y por supuesto las reformas de algunos Estatutos de Autonomía y, especialmente, el de Cataluña. Como todos los presidentes de la Democracia –como todos absolutamente- también intentó acabar con ETA mediante la negociación. El final, ya conocido, le ha marcado para siempre en lo político y en lo personal. Es incuestionable que los primeros años de Zapatero estuvieron marcados por la inexperiencia, pero la fuerza de la ilusión y la imaginación tapaban ese déficit. Fue, en definitiva, un periodo marcado por las conquistas sociales que, además, se alimentaban gracias a una boyante situación económica.
En los últimos años los economistas han venido constatando que España es de los países a los que la crisis llega más tarde y, por esa misma inexplicable razón, el que sale más tarde de ella. Y en efecto, en 2008 las cosas cambiaron y todos, empezando, por el Presidente nos negábamos a reconocer lo que ya era una realidad. Y no es tanto que Zapatero tratara de engañarnos, simplemente –y no es disculpable- es que ni él ni su equipo se enteraron de la que nos venía encima. Ese fue su primer gran fallo del que se han derivado todos los demás. Cuando vio las fauces de la crisis ya era demasiado tarde. Una serie de medidas económicas tardías, otras de dudosa eficacia, muchas completamente estériles y algunas, incluso, gravosas para las maltrechas arcas públicas, han contribuido a seguir en la crisis y a dar la imagen de un gobierno incapaz de solucionar el problema. De poco sirvió decir que la crisis española –con la particularidad de la burbuja inmobiliaria y del débil sector servicios- era consecuencia de la crisis internacional y que España no estaba ajena a ella. Ese argumento del gobierno, en modo alguno tranquilizaban a los casi los casi cinco millones de parados.
La especulación de los “mercados” y las dudas sobre nuestro sistema financiero tampoco han ayudado nada a crear confianza ni a generar empleo.
¿Y de todo ello ha tenido la culpa o ha sido la causa el Gobierno y su presidente? Indudablemente no, pero ha contribuido con su parálisis y falta de iniciativas a que muchos dejaran de creer en el “milagro español” conseguido pocos años atrás. Es más, si los “tiburones” están ahora más calmados es por que Zapatero ha comenzado a hacer los deberes impuestos por Obama y Merkel.
Medidas en todo caso a medio o largo plazo que tampoco bastan para tranquilizar el mercado doméstico donde vemos que el número de parados sigue creciendo mes a mes, y donde no se llega a una revolución social gracias a la economía sumergida y la solidaridad familiar.
Con este panorama, verdaderamente complicado, y con el gran acierto del PP en transmitir y hacer que calara el mensaje –hasta en el PSOE- de que el problema es Zapatero, no le quedaba otra que anunciar su marcha. Ya era un clamor y esta legislatura nos la podríamos haber ahorrado.
Lo cierto es que Zapatero ya había roto desde hace tiempo los puentes con las bases socialistas y, sobre todo, con el electorado ya consciente de que pasará como el político que dilapidó el Estado del Bienestar.
Con independencia de que los socialistas logren centrar la campaña en el ámbito local y autonómico, el daño ya está hecho y el recorrido de Mariano Rajoy a La Moncloa es cada vez más corto.
Y cuanto menos tarde, mejor para todos.
Editorial Estrella