viernes, abril 26, 2024
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Las mil caras de la demagogia fiscal

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Si hay un campo de la actividad política en el que existe mayor riesgo de caer en la tentación demagógica, éste es sin duda el de la política tributaria. Baste recordar que el origen de la actividad política tal y como la conocemos en términos contemporáneos nace precisamente de las necesidades impositivas, como muestran las diferentes convocatorias de las Cortes de Castilla y de las de Aragón promovidas por el Emperador Carlos I, que se empeñaba personalmente con denuedo en persuadir a sus integrantes de la conveniencia y procedencia de aportar el tributo con el que atender las muchas obligaciones, fundamentalmente bélicas, de la corona imperial. En este principio del Siglo XXI, cuando la actividad política viene marcada por la dependencia de las encuestas y por el marketing de venta de propuestas en formato de Power Point, la demagogia directamente ha invadido la política tributaria, en detrimento de la sensatez, la cordura y el sosiego intelectual, como hemos tenido ocasión de comprobar en estos días.

La versión más histriónica de tal ejercicio demagógico la ha protagonizado nuestro Ministro de Asuntos Exteriores en la ONU, con su encendida defensa de un concepto tan manido como la tasa sobre las transacciones financieras internacionales (Tobin, para los amigos), con perlas como Necesitamos nuevos recursos, porque de las arcas nacionales ya no se puede sacar más dinero, y se necesitan para lograr los Objetivos del Milenio» como si la famosa tasa no fuese a acabar siendo repercutida a los ciudadanos por vía de un incremento en el coste de los servicios financieros. O esa otra, cargada de dramatismo «¡Están locos, cómo que no podemos seguir adelante con este impuesto para garantizar el futuro! Lo que se pide a los bancos sólo es una pequeña tasa para la estabilidad y la paz en el mundo». ¿Qué malvado banquero puede racanear obstinadamente una contribución a tan altos objetivos? Como dicen en Argentina, Moratinos, no te murás nunca…

Luego existen muestras aparentemente más elaboradas y discretas pero cuya carga demagógica, por ser menos aparente, es mucho más peligrosa, Así por ejemplo el Viceprimer Ministro del Reino Unido, Nick Clegg, al dirigirse a los asistentes al  congreso del Partido Liberal Demócrata, seguramente por aquello de que esa mañana tocaba ser más Dem que Lib, a fin de distanciarse de sus socios tories en el gobierno, cargó de forma desabrida contra aquellas personas y entidades que utilizan los servicios de los asesores fiscales para reducir su factura fiscal “utilizando los resquicios de la ley”. El mensaje es tan demagógico como falaz, y así se lo hicieron saber los periodistas al Caballero Consorte de Olmedo, que replegó velas aclarando que los ciudadanos tenían perfecto derecho a tratar de pagar lo menos posible de acuerdo con la normativa aplicable y a recabar ayuda profesional a dicho efecto pero, sin poder abdicar de la vena populista, acabo por afirmar que en cualquier caso “los demás contribuyentes pueden enfadarse si los más ricos continúan evitando los impuestos”. El razonamiento es ladino y repugnante. Si la normativa fiscal permite a las rentas más altas optimizar su factura tributaria, la responsabilidad será de quien mantiene en vigor dicha normativa y la aplica, no de quien, sometido a la misma, busca minimizar su impacto dentro de la legalidad. Pero la tentación de azuzar el odio contra “los ricos” es demasiado fuerte para el demagogo en el poder, que desvía así la atención de sus propias responsabilidades.

Ahora bien, la cumbre en la escalada de la demagogia fiscal la ha coronado, una vez más, el Presidente Rodríguez Zapatero, en su intervención en la Universidad de Columbia. Yo sé por experiencia que los estudiantes universitarios y de post grado son  capaces de poner en serios aprietos a cualquiera, y no en cuestiones accesorias, sino planteando de forma incisiva cuestiones de carácter absolutamente esencial. Pues bien en ese entorno ZP sintetizó del siguiente modo el final del debate ideológico sobre la política tributaria «El debate sobre la imposición fiscal no tiene color ideológico. Lo veo como un instrumento para un fin. Subir la presión fiscal puede ser útil y progresista y bajarla también. No tengo una visión dogmática. Si algo enseña la crisis es que las posiciones fundamentalistas normalmente conducen al fracaso» O sea, que lo bueno es lo que el líder planetario decida hacer en cada caso, en función de la dirección del viento.

En la adaptación cinematográfica de la novela de John Grisham, The Firm un veterano abogado fiscalista representado por Gene Hackman le propone al bisoño pero brillante Tom Cruise, que está preparando su examen de colegiación, una pregunta a modo de examen tipo test:

¿Cuál es la diferencia entre planificación fiscal y evasión fiscal?

a)      Lo que diga el Fisco

b)      Cinco años de prisión

c)      Un abogado inteligente

¿Qué opción elegirían ustedes?

Juan Carlos Olarra

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