domingo, mayo 19, 2024
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Margaritas y fusiles

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Nadie prescinde de rendir homenaje a los soldados muertos; ni siquiera quienes nunca respaldaron, nueve años después, la presencia de nuestras tropas en Afganistán para terminar, como señaló en el Congreso el presidente Zapatero, con el terrorismo islamista, «la mayor amenaza para todos nosotros». Pero vuelve a plantearse el viejo dilema ideológico: si luchar contra el fanatismo destructivo con armas y bagajes o hacerlo con el «diálogo» o la «negociación».

Ni siquiera Zapatero –que exhibió su discurso más claro sobre la cuestión: «lo importante son los objetivos, no los plazos» y «la misión merece la pena» –dijo- se libra del laberinto semántico. Prefiere la definición de «escenario bélico» a la de «guerra» en Afganistán, y su matización recuerda a las sucesivos sucedáneos de la palabra «crisis», tan demorada. La realidad está ahí: 93 soldados muertos; 1.500 efectivos españoles en la zona, junto a tropas de otros 47 países y el trágico balance general.

Las palabras, la entonación y el énfasis no son baladíes. Atrapado en una viaje contradicción sobre el valor absoluto del diálogo, las alianzas de civilizaciones, y el recurrente desgarro ante la guerra de Irak, Zapatero se encontraba ante el despiadado examen de Llamazares, al recordarle su discurso frente a la «visión guerrera» de la política, en tiempos de Aznar. De poco sirvió que el presidente recordara el apoyo «sin peros» a la presencia española en Afganistán desde 2001. Las palabras vuelven. Rajoy le recordaba su «gusto por la adulteración del vocabulario» y Rosa Díez su «lenguaje creativo». Los más críticos a la modificación del mensaje mezclaron su determinación en Afganistán con su reforma laboral. Y le llegaron a poner como ejemplos las rectificaciones de Felipe González y Aznar.

El primer debate parlamentario en profundidad sobre nuestra presencia en aquél lejano país producía el efecto de unión que surge ante los problemas comunes más graves, mientras otros como la crisis y la amenaza contra nuestro estado de bienestar se volvían domésticos. Lo primero, la libertad. ¿Aceptamos la presencia de 1.500 soldados nuestros en Afganistán? ¿Sobre qué concepto? Rosa Díez ponía el dedo en la llaga y el silencio se hizo: «No se puede pagar para liberar a uno de los nuestros a los que asesinan a uno de los nuestros». Sin embargo, quedó presente su evocación de las palabras de un soldado que sobrevivió a un ataque en el que murieron 6 de sus compañeros, en junio de 2007: «no llevamos margaritas: llevamos fusiles». Para que no lo olvidemos.

Chelo Aparicio

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