viernes, abril 26, 2024
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Síntoma francés… o algo más

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El pasado fin de semana, una amplia mayoría de franceses eligió quedarse en casa, renunciando a ejercer su derecho al voto. Los que votaron, lo hicieron en contra del Gobierno del presidente Sarkozy. Son dos tendencias que, lejos de ser privativas del vecino del norte, llevan tiempo apreciándose en varios países de la Unión Europea (UE) y otras latitudes más alejadas. ¿Hay que tomarlas como preludio de lo que puede ocurrir aquí? Se irá desvelando en los próximos veinticuatro meses, cuando se cumpla el calendario electoral previsto: autonómicas catalanas -este mismo año-, autonómicas y municipales -mayo de 2011- y generales -primavera de 2012-, salvo que se añada o anticipe alguna.

Coloquialmente, se describe como desafección de los ciudadanos y castigo a quienes ostentan responsabilidades gubernamentales. En realidad, es probable que sean dos caras de un mismo fenómeno: creciente distanciamiento entre los políticos y el conjunto de la sociedad. Lo señalaba hace pocas semanas Ernest Maragall, afirmando que los partidos están dando prioridad a su propia supervivencia, en detrimento de atender y ocuparse de los problemas que más inquietan a la sociedad. Esta reflexión mereció menos relieve que su apreciación de un posible cansancio o agotamiento de la fórmula de gobierno tripartito que rige la Generalitat de Cataluña desde 2003, pero su calado no se puede obviar.

Es probable que la crisis, persistente a pesar de las seguridades vertidas de una poco menos que inmediata reactivación, esté exacerbando tanto la abstención como la propensión a dar una oportunidad a quienes no gobiernan, del todo coherente con los bajos índices de popularidad y aceptación de quienes sí lo hacen. Pero algunos síntomas son previos.

Las encuestas más solventes llevan tiempo reflejando un sentir ciudadano que discurre por cauces y dinámicas distintos de los que dominan la agenda política o, si se prefiere, lo que hacen y sobre todo dicen quienes están dedicados al desempeño político, sea en el poder o la oposición. Un sondeo conocido estos últimos días revela que los españoles consultados consideran a los políticos, en general, sin apenas distinción entre siglas o adscripciones, el principal problema que ahora mismo afronta el país. El dato ha sorprendido, pero hay que reconocerlo coherente con lo reflejado en anteriores entregas y la realidad.

Hace meses que una mayoría de ciudadanos se confiesa partidaria de que los dirigentes políticos se pongan de acuerdo para afrontar una crisis cuya gravedad ya nadie se atreve a ocultar. Les piden, casi exigen, que trabajen juntos y dejen de dar preeminencia a sus pequeñas o grandes cuitas y, como no lo hacen -todo lo contrario-, es lógica la tentación de sentirse ajeno e incurrir en esa práctica tan conocida: inhibirse o, en lenguaje más llano, pasar.

Enrique Badía

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