viernes, marzo 29, 2024
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Los ojos de Alicia

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La liberación de Alicia Gámez marca el inicio del fin del drama que el secuestro de los tres cooperantes catalanes ha provocado. Sus compañeros Roque y Albert aún permanecen en el cautiverio del desierto, pero todo apunta a que un final negociado en dos etapas pondrá fin definitivamente a este acto de terrorismo de la franquicia de Al Qaeda en el Magreb.

Durante los más de cien días que ya dura este acto de violencia fundamentalista islámica, la sociedad española ha participado del secuestro con prudencia, discreción y respeto, los tres valores en los que ha insistido el Gobierno y que brillaron por su ausencia durante el tiempo que duró la captura del pesquero Alakrana, antecedente inmediato de estos hechos.

Sin ceder a las tentaciones de la política-espectáculo, la oposición se ha comportado con la madurez que el acontecimiento requería. No es que al comienzo del secuestro a los populares les faltaran las ganas de sembrar la discordia, sino que la contundente reacción de los familiares y compañeros de Acció Solidaria, de la opinión publicada -excepción hecha de algún columnista con piel de reptil y pluma de ganso- y del Gobierno reclamando para sí la legítima gestión de los acontecimientos, hicieron desistir de tal propósito, por ejemplo, a ese personaje tan habitual en los informativos televisados de los lunes como ausente en los trabajos del Senado de España y que, representando al PP como portavoz, difunde habitualmente maldades y pesares como quien riega con distracción primaveral los tiestos de un balcón.

Los ciudadanos hemos asistido con paciencia y confianza a cada uno de los pasos que el proceso ha seguido. Sin información pero con sentido de la responsabilidad, la opinión pública ha participado de la bonhomía de un comportamiento que dará como resultado final un desenlace que ojala sea plenamente positivo.

Así parece confirmarlo la cooperante Alicia Gámez, que con su comparecencia ante los medios de comunicación cargada de significativa cautela a la hora de manifestar opiniones o sentimientos que pudieran diferir aún más la resolución del secuestro, parece haber marcado el camino recto hacia un final feliz.

Que ciertos políticos sean noticia por el escándalo de sus trajes a medida, sus incomprensibles incrementos patrimoniales o por los azarosos y noticiables actos de esparcimiento y disfrute en sus, por lo que se ve, relajadas vidas profesionales, mientras Alicia, Roque o Albert o los soldados españoles que realizan labores humanitarias en Haití o Bosnia Herzegovina, por ejemplo, dedican -y pagan por ello- lo mejor de sí mismos a intentar resolver otros dramas en cualquier otra parte del mundo, donde es tan necesaria su ayuda, no deja de definir de forma clara el abismo que se ha abierto bajo los pies de aquellos que integran lo que se ha dado en llamar, con tanta ignorancia como torpeza, nuestra «clase política».

Por el contrario, la sonrisa de Alicia y sus ojos cansados, aun actuando como espejo de una sorpresa prudente, nos muestran con detalle la valiosa película de honestidad y generosidad que recubre los actos de quienes arriesgan su vida por el bien de los demás sin más propósito que el de hacer lo más adecuadamente posible aquello que es correcto, sin estruendo o alharacas innecesarias. Es en su trabajo de solidaridad y afecto por las victimas de un mundo injusto donde hay que encontrar la razón de su comportamiento.

Alicia y sus compañeros nos enseñan mucho con sus actos y con sus silencios y le muestran a esa forma de hacer política y a sus protagonistas un camino que, si bien ya sabemos que en la inmensa mayoría de los casos no están dispuestos a seguir, sí podrían tratar de entender, de tal forma que los valores de generosidad, entrega y grandeza ética presidieran alguna vez y de alguna manera alguno de sus comportamientos sin otra aspiración que la de hacer bien lo que está bien, más allá de cualquier otro beneficio personal.

Si no lo entienden o no saben cómo hacerlo, que miren a los ojos de Alicia: están tan llenos de vida y del deseo de vivirla como del sentido que ésta tiene que tener en el mundo en el que nos ha tocado vivir.

Sutil diferencia, la verdad.

Rafael García Rico

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