viernes, abril 26, 2024
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Hacedores contra destructores

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Tal es el celo de algunos sectores de la derecha de las protestas fiscales que no basta con enterrar a miembros vivos de la formación como John McCain. Hay que hacer también un enjuague ideológico de la historia.

Eso hizo Glenn Beck, que intervino recientemente en la Conferencia de Acción Política Conservadora identificando al gran enemigo de la libertad humana como… Teddy Roosevelt. Beck destacó esta condenatoria cita de Roosevelt: «No lamentamos la fortuna de nadie en la vida civil siempre que sea honorablemente ganada y administrada».

Ah, ¿que no distingue el escándalo del comentario? Mire más detenidamente. «Ésta no es la idea que tenían nuestros fundadores de América», explica Beck. «Y éste es el cáncer que está carcomiendo a Estados Unidos. Es el gran gobierno: es la utopía socialista». Evidentemente, los verdaderos conservadores se resisten a los ataques a instancias de la riqueza deshonrosamente ganada y empleada.

El problema de Estados Unidos, al parecer, no es sólo el Great Society, ni siquiera el New Deal; es el Square Deal». O tal vez es que Beck sea demasiado comedido. Los verdaderos libertarios de pelo en pecho culpan a Abraham Lincoln, que centralizó las instancias federales en detrimento de los estados con el fin de desarrollar una guerra innecesaria -una opinión que Ron Paul, el ganador del CPAC, ha hecho suya-.

Lincoln no necesita defensores de las acusaciones de tiranía, la simple acusación basta para diagnosticar algún desorden ideológico. Sin embargo tampoco merece tal vapuleo.

Roosevelt eligió las batallas con los republicanos conservadores, siendo la selección su deporte favorito. Pero Roosevelt odiaba el socialismo. «Significaría la destrucción misma», dijo. «Produciría errores más groseros e indignantes, una inmoralidad más ofensiva, que ningún otro sistema existente». El capitalismo moderno empresarial, a su juicio, era inevitable, incluso admirable. Pero también creía que el poder excesivamente centralizado y no transparente en un sistema capitalista crearía enfrentamientos destructivos entre mano de obra y capital, ricos y pobres. De manera que reventó sociedades monopolistas, impuso estándares sanitarios en plantas insalubres de preparación de carnes y promovió un servicio nacional más profesional basado en los méritos.

El progresismo de Roosevelt puede sonar un poco a socialismo. Cuando los tribunales anularon leyes que permitían huelgas y limitaban la jornada laboral, Roosevelt advertía: «Si la idea tras estos (…) veredictos imperara en todas las acciones de los (…) tribunales, no sólo tendríamos una revolución, sino que sería absolutamente imprescindible tener una porque las condiciones del trabajador serían intolerables».

Pero fue el propósito político de Roosevelt evitar una revolución. Se trataba de preservar el sistema de mercado mediante la regulación de la sanidad, la seguridad y la justicia. No es liberalismo, sino una auténtica tradición conservadora: la utilización de la reforma paulatina para desactivar el radicalismo. Y pocos hoy querrían volver a los estándares laborales, sanitarios o de competencia propios del siglo XIX.

Esos pocos, sin embargo, parecen asistir a la CPAC decididos a perfilar un debate ideológico. En nombre de la pureza constitucional, proponen una gran ruina. No sólo la ruina del obamaismo. Desmantelar Medicare y la Seguridad Social. Invertir los expansivos compromisos estadounidenses globales derivados de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Deshacer las regulaciones económicas de la era progresista. Deshacer la retirada de competencias ejecutivas que preservó la unión. Deshacer todo, hasta que EEUU se quede con un gobierno propio de una república agrícola aislada del siglo XVIII.

Es una propuesta de viaje en el tiempo, no una agenda política. El Gobierno federal no puede faltar a estas responsabilidades acumuladas sin sufrimiento masivo e inestabilidad global, un enfoque de actuación decididamente radical y nada conservador.

La alternativa sigue siendo un conservadurismo de reforma, del que Teddy Roosevelt es un antepasado distinguido. Puesto que la derogación de la modernidad no es una opción, que las instituciones modernas funcionen. Actualización de Medicare y la Seguridad Social para fomentar las opciones de mercado y titularidad. Desmantelamiento del monopolio de la educación pública mediante escuelas concertadas y competencia entre centros. El radicalismo se desactiva con reformas.

El debate entre hacedores y destructores conservadores resulta interesante ideológicamente, pero en el ámbito político hay poco debate. Un candidato que se presentara recientemente en Virginia, Nueva Jersey o Massachusetts por una plataforma Paul/Beck habría duplicado los resultados de la campaña de Ron Paul durante su apuesta presidencial de 1988 (Paul recibió menos de la mitad del 1 por ciento de los votos). Todos los ganadores republicanos en estos estados prometieron la reforma del Gobierno, no su abolición.

Pero temo que los destructores se parezcan a Teddy Roosevelt en un aspecto preocupante. Esto es lo que tengo contra Roosevelt: en las elecciones de 1912 traicionó a su amigo William H. Taft y a su partido al presentarse como candidato independiente. En su arrogancia, consideró que ninguno de los dos partidos alcanzaba sus propios estándares de pureza. La actitud resulta familiar hoy en día.

© 2010, Washington Post Writers Group

Michael Gerson

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