viernes, abril 26, 2024
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Colas de España

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El pasado sábado por fin pude visitar la exposición Impresionismo. Un nuevo Renacimiento que, con obras del Museo D’Orsay, actualmente se puede ver en la Fundación Mapfre en Madrid. La exposición está bien, sobre todo por algunos cuadros de Monet y Cezanne que, según pasa el tiempo, voy considerando mucho más pintores que sus contemporáneos. En cuanto a la larga cola que tuve que guardar para entrar y la gente que la conformaba no puedo decir cosas tan positivas.

Detrás de mí iba un grupo de estudiantes de bachillerato de algún colegio de los alrededores de Madrid acompañada por su profesora de Historia del Arte. Inmediatamente después, un matrimonio de tercera edad de clase alta, muy finos y muy puestos. Hacía frío, el sol aún no calentaba y la espera se hacía bastante pesada y penosa. No sé muy bien qué pasó, pero las adolescentes y el marido se pusieron a discutir por el sitio. A continuación las chicas no dejaron de hacer comentarios sarcásticos y burlescos sobre el señor que, a partir de ahí, se resignó y calló. La profesora, en lugar de poner paz, se unió a sus alumnas para comentar lo mal educados que están algunos mayores para que luego digan que los jóvenes de hoy… La cosa, afortunadamente, no pasó a mayores. El frío calmó los ánimos y al final entramos todos a la vez a unas salas abarrotadas de gente, pues la entrada es gratuita. Los insultos se quedaron en el aire y supongo que todos olvidaron pronto la movida.

Este pequeño incidente bien puede representar cómo funcionan las cosas en España. En primer lugar, todos hacemos obedientemente cola para ver algo gratuito sin protestar cuando, una vez terminada la espera, apenas se puede disfrutar de los cuadros por la cantidad de gente que los está viendo. Mientras estamos en la cola soltamos algún exabrupto, generalmente dirigido a otro, para mostrar nuestra frustración y soltar la mierda que, si no, nos corroería por dentro. Durante unos instantes, ya libres de la cola aunque no del aborregamiento, disfrutamos de la belleza y casi nos sentimos personas. Y, cuando salimos, volvemos a nuestra vulgaridad y olvidamos todos esos problemas conjuntos que quizás necesiten de la aportación de todos. La pintura, como el cine o la televisión, es un entretenimiento: jamás cambiará nada de nuestra naturaleza, tan tendente a la molicie y la acomodación.

Sí, así es España. Mientras pensamos «¿qué va a ser de nosotros» en lugar de decidir «¿qué vamos a hacer?» hacemos cola para que las cosas nacionales ocurran según se les «ocurran» a otros. Los que podemos, vamos a trabajar, ganamos dinero y hacemos cola para pagar en centros comerciales, gasolineras, demás comercios o en la Agencia Tributaria. Muy de vez en cuando soltamos algún exabrupto, generalmente a otro, sin mala intención. Pero, y esto es lo más importante, nada de lo que hacemos tiene un mínimo de iniciativa ni sirve para cambiar nada más allá de nuestras narices. Somos vagos, conformistas y egoístas.

Así, actualmente hacemos una enorme y patética cola -penosísima para más de cuatro millones de parados- ante la crisis mientras esperamos a que los políticos abran las puertas a una posible solución. Ellos, mientras, se lían en pequeñas reyertas verbales en donde imperan más sus propios intereses partidistas y ansias de poder que el interés de todos los españoles. Uno dice que tienen que ponerse todos de acuerdo según sus propias e inamovibles opiniones, los otros que se está arruinando España pero que hasta que no «gocen» del poder no podrán hacer nada, valga la redundancia. Y todos buscan satisfacer sus propios caprichos e incrementar la cantidad de dinero público del que bienviven sin las mismas preocupaciones que el resto de sus conciudadanos.

En las largas colas españolas, la gran mayoría piensa que el espectáculo político es lamentable, inaceptable, pero nadie mueve un dedo no vaya a perder el sitio. Así nunca cambiará nada. Pero, mejor que algo mío, sirva como colofón a este artículo el siguiente fragmento de uno que Unamuno tituló «¿Qué hace España?»:

«España no hace más que aguardar. No esperar, sino aguardar. Porque el que espera dicen que desespera. Y España no desespera porque no espera; aguarda nada más. Aguarda como el que se echa a dormir hasta que la luz del alba le despierta. ¡Dios quiera que el alba no le despierte a España engarañada!»

Engarañado, en León, se refiere a quedarse paralizado y encogido por el frío.

Daniel Martín

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