viernes, abril 26, 2024
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¿Reforma o renacimiento?

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Se habla estos días de la necesidad de consenso en la enésima reforma del sistema educativo. Cierto es que España jamás ha tenido una ley de educación consensuada por la gran mayoría de las fuerzas políticas, que ya es hora de que la tenga. A mi entender, no obstante, es más urgente plantearse si realmente queremos reformar el actual plan, que fomenta el fracaso escolar tanto entre los que no terminan la enseñanza obligatoria como entre los que terminan la universidad en calidad de analfabetos funcionales, o si es necesario comenzar de cero y crear un sistema más exigente, que enseñe cosas, valore el mérito y forme a personas dignas de llamarse ciudadanos.

Son infinitos los ejemplos que muestran las vergüenzas del actual sistema: en matemáticas, los chavales llevan un atraso pasmoso respecto a los de hace veinte años, y muchos ni siquiera dominan las operaciones básicas cuando llegan al bachillerato; en historia, en un solo curso se tiene que explicar desde Carlos I hasta la Segunda Guerra Mundial, incluyendo lo internacional del siglo XVIII al XX; los conocimientos geográficos del alumnado medio, gracias a lo entrecortado del currículo, son a menudo provincianos, por no hablar de paletos; la lengua española que se aprende (?) es ridículamente técnica y, aparte de la ya endémica ortografía pésima, abunda el estudiante con dificultades para leer, escribir un discurso mínimamente coherente, por no hablar de su incapacidad a la hora de afrontar reflexiones más o menos profundas; en este sentido, la filosofía se ha convertido en una mera preparación para el examen de selectividad, sin que los profesores puedan afrontar la asignatura con un mínimo de sentido común; el itinerario humanístico (?) es el trastero donde acaban los alumnos que no pueden con la física o las matemáticas. Las ciencias son un camino para listos, mientras que las letras…

Al mismo tiempo, gracias a la eliminación sistemática de los valores del mérito y la excelencia, del esfuerzo como el camino a seguir ya que casi todo el mundo puede y debe pasar de curso pase lo que pase, por culpa de esa espuria concepción donde el alumno tiene infinidad de derechos y el maestro, al fin y al cabo, es un enemigo a vigilar; en los centros de enseñanza primaria y secundaria españoles la disciplina y la ética brillan por su escandalosa ausencia. De un modo trágicamente irónico, gracias al sistema educativo hemos vuelto a los tiempos del miedo como arma de dominio y la tiranía de la ley del más fuerte. Hacia las cavernas tras pasar por el aula.

A esto se une que en los estudios superiores también se ha bajado la exigencia a niveles nimios, aptos para todos, circunstancia que, unida a la masificación de universidades y universitarios, ha convertido este periodo académico en una simple prolongación del instituto de tal modo que, actualmente, ser licenciado o graduado no supone garantía de poseer un mínimo de conocimientos, capacidad crítica, ni siquiera un mínimo desarrollo intelectual.

A pesar de las honrosas excepciones, de esos alumnos que permiten un brillo mínimo de esperanza, a mi entender el actual sistema educativo es en sí un fracaso. Con el listón de exigencia por los tobillos de los más incapaces, la metodología en manos de los psicopedagogos que consideran a los niños como idiotas a los que hay que proteger absolutamente de todo, con los políticos emperrados en las circunstancias más accesorias, la lengua en manos de los sofísticos lingüistas y el entorno social más permisivo y bobalicón de la historia, lo cierto es que esto no funciona. Los mejores de ahora lo son gracias a su entorno familiar, y son peores que los de hace un par de décadas.

Por eso creo que se debería abordar el tema -como casi todos en España- de una manera seria y concienzuda para dar un cambio radical y, comenzando de cero, intentar volver a lo bueno del pasado con las aportaciones positivas que se puedan haber incorporado con el paso del tiempo. Buscar un camino educativo donde la exigencia, el mérito, la excelencia, el rigor, la disciplina y el trabajo continuado sean los principales focos que alumbren un currículo exigente, completo, profundo, unas aulas donde se respire paz y espíritu de esfuerzo y un entorno donde el profesor sea respetado como principal fuente de conocimientos tanto académicos como éticos y ciudadanos.

Sé que lo escrito en este artículo, lleno de buenas intenciones, es lo más utópico e irrealizable de las muchas cosas utópicas e irrealizables que he deseado desde este rincón de internet. No interesa una educación buena, exigente, porque el borrego es más fácil de dirigir que el humano. En cualquier caso, para que por fin podamos hablar de un país democrático, el camino es el de fabricar ciudadanos con espíritu crítico, capacidad de reflexión y alma de contribuir al mundo, a la sociedad, al prójimo. Actualmente, tan sólo se busca la fachada de un edificio semejante. Pero, por favor, que jamás se construyan unos cimientos que puedan derrocar la partitotarquía. Si alguna vez se logra un consenso educativo, será precisamente para evitar algo semejante.

Daniel Martín

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