En el fútbol es difícil aburrirse si la afición está muy definida hacia un determinado club. Los seguidores de un equipo tienen garantizada, con su pasión, la emoción semanal, la incertidumbre del resultado y junto a la victoria de los suyos la derrota de los adversarios cuando llega.
No es extraño tropezar con el individuo que mira a su equipo y de reojo, al enemigo de siempre. Por ello es habitual encontrar a quien se manifiesta seguidor de un equipo y del que cada semana juega contra su odiado adversario.
Incluso en los casos en que no existe gran fobia se da el caso de desear resultado adverso para quien está delante de los nuestros o nos amenaza con superarnos. En los odios viscerales están los seguidores de Barça y Madrid. Entre éstos la felicidad solamente es completa cuando ganan los suyos y un tercero derrota al otro.
La Liga está centrada semanalmente en los partidos de Barça y Madrid, aspirantes a ganar el título. Dado que no existen ya terceros en discordia que puedan poner en un brete a los dos primeros, todos los intereses estarán dedicados a que valencianistas y sevillistas se deseen lo peor porque está en juego la tercera plaza de la Liga y, consecuentemente, Europa.
La competición arrastra a la clase media, que desea soñar con un puesto en la UEFA. Los demás van a estar pendientes del descenso, resultado funesto para quienes acaban entre los tres últimos.
La Liga, con el distanciamiento de barcelonistas y madridistas, no tiene mayores intereses que los correspondientes a los segundones. En lo que resta de campeonato lo más interesante será para quienes han de recibir a Barça y Madrid. Independientemente del resultado será motivo de celebración el ingreso en taquilla. Y aquí, sin acritud.
Julián García Candau