lunes, mayo 20, 2024
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Con la luz a cuestas

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Así habló Borges tras su visita al ilustre escritor de Yo, Claudio, en Deiá, Mallorca: «Graves está muriéndose y no agonizando, porque la agonía es lucha. Nada más lejos de la lucha y más cerca de un éxtasis el de aquel anciano inmóvil». Y agregaba: «El alma estaba sola». Así pintaba la memoria que yacía en aquel cuerpo. Poco después, Robert Graves dijo adiós a todos. Hace 25 años. Cabe recodarlo como a uno de los grandes maestros literarios: un faro de la poesía contemporánea, y el escritor de una vasta y rica obra narrativa (los cuentos de Un brindis por Ava Gardner, su autobiografía Adiós a todo) y eruditos estudios como La Diosa Blanca, libro prodigioso e indescriptible.

Hace 25 años, en febrero de 1985, me llegó desde Deiá una carta manuscrita de Tomás Graves, el hijo del escritor. Me produjo sorpresa y alegría. Cometo el impudor de repetir algunas de sus palabras en esa carta: «Me hizo mucha ilusión saber que al otro lado del globo, la gente se da cuenta de que aquí estoy cosiendo libros de mi padre». Luego, recordó la visita de Borges, esa que menciono al comienzo, y termina diciéndome, sobre el libro Eleven Song, con los poemas de Robert Graves, que me enviaba entonces: «Es una pena que mi padre no lo pudo firmar, pero su espíritu está allí». Y es verdad, el espíritu de Robert Graves está en estos poemas.

Educado en la alta escuela de Oxford, su erudición le sirvió para la vivificación de la lengua, como sólo cabe a un clásico, que además fue, sigue siendo, uno de los mayores poetas británicos del siglo XX, con Eliot y Pound, fundadores de la poesía moderna.

Esclavo de sus palabras, Robert Graves vivió desde 1929 recluido en Deiá, con su esposa Beryl y sus hijos, dedicados también ellos, después, a la tarea intelectual. Tomás, como editor; Lucía, como traductora. Desde allí, donde los pueblerinos le llamaban don Roberto, salieron al mundo, además de sus libros, también más de seis mil cartas, hacia infinitos amigos, entre otros, el coronel Lawrence de Arabia, quien le ofreció una plaza en la universidad de El Cairo y que Graves ocupó por un tiempo. Cuatrocientas de esas cartas fueron editadas en castellano con el título de Imágenes rotas.

Don Roberto pensó mucho y escribió mucho. Y acaso se dijo, a los 90 años -como el verso de Carranza-, «Llevo toda la luz a cuestas. No puedo más»…

Desde entonces, hace un cuarto de siglo, para él, las fechas y el calendario son un instante eterno.

Rubén Loza Aguerrebere

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