viernes, mayo 17, 2024
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Dependiente, independiente y pendencias

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El idioma que habla un país, ese que tan poco tiene que ver con el de lingüistas y gramáticos, suele revelar partes del subconsciente nacional. Miguel de Unamuno afirmaba que la lengua es el sentido común. Cuanto menos común y lógico sea ese sentido, así será y se comportará la nación que lo practica.

Según la tiranía de lo políticamente correcto, en España ya no se puede decir minusválido, impedido, incapacitado, paralítico, parapléjico, etc. sino que, hasta por ley, es preferible ser dependiente. ¿En qué país se vive cuando es preferible se desposeído de la independencia que de una parte de la capacidad o la posibilidad de autovalerse plena o parcialmente, aunque estas describan mejor una realidad que la palabra dependiente tan solo califica? En España, históricamente, siempre se ha preferido depender, de ahí que esta palabra resulte socialmente menos enojosa.

Este particular aspecto de la realidad nacional refleja cómo funcionan aquí las cosas. En España hay más gente que vive de lo público que gente que vive para, por y según lo privado. Según eso, España nunca será un país rico en cuanto esquilmado por la codicia de aquellos que esperan que el Estado les resuelva todos los problemas. Sólo en España pudo nacer un sistema donde al Estado central se le unieron varios organismos públicos como Autonomías y Municipios que, sin ningún reparo ni límite, también aportan para que nuestro Estado de Beneficencia mantenga los ánimos tranquilos mientras nuestras arcas y el futuro de la nación se van vaciando de posibles y posibilidades. Al final será España entera la que dependa de lo que nos den otras latitudes.

Lo curioso es que en este país -donde muchos reniegan de belenes y cruficijos por, dicen, sentirse ofendidos- celebramos como en ningún otro lado las fiestas navideñas y aledañas. Todo el mundo goza de vacaciones y festividades como si les fuese el «alma» en ello. Peculiar contradicción que también define el despropósito de país en el que vivimos.

Porque, sobre todo, este asunto de la dependencia, del Estado elefantiásico que todo lo puede y que todo lo paga, tiene mucho más que ver con la caridad cristiana que con ningún otro elemento que podamos imaginar. Como seres humanos que, aún, somos, nos disgusta el sufrimiento ajeno y estamos de acuerdo con ayudar a los más necesitados. El problema es que la ley de Dependencia no se puede aplicar porque no hay recursos con que sufragar sus enormes gastos ya que hay demasiados dependientes en el país: políticos, sindicatos, patronales, funcionarios, pensionistas, empleados de entes públicos y de colegios de afiliación obligatoria, cineastas, demás culturetas, etc. De tal manera que los que realmente necesitan ayuda siguen siendo los más dependientes.

Frente a esto, la independencia, la libertad, es en España poco menos que una quimera. Son pocas las personas dispuestas a tirar «palante» sin ayuda de lo público, sobre todo porque de esta manera se compite en manifiesta inferioridad. Aparte de valor, para ser independiente, por muy incapacitado que se esté, hace falta espíritu quijotesco, y ya sabemos que Don Quijote es el más famoso de nuestra Historia, aunque el menos leído y el más incomprendido.

Seguramente por todo ello España sigue siendo un país provinciano que se centra en asuntos minoritarios, absolutamente localistas, sin atender a los problemas serios, estructurales, que impiden imaginar un futuro próspero. Estos asuntos esenciales exigen cierta independencia de criterio y voluntad, y de momento la mayoría se conforma con hacer fortuna a corto plazo, sin importar si quedará algo para nuestros nietos.

De ahí que, en franca dependencia de la contingencia nacional, España siempre haya sido un país más «de pendencias» que de auténticos debates para decidir cuáles son sus auténticas necesidades, las fundamentales dependencias y esclavitudes de las que liberarse. Aquí, como en ninguna nación del globo, se odia la libertad porque ésta obliga a mucho, y somos más de reclamar derechos que de aceptar obligaciones.

Aun más, el sueño de la gran mayoría de la sociedad que tolera los desmanes de nuestro sistema político y presupuestario sería la de devenir en dependientes. Lo que deberíamos entender es que para pagar tanta dependencia necesitamos más almas independientes, más libertad, mucha más gente trabajando por mor de la nación. Algo imposible mientras los impuestos tan solo sirvan para proteger prebendas, sinecuras, simonías y nepotismos.

Así, desde mi más estricta independencia a pesar de ser completamente incapaz para casi todo, minusválido y minusvalorado socialmente, a pesar de los pesares, deseo desde aquí unas felices fiestas a todo el mundo. Laicas, por supuesto, que el nacimiento de Jesús de Nazaret así puede ser concebido. Por la gracia de Dios, supongo. [email protected]

Daniel Martín

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