viernes, abril 26, 2024
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Por qué prefiero a Trump

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Antes de que me llamen fascista o cosas peores quiero señalar que no considero a Donald Trump un modelo político y no querría verlo al frente de mi país. Pero en democracia las opciones son limitadas y en el caso de las elecciones estadounidenses se reducen a dos. Y como lo que ocurra el 8 de noviembre afectará al mundo entero y no sólo a los estadounidenses, voy a intentar razonar por qué pienso que a los que no somos ciudadanos del Imperio nos conviene más una victoria del republicano Trump que un triunfo de la aspirante demócrata, Hillary Clinton.

Para empezar, llama la atención que los detractores de Trump lo primero que dicen en su contra es que es millonario. Es cierto que heredó una fortuna de 200 millones de dólares, pero eso no lo convierte en idiota ni lo inhabilita políticamente. Clinton no es precisamente un modelo de mujer trabajadora hecha a sí misma: también nació rica, forjó su carrera política a la sombra de su marido y sólo en 2015 sus ingresos fueron de 10,6 millones de dólares.

A Trump también le reprochan sus propuestas extravagantes como sellar con un muro la frontera mexicana o prohibir temporalmente la entrada de musulmanes a su país. Provocaciones que por su ridiculez sonrojan a los europeos pero que en la América profunda, donde las cosas se ven de forma distinta, le han servido para conectar con una clase trabajadora hastiada y una clase media empobrecida por la crisis. Millones de personas que no comparten la obsesión de la administración Obama por embarcarse en cruzadas mundiales en vez de resolver los problemas domésticos.

Ahí está el meollo de la cuestión. Frente a una Clinton belicosa que fue mano derecha de un presidente al que concedieron el Nobel de la Paz pero que se ha revelado como campeón del intervencionismo, el aspirante Trump se presenta como el salvador del americano corriente. Quiere ser el presidente que restaure el orgullo de los ciudadanos que madrugan para trabajar, devolver la esperanza a los parados que ahora languidecen en los comedores y albergues de la beneficencia y, en general, a los perdedores de una globalización que ha hundido los sueldos, destruido la industria y deslocalizado miles de empresas.

Trump quiere subir los impuestos a los ricos y recuperar el músculo productivo del país frente a la globalización y el TTIP, del que Clinton es ferviente partidaria

Por eso Trump insiste en cambiar la política comercial, defiende el proteccionismo frente a iniciativas criminales como el TTIP (el tratado de libre comercio que negocian la UE y EEUU) del que la neoliberal Clinton es ferviente partidaria, y sitúa entre sus prioridades recuperar el músculo productivo del país. Para costearlo, aunque es millonario, el candidato republicano propone subir los impuestos a los ricos, frontera que los demócratas no se atreven a traspasar.

Como secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton forzó en 2011 un arriesgado giro en la acción exterior de Washington, que ahora está obsesionado por el dominio del norte de África, Asia y el Pacífico. Ese nuevo rumbo ha empeorado las guerras que ya existían y que Obama prometió terminar -Afganistán e Irak- y ha encendido áreas como Siria, Libia y Egipto. Su estrategia ha hecho añicos los escasos equilibrios salvados de la era de George W. Bush, ha arruinado cualquier esperanza de lograr la paz en Oriente Próximo, ha dado alas al Estado Islámico y conducido a la OTAN a un peligroso asedio a Rusia que retrotrae al mundo a los tiempos de la guerra fría.

Los demócratas llegaron a la Casa Blanca con las promesas de cerrar Guantánamo, salir de Afganistán y crear un sistema sanitario. No sólo no han cumplido sino que los últimos datos del ejército estadounidense muestran que en lo que va de 2016 hubo en Afganistán más de 700 ataques aéreos con cazas y drones artillados. El verano pasado Washington publicó que entre 2009 y 2015 el Gobierno del pacifista Obama permitió a sus militares realizar 473 ‘ataques selectivos’ con drones fuera de las zonas de guerra, que mataron a 116 civiles.

En el juego electoral Trump interpreta a su peculiar personaje pero está lejos de ser el incompetente en política exterior que sostienen sus detractores. A diferencia de Clinton, que llega a estas elecciones como continuadora de la obra de Obama, el candidato republicano sitúa entre sus prioridades mantener una buena relación con Rusia y repite que no piensa embarcar al país en más guerras lejanas. Guerras cuyas consecuencias terminan por pasar factura a Europa en forma de venganzas terroristas y de crisis humanitarias como la de los refugiados. Por eso, si hay que elegir entre una candidata demócrata empeñada en moldear el mundo a cañonazos y el republicano preocupado por el paro doméstico y los impuestos, creo que al resto del planeta nos conviene el segundo.

César Calvar

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