viernes, abril 26, 2024
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Lobos con piel de cordero

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Mohamed nació en Lavapies y ha cumplido veinte años y le esperan unos cuantos en prisión. Su padre vino de Marruecos en los años ochenta buscando trabajo. Lo encontró en la construcción y pudo traerse a su esposa y dos hijos ya nacidos, por gracia de la integración familiar. Mohamed acudió al colegio desde pequeño porque las leyes españolas obligaban a su integración, pero nunca dejó de leer el texto sagrado, que su madre le enseñaba por las tardes.

Mohamed, en un principio jugaba con niños españoles al fútbol en el patio del colegio, pero poco a poco fueron llegando niños de su país y sus padres comenzaron a ver con malos ojos el divertimento con cristianos. Aun así, en su adolescencia, acudió a divertirse a discotecas e incluso salió con alguna chica española. Pero nunca pudo presentar una novieta en su casa. Sus hermanos mayores, ya casados con mujeres marroquíes, le advirtieron seriamente que su futura esposa debía ser musulmana y sobre eso no cabía discusión alguna.

Cuando era niño, a Mohamed le gustaba ir de vacaciones al pueblo de origen paterno. Allí jugaba con sus primos, estaba en la calle todo el día, y los ancianos eran respetados, no como en España que no pintaban nada para sus familias. Pero en plena adolescencia, con quince años, en una de esas vacaciones se percató de que las mujeres no vestían con minifalda, llevaban pañuelo en la cabeza y comían aparte de los hombres, lo cual chocaba frontalmente con lo que había visto en su país de nacimiento. Eran sumisas, al contrario de las españolas que conocían muy bien sus derechos y Mohamed comenzó a percibir cuan diferentes eran aquellas dos sociedades. Además, comprobó que los homosexuales no se mostraban en público como en Madrid, lo cual le habían enseñado que era repugnante. Uno de sus hermanos fue detenido por la Policía ya que trapicheaba con hachís y Mohamed, sin saber muy bien porque, decidió que nunca iría a la cárcel, por lo que puso empeño en buscar trabajo. Pero el problema es que España atravesaba una crisis económica y apenas había trabajo. Asimismo, su bagaje cultural y técnico era muy bajo, ya que sus estudios se encontraban lastrados por la educación familiar, motivo por el cual no encajaba en ningún sitio. Su padre perdió el empleo y comenzó a cobrar un subsidio, por lo que Mohamed, decepcionado, empezó a pasar las tardes jugando a la PlayStation. Mohamed comenzó a odiar a los españoles, ya que pensaba que le consideraban un ciudadano de segunda categoría, sin darse cuenta de que su educación medieval, sus costumbres ancestrales, eran las que en realidad le apartaban del mundo del siglo XXI.

Pero nadie de su entorno cercano dijo nada sobre la peligrosa deriva que Mohamed estaba tomando.

Con la llegada de miles inmigrantes musulmanes de muchos países, Mohamed comenzó a juntarse solamente con ellos. Apenas salía del barrio. Para ganar algo de dinero, realizó algún que otro robo y pasó posturas de hachís. Le detuvieron, pero como era bravo se enfrentó a la policía que no tuvo otro remedio que emplear la fuerza para reducirle. Su ira aumentó exponencialmente.

Con la llegada de miles inmigrantes musulmanes de muchos países, Mohamed comenzó a juntarse solamente con ellos

Pero nadie de su entorno cercano hizo nada para detener aquel odio.

Lo que más desconcertaba a Mohamed, era que no notaba animadversión por parte de sus conciudadanos españoles. Que cuando iba a cualquier sitio a comprar ropa o tomar un café, le trataban como uno más. Y eso era inadmisible. Seguramente se trataba de una parodia, porque estaba convencido que para los otros, para los cristianos, él no era otra cosa que un tipo ajeno a ellos. Y no era así en realidad, pero en su mente no entraba que en España existía una democracia y no se discriminaba a nadie, fuese quien fuese. Mohamed comenzó a sentir que no pertenecía a una u otra cultura. Estaba entre dos mundos. Una tarde, acudió a la mezquita con unos amigos. Hacía tiempo que no iba al rezo, a pesar de las broncas de su madre. Tuvo una revelación al escuchar las palabras del Imán: ese era su universo, y no en el que vivía en España. Allí era respetado y pertenecía a un grupo fuerte y unido. No era el individualismo español y occidental, donde cada cual se busca las habichuelas por sí mismo. Se percató de que jamás sería un occidental, porque su cerebro estaba anclado en tradiciones del siglo XII, pero esto no lo sabía. Utilizó ese invento del diablo occidental llamado internet para ver vídeos en YouTube. Allí los hermanos musulmanes daban buena cuenta de los perros infieles cortándoles la cabeza. Se reía viendo las atrocidades mientras bebía té con menta.

Pero nadie de su entorno cercano acudió a las autoridades para solicitar ayuda.

Cuando su madre necesitó tratamiento médico por un cáncer de mama, Mohamed alabó la Seguridad Social española, que logró salvar la vida a la persona que le dio a luz. Mohamed, acudió cada día a la mezquita a dar las gracias a su Dios y allí tomó contacto con gente que le propuso alistarse en la yihad. Era necesario, decían, porque Alá necesita guerreros para luchar por los creyentes. Estaba claro que todo lo malo que le ocurría al pueblo musulmán era por culpa de Occidente. Un Occidente débil y corrompido por el sexo, las drogas y el alcohol. Un Occidente donde las parejas preferían tener un perro a un hijo. Debían conquistar el mundo para imponer la Sharia y el que no lo aceptase seria eliminado. Era necesario vengarse y para eso lo mejor eran las redes sociales. Así fue como aquel muchacho de Lavapiés fue captado a través de Facebook para el Estado Islámico. Mohamed viajó clandestinamente a Siria, lo que fue relativamente sencillo al poseer pasaporte del Reino de España. Allí se entrenó y conoció la guerra. Disfrutó de esa mezcla de miedo y adrenalina que da el combate. Por primera vez se sintió dueño de su destino.

Pero nadie de su entorno cercano se presentó en una Comisaría para denunciar que el joven había desaparecido y probablemente estuviese en Siria.

Cuando volvió, hizo una vida normal, esperando el momento de recibir órdenes para inmolarse como un mártir llevándose por delante a cuantos infieles pudiese. Estaba convencido de la superioridad moral y ética de los musulmanes y lo demostraría realizando un acto de fe, es decir una matanza. Al tiempo, Mohamed fue detenido por la Policía que encontró un arsenal en la casa que compartía con otros jóvenes como él.

Cuando los medios de comunicación preguntaron en su entorno cercano, todos -incluidos sus padres-, dijeron que no se lo esperaban, que era un chico normal, que la culpa era de España por no darle trabajo, por no dejar que se integrara con sus costumbres y su religión.

Tan solo eran lobos con piel de cordero.

José Romero

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