sábado, abril 27, 2024
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Los chicos de la UPC

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-Eran tiempos muy difíciles, Pepe.

El que habla así es Juan Antonio Montes, sargento retirado de la Policía Municipal de Madrid. Hemos quedado para tomar un café por el Centro, ya que hace tiempo que no nos vemos.

-Corrían los años ochenta del siglo pasado -continua. Madrid era una ciudad muy insegura. El país estaba en plena fase de cambio ya que hacía muy poquito que acabamos de inaugurar la democracia. El desempleo era galopante, la inflación se disparó. Una generación entera de españoles se vio sin futuro, mal preparada, sin estudios y se enganchó a la heroína. Los atracos a mano armada, robos, tirones de bolso, eran el pan nuestro de cada día. La gente tenía miedo. Se vendía droga en cada esquina. La policía gubernativa se encontraba en plena transformación y gran parte de sus efectivos eran destinados a combatir el terrorismo. Fue entonces cuando el Alcalde Tierno Galván, tomó cartas en el asunto y creo la Unidad de Protección Ciudadana (UPC), dentro del Cuerpo de Policía local. Los periódicos de la época se hicieron eco de la noticia con regocijo. Se escogió gente joven, con ganas de trabajar y los resultados no se hicieron esperar. Pronto, los delincuentes se dieron cuenta de que había una nueva Unidad en la calle, dispuesta a recuperarla para los madrileños. Mal armados -un revolver del 38 con seis disparos-, cuatro cascos y escudos -de chaleco anti balas ni habíamos oído hablar-, realizamos miles de detenciones en los años que duró la unidad. Controlamos los poblados donde se atrincheraban los vendedores de droga, detuvimos a decenas de atracadores, recuperamos cientos de coches robados con bicho (el ladrón) dentro, después de vertiginosas persecuciones. Éramos una gran familia, una hermandad, donde los veteranos eran respetados como padres; todos compañeros y amigos. Celebrábamos los cumpleaños o las despedidas de solteros y solteras al pie de una vieja encina, en el patio trasero de la Unidad que se hallaba en la casa de campo y que creo que todavía sigue allí. Gente dura, policías de raza. Se libraba poco y se cobraba aún menos, pero no importaba. La gente no quería librar, no fuera que se perdiese alguna buena intervención. Cuando el jefe pedía voluntarios para un servicio, nadie daba un paso atrás, siempre hacia delante. Fueron años de servir y proteger, de salvar vidas en los coches patrulla -la SAMUR no existía-, y de que algunos muriesen a pesar de nuestros esfuerzos. Vi  llorar a muchos compañeros por no haber podido hacer algo más. Éramos todo: psicólogos, enfermeros, policías. Teníamos valores que ahora son desconocidos para casi todo el mundo.

La gente tenía miedo. Se vendía droga en cada esquina

Montes se detiene unos momentos para sorber un trago de café con leche.

-A muchos, aquel trabajo les costó el divorcio, a otros la muerte, como a Jesus Rebollo asesinado por ETA, y a casi todos lágrimas y sangre. Lesiones, piernas rotas, brazos, muñecas jodidas, que con el tiempo han pasado factura. Por allí paso lo mejor de lo mejor, hombres y mujeres jóvenes y valientes, que lo dieron todo por el servicio. No teníamos hora de salir, y nadie se movía de la calle mientras un compañero estuviese liado en una intervención. Pero los tiempos cambiaron y ya no fuimos necesarios, se deshizo la Unidad y la gente fue trasladada a otros sitios. Ahora, muchos ya están jubilados como yo, otro fallecieron. Nadie nos dio las gracias por la ingente labor que realizamos. Nadie nos hizo un sencillo homenaje. Para los jóvenes solo somos veteranos que cuentan batallitas. No se nos respeta, muchos no habíamos ido a la Universidad, ni teníamos estudios superiores, pero sabíamos enfrentarnos a un yonqui armado con una chata (escopeta de cañones recortados) sin miedo. Ya ves, no somos más que la memoria de una época, una especie en extinción. Una mala época para los ciudadanos, donde la gente nos aplaudía cuando nos veía trabajar, no como ahora,

Al sargento Montes se le saltan las lágrimas tras las lentes de la presbicia. Saca de su bolsillo un escudo de fieltro.

-Aún lo conservo -me enseña un escudo verde ribeteado en amarillo con el escudo de Madrid en el centro y la leyenda “Protección Ciudadana”-. Jamás dejare de sentirme orgulloso de haberlo llevado en el brazo. Serví junto a los mejores, como agentes, compañeros y amigos. Ellos mismos se autodenominaban  “Los chicos de la UPC” y no simplemente como Policías, con toda la responsabilidad y grandeza que esa palabra conlleva.

Montes se limpia las lágrimas con un pañuelo de los antiguos, de tela, con sus iniciales bordadas, antes de despedirse. Anda despacio, que la edad no perdona.

Yo viví aquellos tiempos casi siendo un niño, pero los recuerdo perfectamente. Fueron muchos los que pusieron su granito de arena para que este país saliese adelante. Cada uno en su ámbito. Muchos son conmemorados, pero no aquellos Policías Municipales que lucharon contra el crimen, que limpiaron las calles de escoria para que los demás pudiésemos salir de noche sin miedo o ir al cine con la novia sin que un navajero te quitase la cartera.

Por eso, desde aquí, solo puedo darles las gracias y esperar que alguien se acuerde de todos esos servidores de la ley y les homenajee como Dios manda.

Gracias por lo que hicisteis chicos de la UPC.

José Romero

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