viernes, abril 26, 2024
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El plató del Congreso

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Se está diciendo mucho estos días que lo del Congreso es “un teatro”. Quía, no es un teatro, es un plató de televisión. La nueva política ya ha logrado convertir una sesión de investidura en el Sálvame de la investidura, después de lograr que el Hemiciclo fuera una leonera tipo Gran Hermano en la sesión inaugural, con los abrigos, zarrios y mochilas tiradas por cualquier lado. Bueno, eso o el cuarto de mi hijo, que también tiene lo suyo.

El problema es que convertir los discursos políticos en cortes o totales de televisión deja la oratoria parlamentaria mucho más entretenida, pero algo empobrecida. Que llame la atención que un parlamentario haga mención al Pacto de los Toros de Guisando, o al bálsamo de Fierabrás como una extravagancia, mueve a la tristeza. Bálsamo de Fierabrás es una jodienda para meterlo en un tweet, porque ocupa un montón de caracteres. Ahí se ve, Mariano, que no estás en la onda de las redes sociales. Los demás están mucho más modernizados en sus mensajes: “La cal viva”, “el cambio”, son mensajes nítidos y de fácil comprensión, una joya para meter en un tweet. Y para la tele.

Convertir los discursos políticos en cortes o totales de televisión deja la oratoria parlamentaria mucho más entretenida, pero algo empobrecida

Hay un axioma no escrito entre los tertulianos televisivos –gremio al que no pertenezco, por el bien de la televisión– que dice que la razón se la da el público al que habla fuerte y repite siempre lo mismo, inflexible, como una ametralladora. Y armas verbales de repetición abundan en este Congreso recién inaugurado. Una buena parte de los oradores se han fogueado en los Tómbola de la política que hoy proliferan en la tele.

En dos meses largos la escenificación ha sido propia de una serie B, una copia mala y con ínfulas de los clásicos televisivos americanos sobre política. Ha habido engaños arteros, desplantes chulescos, dogmatismo, malos modos, y pocas cosas productivas. Por pelear, hasta se han peleado por el sitio que ocupan en el Congreso.

El caso es que en el Congreso TV se han representado estos dos días unas escenas de Juego de Investidura, una novedad en la programación política española. El protagonista es un tipo bien plantado, con dientes de galán cinematográfico, pero el resto de elenco son tipos más bien mal hechos y caricatos. Solo uno, con rizos rubios y traje ajustado de corbata estrecha, ha seguido el juego. Todos saben que solo hay dos posibilidades de gobernación: una gran coalición que se rechaza básicamente por temor a las redes sociales, y un pacto a tres, dificultado por las diversas ansias de protagonismo y complejidades doctrinales.

Que 350 prohombres y promujeres de la Patria se encierren en el Hemiciclo durante dos días para escenificar una toma ya planeada e infructuosa parece un desacato al sentido común. Se trataba, al parecer, de conseguir que el galán mordiera el polvo dos veces, para después hablar en serio a partir de la segunda votación. Una segunda votación que se hará en la tarde noche del viernes, que ya hay que fastidiarse con las horitas. Y luego, hablarán. Sí, distinguidos lectores, luego hablarán, dos meses y 14 días después de las elecciones. O sea, 74 días después de que los españoles votaran. Esos 74 días han sido, al parecer, un tributo a pagar a la inmodestia, la arrogancia, el inmovilismo, la vagancia, los juegos de efecto, la chulería y la inmadurez de los políticos que hemos votado. O sea, que nosotros mismos nos lo hemos buscado.

El viernes llega la toma 2 de Juego de Investidura, con la sensación de una cierta tomadura de pelo. Vale, lo veremos por el plasma y lo contaremos.

Una programación ya vista, pero en la que ha faltado un programa prometido por Iglesias y Sánchez, se ve que la primera mentira de la legislatura. Dijeron que negociarían con cámaras, micrófonos y en ‘streaming’. No lo hubo. Vaya decepción. Se negoció sin luz y taquígrafo. Ya digo yo que no lo habrá en la segunda ronda, la que tendrá lugar ya 80 días después de las elecciones.

Tic, tac.

Joaquín Vidal

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