viernes, abril 26, 2024
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Lo que reluce y lo que es

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Seguramente lo habrán visto, ese anuncio de una conocida marca de coches en el que un amigo le cuenta a otro que ha tenido un sueño en el que su coche se estropeaba y en el que una conocida modelo responde: “Imposible, es alemán”.

Pues bien, con el escándalo de Volkswagen el sueño se ha convertido en pesadilla y lo imposible se ha hecho realidad. En honor a la verdad, los coches no se han estropeado, pero la compañía se ha venido abajo por el estropicio causado por el fraude con sus motores diésel: el sueño de eficacia, competencia y responsabilidad social corporativa de la empresa alemana se ha desvanecido tras quedar en evidencia el engaño cometido a lo largo de los últimos años con la venta de unos vehículos manipulados para ocultar las emisiones reales de gases contaminantes y, con ello, engañar a las autoridades y a los clientes.

El escándalo es grave, muy grave: tanto que, según el banco Credit Suisse, en el peor de los escenarios el coste que tendría que asumir Volkswagen podría llegar a alcanzar los 78.000 millones de euros. Para quienes no se hagan una idea del volumen de dinero del que estamos hablando, baste recordar que el último rescate griego, ese que nos mantuvo en vilo por la amenaza que suponía para la viabilidad del euro, se saldó por un monto global muy parecido: 86.000 millones.

En el peor de los escenarios el coste que tendría que asumir Volkswagen podría llegar a alcanzar los 78.000 millones de euros

Pero el escándalo va más allá de la inmensidad de las cifras, porque arroja luz sobre una realidad que Alemania ha tratado de ocultar poniendo el foco en las miserias de los demás, especialmente de los manirrotos países del Sur. Sin embargo, tras esa imagen de pujanza económica, tras esa proyección de superioridad moral trasladada a lo largo de estos duros años de crisis económica, se esconde una realidad más sombría.

La realidad de una banca que, al igual que la de otros países, tuvo que ser rescatada a base de inmensas inyecciones de dinero público –más de 18.000 millones en Commerzbank; más de 14.000 en Bayerische LB, más de 8.000 en HypoReal Estate y así un largo etcétera–.

La realidad de unas prácticas bancarias delictivas en su mayor grupo bancario, el Deutsche Bank, que le han llevado a tener que asumir multas de las autoridades de competencia a uno y otro lado del Atlántico por manipular los tipos de interés que se usan como referencia en las hipotecas y otros préstamos bancarios –700 millones en 2013, 2.500 millones en 2015–.

Y, ahora, la realidad de las prácticas fraudulentas de la empresa líder mundial de venta de vehículos, ejemplo de la pujanza industrial alemana y clave de su modelo económico: su inmensa capacidad exportadora.

Sí, Alemania es admirable por muchas cosas, desde su capacidad para reconstruirse a sí misma tras la II Guerra Mundial, hasta el proceso de reunificación tras la caída del Muro de Berlín, o más recientemente el ejemplo dado ante el desafío de la crisis de los refugiados y su liderazgo para que los socios europeos dieran una respuesta común al mismo. Pero toda esta retahíla de escándalos deberían hacerla reflexionar también sobre la humildad necesaria a la hora de juzgar a los demás: las mismas miserias que han sacudido al resto de socios europeos han sacudido a Alemania.

Igualmente, como europeos, el escándalo de Volkswagen también nos interpela sobre la autosuficiencia y superioridad con que a veces miramos y juzgamos a Estados Unidos: han sido investigaciones y agencias norteamericanas las que han revelado el fraude, no alemanas ni de ningún otro país europeo. Sería bueno tenerlo en cuenta a la hora de ponderar determinados argumentos que se esgrimen por ejemplo contra el tratado de libre comercio en negociación entre la UE y Estados Unidos: desde luego, si los controles sobre emisiones han fallado, no ha sido en aquel lado del Atlántico; y si alguien no se ha quedado de brazos cruzados ante el escándalo, no han sido las autoridades norteamericanas.

Mientras tanto, si los gobiernos de Alemania, Francia, Italia, Noruega o Suiza se apresuraban a abrir investigaciones sobre el fraude de Volkswagen, el Gobierno de Mariano Rajoy se lo tomaba con la parsimonia propia de un diésel, para anunciar, pasados los días, que estudia iniciar una reclamación por daños y perjuicios.

Es normal, aquí el presidente del Gobierno tiene disquisiciones más importantes en su cabeza, como tratar de convencernos a todos los españoles que “un vaso es un vaso y un plato es un plato”. Quizás cuando termine de explicarnos la vajilla esté en disposición de afrontar otras tareas quizás tan urgentes como esa. O no…

José Blanco

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