domingo, mayo 5, 2024
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Si el Bernabéu es un teatro, es porque durante siglos allí se dio una representación. Un equipo, los que iban de blanco, que jugaba a remontar la historia partido a partido hasta llegar al origen del juego, lugar misterioso cuya única luz es la infancia. El otro, vestido de cualquier color, que hacía como si competía, hacía como si jugaba; representaba un papel. El de inferior agarrotado por la certeza de la derrota y colgado de un orgullo teatral. Como un hombre en brazos de una mujer que le va arrancando los miembros con dulzura y determinación. Todo el mundo sabe. De ahí vino la herida que recorre buena parte del mundo civilizado. Para el hombre de clase media, educado en la ilusión de que todas las puertas pueden abrirse, no es fácil encarar la fatalidad. Y eso era el Madrid. Y eso es lo que ha recuperado con Cristiano. En el mundo que está más allá de los lindes, el Madrid se entiende de una forma más sencilla. Como una construcción que deglute la historia y se va extendiendo a la velocidad de los ejércitos antiguos. Una de las tierras que ofrece resistencia es Argentina. Es el lugar donde nació el fútbol como frontera ideológica. Los argentinos son capaces de desatender la realidad hasta atrofiar todas sus funciones básicas y, de levantar una arquitectura complejísima entorno a un juego. De ese trasvase que convierte lo real en parodia y el juego en carne y sustancia, viene la forma española de entender el fútbol. El menotismo, asumido por el barça y la intelectualidad como tratado de ética general. Valdano y sus malabares. El Atlético, su afición carnal y los cánticos de los fondos. Xavi y su discurso. Los conceptos, las ideas, el adversario más allá de la ley. Bilardo y la patada en la puerta. Se les escaparon dos cosas: el etnicismo del bilbao y el Madrid como cosa grande, religión de fin de semana y victoria segura para solidificar los cimientos de la clase media. Allá los únicos símbolos permitidos son los suyos, así que el Madrid tendrá seguidores, pero nunca súbditos. Y allá hay una resistencia ideológica que es la del intelectual sudamericano de izquierdas. Revolucionario en la charla y el ademán. Burgués en el mantel y en el amor. 

Así las cosas, Argentina no es permeable al madridismo pero la envolvente de este último equipo de Floren llega a todos los lados. Son demasiadas victorias sucesivas y la camiseta del Real es demasiado blanca. Desde lejos no se aprecia los resquicios vulnerables y lo que llega es el eco de la ola gigante que es posible imaginar. Sólo tienes que quedarte muy parado para que te atraviese. Ese es el mensaje, parecido al que emitían el Barça de pep o el Milán de sacchi, equipos muy diferentes pero que borraban la esperanza de los pensamientos del rival antes incluso de que pisara el césped. Hace unos pocos partidos, el Madrid daba miedo, y eso es algo tangible y contra lo que puedes luchar, pero lo que antes era hermoso, ahora es irreversible. El San Lorenzo saltó al campo con el partido resuelto en la previa. Allá se habló de encomendarse a la divinidad (como ante un desastre natural: algo que siempre ha buscado ser el Madrid); se habló de la diferencia de presupuestos (ya has perdido amigo); se habló del árbitro, del amor sublime de la hinchada y de la rabia que da Cristiano. No fue suficiente para espantar el miedo; y el San Lorenzo hizo un partido triste, para caer con orgullo, que es como pensar toda la semana en pedir al pelotón de ejecución que te quite la venda para que los demás sepan de tu valor. Un partido de una dignidad estéril.

Al minuto de juego, Kroos robó en tierras altas, Cristiano trianguló con Karim que encaraba al portero y el francés se tropezó con el césped de manera lamentable. Fue la única intervención divina en contra del equipo del mundo. A partir de ahí, todo lo argentino fue sucio, incluido la planta de sus jugadores que contrastan con el aire iluminado que tienen los del Madrid. No hubo trucos de guión, el plan era el previsto por los dos generales. El San Lorenzo atrofiaba la suma de continuidades madridistas que consigue tiempo y espacio para sus delanteros, con la ley del palo. James estaba rígido y lento, y cuando un jugador no está pleno de facultades, normalmente se esconde en algún lugar donde le sea fácil no destacar. Los tres centrocampistas merengues formaban una línea de futbolín sin posibilidad de avance. Adelante, tampoco se vislumbraba movimiento. Cristiano se guardaba en zonas interiores y Bale se desmarcaba con tanto sigilo que era invisible hasta para sus propios compañeros. Karim bajaba al centro para intentar formar esos triángulos evanescentes que consiguen llevar el balón al lugar donde se encienden las luces del gol; pero los argentos le corroían los tendones, le echaban ácido en cualquier parte del cuerpo y lo acabaron alejando de la jugada. A los 15 minutos el campo parecía una herida abierta. La tranquilidad del Madrid, era rigidez. Cada uno en sus posiciones sin agitarse demasiado para no llevarse una coz de más. Cada falta del equipo sudamericano era protestada con una coreografía muy trabajada en el potrero, aunque algo mentirosa ya que para que esa trampa cumpla su función, necesita de que el oponente pique el anzuelo. Y sólo Ramos se echó encima de la muleta. El resto permanecieron impasibles, inmaculados, especialmente Kroos, que nunca cejó en su cometido de ordenar el caos y aguantó el tinglado mientras su equipo marchaba impávido hacia el empate.

En el primer cuarto del partido, se demostró como un teorema que el fútbol entendido como belleza, espacio, pase y velocidad, era imposible. Y fue Ramos el que primero deshizo el entuerto con un pase prístino hacia Karim, que por fin se decidió a caer a banda. La ocasión no cristalizó porque los defensores sudamericanos sustraen el espacio como si tuvieran una aspiradora, y niegan al delantero no sólo la cortesía del metro que se le concede en Europa, si no la misma posibilidad del regate. No se tragan ningún amague (ellos inventaron eso); utilizan el cuerpo con la suciedad de los amantes, y rasgan y muerden cualquier cosa que entre en su terreno sagrado: el área. Ya que el pase estaba prohibido, Isco, que lleva el balón cosido por dentro, empezó a irse de rivales para aclara el panorama. Surgieron entonces, Bale y Carvajal, que andaban perdidos hasta que el malagueño les mostró el camino. El partido comenzó a tener tensión real. Hasta entonces tenía algo de simulacro. Pero llegaba el minuto 30 y el Madrid necesitaba marcar. Para que no se resintiera su equilibrio psíquico, para que los niños del mundo se olvidaran de sus penalidades, porque así lo ordenan las reglas del espectáculo. Cada minuto que pasaba, era un minuto ganado por los argentinos a su sentencia final. Se estaba erizando la superficie del lago, y muy abajo, estaba un cadáver. No se sabía quien. El Madrid pisa área de nuevo y los argentinos acribillan la pelota que huye asustada al córner. Hay escenas de lucha de clases en el área. La confusión es total. Nadie sabe quien es el obrero y quien el patrón. A Cristiano le piden la camiseta por las bravas. Cuchicheos, corrillos, la confusión del patio, Kroos que se dirige altivo a la esquina. A Ramos le afluye el mito a las sienes. Toni respira como antes de manejar la tormenta y pone un balón que se queda colgado en el interior del área el tiempo en que se tarda en abrir una navaja. Al andaluz lo agarran pero es de mármol y remata en artículo de fé. Hacia abajo, hacia dentro, hacia la victoria. Ramos es el grito y sólo está en el fútbol para contarnos la verdad. Cada gol suyo vale por toneladas de bisutería de otros jugadores. Es de los que hacen la historia. 

Al San Lorenzo le tragó la ola, y nada pudo hacer a partir de entonces. La esperanza lejanísima, que era el motor de su fuerza se desvaneció, y el Madrid comenzó a encontrar más fácil los caminos de su juego. Recién comenzada la segunda parte, hubo un vaivén del Madrid, con jugadas abortadas que volvían a los pies de los jugadores blancos. Los argentinos habían perdido el dominio del microclima, de la zona que va de un empeine a otro y que ahora obedecía al designio madridista. El caso es que la bola le llegó a Kroos que hizo de puente hacia Isco. El alemán aclaró la jugada como lo lleva haciendo desde la infancia. Y el malagueño envolvió la pelota en papel de regalo y jugó con la suerte más difícil de todas. El envío vertical hacia el área, que desarma a los amantes y desviste a los contrarios. Y allí, por fin, estaba Bale, que fue encontrado por el balón como si el galés saliera de la imaginación de Alarcón.

Bale le sacudió fuerte y al centro y el portero no tuvo el aplomo para interponerse entre el madridismo y el éxtasis.

Fue gol. Los cuerpos se relajaron y hubo en el partido una coda larguísima en la que el mundo volvió a ser una gran fraternidad. Y mientras, los argentinos se agarraron a su canto, a su singularidad única, para no ser engullidos por este nuevo continente que acaba de hechizar el Real Madrid.

R. MADRID, 2-SAN LORENZO, 0
R. Madrid: Casillas; Carvajal (Arbeloa, m. 74), Pepe, Ramos (Varane, m. 89), Marcelo (Coentrão, m. 44); Kroos, James, Isco; Bale, Benzema y Cristiano. No utilizados: Keylor (p), Medrán, Khedira, Chicharito, Nacho, Jesé, Illarramendi, Pacheco.
San Lorenzo: Torrico; Buffarini, Yepes (Cetto, m. 60), Kannemann, Mas; Mercier, Ortigoza, Kalinski; Verón (Romagnoli, m. 56), Barrientos y Cauteruccio (Matos, m. 68). No utilizados: Leo Franco (p), Quignón, Arias, Villalba, Blandi, Cavallero, Devecchi, Catalán y Fontanini.
Goles: 1-0. M. 36. Ramos. 2-0. M. 50. Bale.
Árbitro: Walter López (Guatemala). Mostró tarjeta amarillas a Carvajal, Ramos, Barrientos, Buffarini, Kannemann y Ortigoza.
Unos 40.000 espectadores en el estadio de Marraquech.

Ángel del Riego

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