viernes, abril 26, 2024
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Modiano, un Azorín francés

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Es sabido que al ensayar una biografía se suele caer en el modelismo, el paralelismo o la comparación. Pero es cierto que la minuciosidad, lentitud,  demorado texto, la frase corta, todo ello nos hace pensar en Azorín cuando leemos a Patrick Modiano.

Alarmado, un amigo literato me ha advertido de la herejía que puedo cometer al pretender comparar a nuestro escritor con el reciente premio Nobel. Pero lo siento, uno me recuerda al otro.

Azorín, denostado por unos (como Umbral), ensalzado por otros, (Mario Vargas Llosa lo escogió para su discurso de ingreso en la Real Academia), no despierta mucho entusiasmo entre los lectores de hoy. Y sin embargo su castellano es modélico, su deliberado ritmo lento constituyen una paz en nuestras lecturas, un puerto de abrigo al que volver de vez en cuando. Hay lecturas confortables y las del monovero lo son.

En mi opinión, se puede establecer un paralelismo entre ambos, con casi un siglo de diferencia. No por los temas, sino por la forma de abordar una cierta inmovilidad vital, que algunos tildan de falta de pasión, y por ese amor a las ciudades, al divagar, a la magia de las calles. Ambos escritores se fijan casi obsesivamente en el detalle, en la aparente monotonía de la vida cotidiana. Pero es que el detalle, aunque pueda parecer superfluo, nos hace comprender la situación del hombre si intentamos ver más allá de lo anecdótico. Esto es lo que hace Patrick Modiano con su escritura paciente, con largas descripciones de calles anónimas, con una vuelta permanente al pasado. Heredero, como tanto francés, de Proust, en ese gusto de la descripción pormenorizada, Modiano, sin embargo, a partir de lo nimio nos describe algo tremendo, como en Dora Bruder, la persecución, el miedo, la represión. Algo que no vivió pero que recrea como nadie, como es la grisalla, el miedo y desconcierto de los franceses durante la Ocupación. La prosa de Modiano, su particular ángulo de visión, y una especie de zoom montado sobre un estático trípode, es lo que cuenta.

Azorín, al relatar la vida de un pueblo español perdido, donde no pasa nada, nos está describiendo la España de la época mejor que muchos tratados de sociología. Pero el escritor de Monóvar tampoco renunció a la denuncia social, a la crítica de la decadencia. No se deleitaba en el pasado sino que lo interpretaba. Azorín, en sus páginas sobre París parece un precursor de Modiano: “Viajar en el Metro sin tener que ir a ninguna parte es divagar lenta, despaciosamente, por largas galerías; sentarse un momento en los bancos; bajar en una estación desconocida y volver a emprender la marcha para descender en otra estación que tampoco se conocía;…” (París, Biblioteca Nueva, 1945). Los bancos, los squares, las pequeñas tiendas, las hojas del otoño, todo reclama su atención.

Y ambos tienen la amabilidad (los dos, corteses, prudentes, modestos) de hablarnos de escritores y libros olvidados pero valiosos, de lugares triviales pero significativos. Sus libros abren, no cierran.

Modiano publicó muy pronto, a los veintidos años, y con éxito, El lugar de la estrella, La place de l’Étoile, un juego de palabras en francés (el lugar de la estrella amarilla de los judíos durante la ocupación nazi y la Plaza de la Estrella, del Arco del Triunfo, hoy rebautizada Charles De Gaulle). Desde entonces ha seguido goteando sus pequeñas novelas, que parecen más capítulos de una misma obra. No pasa aparentemente nada, como en muchas obras de Azorín. Muchos de los edificios y establecimientos parisinos que cita ya no existen. Son una oración fúnebre por París. Intercala sabiamente retazos de su propia vida, a veces diacrónica, como si hubiera vivido en los los años de la guerra, cuando nació en 1945. Describe casi el mismo París, por otra parte, en el que José Martínez Ruiz vivió dos etapas largas de su vida, durante la Primera Guerra Mundial y antes de la Segunda y que llamé en un artículo “el paseante inmóvil” (http://lalineadelhorizonte.com/blog/azorin-en-paris-el-paseante-inmovil/ ). Parece casual que Azorín viviese en la rue de Tilsit, junto a la place de l’Etoile, siendo un barrio que vuelve en las páginas del francés una y otra vez.

Muchos han escrito sobre la Ocupación pero pocos han sabido captar ese ambiente, esa neblina del tiempo, las sombras de los sucesos, “el vago reflejo de la realidad”, como él dice. Modiano dejó claro que cuando habla de judíos, se puede referir a negros, a perseguidos, a los excluidos. No es el judaísmo lo que centra sus libros, aunque su cultura personal, sus raíces, le lleven hacia él. El llamado campo de Drancy, junto al aeropuerto Charles De Gaulle-Roissy, es aun hoy un banal conjunto de bloques de viviendas baratas, que se conservan. De allí saldría Dora Bruder para Auschwitz. Modiano nos expresa eso que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal.

Si Azorín estuviera debidamente traducido al francés –me temo que no-, me gustaría regalarle, para que se regale, algunas de sus obras al elegante, educado y azoriniano francés.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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