viernes, abril 26, 2024
- Publicidad -

Demasiados cadáveres en la morgue europea

No te pierdas...

Bajo los escombros de sus proyectos agonizan muchos dirigentes políticos. La tormenta provocada por los mercados de capital, convertida en una borrasca huracanada, está derribando los palacios gubernamentales en media Europa. Un furor inclemente que no respeta estructura alguna, sea de derechas o de izquierdas. La cadencia del fenómeno es muy parecida: primero se oscurecen los cielos de nubarrones financieros teñidos de burbujas inmobiliarias o bancarias, después comienzan a caer aguaceros de millones de parados que no consumen ni pagan impuestos, sólo gastan. Finalmente, las riadas de déficit público y empréstitos ruinosos se convierten en un problema político que arrasa todo lo que se encuentra a su paso.

Primero fue Brian Cowen y su primavera liberal de crecimiento apabullante en Irlanda. Un milagro que llegó a enseñarse en las universidades. Cuando el buen hombre se quiso dar cuenta, y a pesar de las plegarias a San Patricio, se le había marchitado el trébol en la oreja: en los bancos de la república no quedaba un euro, sólo pasivos tóxicos y deudas impagables. José Sócrates, en Portugal, un socialista de buenos principios, ganó holgadamente las elecciones, pero heredó un país en quiebra. Aplicó la correspondiente cura de caballo, hasta que las multitudes de portugueses le obligaron a rebajar el tratamiento. Nada mejoró y la Comunidad Europea confiscó a nuestro país hermano. Segunda víctima. La lista de muertos en combate económico, se agrandó con el nombre de Yorgos, de la dinastía de los Papandreu, hijo y nieto de presidentes griegos, socialista también, ganador por su parte de los comicios en su tierra helena, y heredero repetido de su correspondiente crisis secular y de una clase política de chanchulleros y mentirosos que habían impuesto un sistema fiscal que no controlaba nadie. Papandreu se resistió, amenazó, paralizó la cirugía que le recomendaban desde Bruselas y finalmente recibió la lanzada mortal. Nuestro Zapatero no desplegó a tiempo el paraguas y cuando se quiso resguardar en la Moncloa, estaba calado hasta los huesos de déficit y deuda soberana. Recibió el ultimátum europeo y se presentó a sí mismo una moción de censura, que le permitió corregir el rumbo. Quedó, sin embargo, maldito él y todos sus descendientes. Por muchos esfuerzos que haga Rubalcaba, tiene perdida la eliminatoria, le vencieron por goleada en el partido de ida y en su propio campo. Dos muertos, Zapatero y Rubalcaba, por el precio de uno.

Muy cerca de nosotros, en el mapa de Europa, perdonen ustedes, en el mapa del Euro, está Italia. La cuarta economía del continente, con una deuda que supera el 120% de la riqueza que es capaz de producir, está en el disparadero. Parecía que nada podía tumbar a Il Cavaliere Berlusconi, ni sus astracanadas, ni las pimpollas que frecuentaba, ni los escándalos financieros protagonizados por sus empresas, ni los procedimientos judiciales pendientes, ni siquiera los abusos de poder que le caracterizaban. Pero llegó la prima, la de riesgos se entiende, rozó el límite de los 600 puntos y el presidente Napolitano recibió las correspondientes llamadas de los gurús europeos. Desde ese momento la campanilla del viático tintinea por las calles de Roma.

Muchos nos preguntamos para qué sirven las elecciones en la Europa periférica. Pensamos que si un presidente lo hace mal, lo que tiene que hacer es dimitir y convocar a los votantes para que determinen quien lo tiene que sustituir. El atajo de colocar tecnócratas para gobernar naciones soberanas es un golpe de estado encubierto de los mercados y los europeos nos convertimos en meros comparsas del proceso. Sobre una hoja de cálculo en blanco es muy fácil teorizar. Se suprimen, por ejemplo, los costos de la sanidad pública y se acabaron los problemas. Así de sencillo. Sólo los políticos pueden interpretar los números y dar respuestas sociales. El problema es que en la morgue europea ya no caben más cadáveres.

Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.

Fernando González

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -