viernes, abril 26, 2024
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El Tea Party pierde otra ronda

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Fue otra jornada tan estupenda como cualquier otra para ser miembro de la élite de Washington.

La tarde del miércoles, la Cámara aprobaba a rodillo un trío de acuerdos de libre comercio sin un suspiro de reparo de la representación Republicana. Finalmente, transcurridas unas horas del debate, el congresista Republicano de Carolina del Norte Walter Jones se levantaba para pedir a sus colegas legisladores del movimiento fiscal que prestaran atención a los que les votaron.

«Aquí tenemos un 9,1% de paro más o menos en este país, debido sobre todo a que la élite de Washington nos obliga a tragar estos acuerdos de libre comercio destructores de puestos de trabajo», se quedaba afónico Jones en el pleno de la Cámara. «Es hora de empezar a escuchar la voluntad del pueblo estadounidense, de hacer lo que revierte en interés de la mayoría del pueblo estadounidense, no en el interés de extranjeros que quieren ocupar nuestros empleos con desesperación».

Fue un discurso apasionado, pero inútil. Los legisladores, incluyendo a la aplastante mayoría de los Republicanos del movimiento fiscal tea party, votaron a favor de los tres acuerdos de libre comercio, que venían encabezando la lista de prioridades de la América corporativa.

Fue solamente uno de los favores del tea party a las multinacionales. Horas antes, el presidente de la Cámara John Boehner dejaba claro que protegería los intereses de la élite corporativa evitando una guerra comercial con China. Se negaba a considerar un proyecto de ley que habría penalizado a China por su manipulación de la divisa, diciendo tener «dudas importantes». (El proyecto de ley habría salido adelante fácilmente de haber tenido oportunidad).

Boehner y sus colegas Republicanos no se equivocan por fuerza en su deseo de ampliar la actividad comercial con Colombia, Panamá y Corea del Sur, ni a la hora de impedir un conflicto de represalias con China. Pero el apoyo Republicano a los acuerdos de libre comercio y la negativa de la cúpula a considerar la legislación de China demuestran en qué parte de Washington sigue residiendo el poder.

A pesar de todo el revuelo del fomento populista — tea party por la derecha y el nuevo movimiento Occupy Wall Street por la izquierda — los intereses empresariales siguen llevando las riendas. Obligados a elegir entre sus votantes y sus donantes, los legisladores no dudan en elegir a los segundos.

No hay muchas dudas de la postura de los fieles del tea party en el libre comercio. Un sondeo del Pew Research Center dado a conocer el año pasado concluía que sólo el 24 por ciento de los partidarios del movimiento fiscal creen que los acuerdos de libre comercio son buenos para América.

Esas opiniones apoyaron la postura del senador Lindsey Graham cuando el legislador Republicano de Carolina del Sur argumentaba la tarde del miércoles que los líderes Republicanos de la Cámara debían de considerar el proyecto de ley de penalización a China, que superaba el martes el Senado con 63 votos. «Es muy importante que la cúpula Republicana de la Cámara permita el trámite de esta legislación», decía Graham en rueda de prensa con su colega Republicano de Alabama Jeff Sessions y tres homólogos Demócratas. Los que intenten evitar la votación en la Cámara «cometen errores de cálculo en la postura de este país en la materia», decía.

Por supuesto, Boehner y compañía no han cometido error de cálculo ninguno. Precisamente no ponen fecha a la votación porque saben que la opinión anti-China se va a imponer. Graham realizaba una evaluación más precisa de la situación al decir: «Nos enfrentamos a un montón de personas con interés en conservar el estatus quo».

Algunos Republicanos del movimiento fiscal de la Cámara, como el congresista de Florida Allen West, se unían a la votación del anteproyecto de China, pero Boehner no tiene ningún plan de presentar la «peligrosa» legislación. «Lo que no considero apropiado es que el Congreso de los Estados Unidos debata esta cuestión, ni hacerlo en un foro legislativo», decía a la prensa el miércoles. Advertía del «riesgo muy grave de guerra comercial».

Una división parecida ha surgido entre los Demócratas a tenor de los proyectos de ley de libre comercio. El congresista Demócrata de Maine Michael Michaud se quejaba en el pleno de que la legislación de libre comercio «no sirve para reducir nuestro 9% de paro, pero las grandes empresas y los bancos la quieren, así que el Presidente Obama va a tener que ceder a la élite de Washington una vez más».

La congresista Demócrata de Ohio Marcy Kaptur elogiaba en la práctica al movimiento fiscal mientras denunciaba a los legisladores de los dos hemiciclos del pleno. «¿Alguien presta atención?» exigía saber. «Es otro ejemplo más de la poderosa élite de Washington totalmente ajena a la clase media y al pueblo estadounidense». Haciendo señas a la representación Republicana y luego a la Demócrata, decía: «Me enorgullecen los activistas fiscales que están por ahí organizando, y me enorgullece la gente de Occupy Wall Street porque ella os dice amigos que no estáis en sintonía aquí en Washington».

Ellos pueden no estar en sintonía con sus electores. Pero con los que financian sus campañas están perfectamente alineados.

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Dana Milbank

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