viernes, abril 26, 2024
- Publicidad -

Chupar y beber

No te pierdas...

Linda Lovelace fue una estrella del porno americano de los años 70 que protagonizó una película llamada “Garganta Profunda”. La primera película porno de la era moderna y, desde luego, la más influyente. En ella, Linda hacía el papel de una chica que tenía el clítoris en la garganta. En lugar de la campanilla tenía el clítoris y ella, para llegar al orgasmo, tenía que introducirse el pene hasta lo más profundo de su garganta y frotarse con él. Algo imposible. De película. Aunque debo decir que una amiga mía hacía también cosas increíbles con la boca. Era la mayor experta que he conocido en felación. Para ella, lamer y chupar era un juego maravilloso. Se podía pasar media hora haciendo una felación. Nunca se cansaba. Es cierto que ella no tenía el clítoris en la garganta y que sus orgasmos eran manuales, en la mayoría de los casos, pero estoy convencido de que podía haber sido la Linda Lovelace española.

Para ella, una felación no era un acto sexual cualquiera. Era tan exquisita en ella que, difícilmente la llevaba a cabo en el coche, en el cine o en un sofá. Para ella, toda buena felación tenía su rito. Y ese rito empezaba conmigo sentado sobre el borde de la cama y con el pene flácido y ella arrodillada frente a mí con una botella de Baileys Irish Cream y un vaso ancho en la mano.

A partir de ese momento, cogía la botella de Baileys y vertía dos deditos de líquido en el vaso. A continuación, metía mi pene flácido en el vaso y mojaba su punta en él para, a continuación, introducirlo en su boca y degustarlo con fruición para ir sintiendo, poco a poco, como aumentaba. Eso le encantaba. A mí me costaba mucho mantener la flacidez del principio con tanta ritual pero tenía que hacer el esfuerzo para que ella sintiera como aumentaba mi poderío. Le volvía loca.

Después, lo lamía. Lentamente. Salivando muchísimo. Resbalando la lengua. Siempre de abajo hacia arriba. Moviendo se a compás. Y vuelta a empezar. Y vuelta a mojar en Baileys. Ahora con más dificultad por la erección. Y vuelta a chupar. Y vuelta a beber. Porque todo consistía en chupar y beber mientras yo me abandonaba totalmente. Dejándome ir. Dejándome hacer. Muerte dulce. Y otra vez. Y otra. Hasta que yo no podía mantenerme sentado y me dejaba caer hacia atrás.

Pero aquella mujer lo sabía todo sobre la felación. Y cuando sentía que yo me iba a ir, paraba. Y mientras que se me pasaba, bebía un sorbito de licor. Gustándose. Y vuelta a empezar. Y así pasaban los minutos. Nunca supe si le gustaba más mi verga o el Baileys.

Después, hacía que me tumbase a lo largo de la cama. Y volvía a jugar con mi pene. Y volvía a usar su lengua. Ahora, ante la imposibilidad de meter mi pene en el vaso, vertía sobre él gotitas. Y, al final, empezaba a usar los dedos.  Sólo dos dedos. Y más la saliva. Y la garganta. O eso me parecía a mí.

Al final, lejos de cogerlo con la mano de una forma grosera y brutal, subía los dos dedos hasta la base del glande y yo ya sentía que no podía detenerme. Dos pasadas más. Y no me detenía. Levitaba. O eso creía.

Ella, en cuanto sentía que comenzaba a bajar la erección tras el orgasmo, volvía a mojar mi pene en el vaso y se lo metía de nuevo en la boca.

Pero esta vez no hacía nada. Sólo lo mantenía en la boca mientras se tocaba hasta llegar al clímax.

Como era natural, después se quedaba dormida. Tampoco supe nunca si como consecuencia de su explosión o del Baileys. Y, a partir de ahí, a mí no me quedaba más remedio que ir a la cocina, coger otro vaso, echarle unos cubitos de hielo y esperar que se despertase bebiéndome un Baileys On The Rocks.

Memorias de un libertino

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -