viernes, abril 26, 2024
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La broma de las transparencias

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Lo mínimo que podrían hacer los votantes valencianos del Partido Popular es una cuestación  a favor de su presidente Francisco Camps. Porque,  vista  su declaración de patrimonio de  13.551 euros, un casi desvencijado automóvil, la mitad de una vivienda valorada por el catastro en 111.442 euros y un  exiguo plan de pensiones, podremos convenir que,  si no como  un hombre pobre, podríamos catalogar a Camps como un ciudadano económicamente necesitado que, seguramente,  pasará serias dificultades para terminar airoso el mes.  Sobre todo para mantener la dignidad de su honorable cargo.

Ahora entendemos por qué tuvieron que regalarle -supuestamente-  unos trajes que, evidentemente,  el mismo no pudo sufragarse.

De aquí que una cuestación popular,  entre los más de un millón doscientos mil votantes que decidieron otorgar su confianza al PP  valenciano,  debería ponerse en marcha urgentemente para dignificar la vida de su  Presidente. Y, sobre todo, para asegurarle también dignidad y un cierto confort  una vez que las urnas, o el mismo,  decidan alejarle del poder político. Por lo menos una ayudita para reemprender con cierta holgura  su nueva vida de hombre de la calle,  después de tanto tiempo dedicado a servir desinteresadamente a su país. Un solo euro por votante pondría las cosas en su sitio justo.

Y ahora en serio.

La publicación del patrimonio de los políticos,  tanto al comienzo como al final de sus mandatos, debería ser una norma aceptada y cumplida por todos ellos. Porque sin transparencia la democracia se deteriora y deja de ser democracia real. Esa demanda, que ha comenzado a ponerse en práctica,  fue tildada por muchos  de tic populista, pero no es así; no es así si se hace de manera cierta, ética  y honesta.

Por eso, cuando se escabullen ingresos mediante la utilización de testaferros, o los patrimonios  existen y son cuantiosos, aunque ocultos en sociedades no explicitadas y puestas a nombre de familiares más o menos cercanos; cuando las cantidades declaradas son hasta  todo punto increíbles, por la lógica de una simple aritmética de ingresos y gastos, la transparencia se convierte en burla: una burla cruel para esos ciudadanos que si tienen que apretarse el cinturón hasta la hebilla, o que acuden cada día a buscar su sustento en centros de caridad.

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Victoria Lafora

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