domingo, mayo 5, 2024
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España sin defensor

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Comprendo que, tras los episodios melodramáticos que los partidos mayoritarios han protagonizado y siguen protagonizando para la renovación de cargos en instituciones fundamentales de nuestro sistema jurídico-político, a muchos de los proveedores cualificados de opinión para las masas les haya pasado desapercibido que nos estemos aproximando al primer aniversario de la situación de interinidad en una de las magistraturas esenciales de nuestra arquitectura constitucional, más por su auctoritas que por su potestas, cual es el Defensor del Pueblo.

La figura, que en su inicio fue recibida con enorme escepticismo desde los más diversos ámbitos, ha ido arraigando de manera continuada y consistente en nuestro entorno jurídico-constitucional al tiempo que ha venido aumentando de modo creciente su percepción positiva entre los ciudadanos, que valoran este último baluarte del prestigio y la independencia en la defensa de sus derechos. A esta evolución favorable en el reconocimiento de la institución no es ajena, ni mucho menos, la personalidad de sus sucesivos titulares que han ido imprimiendo carácter a la magistratura, Ruiz Jiménez, Gil-Robles, Álvarez de Miranda y, de modo muy especial el último, Enrique Múgica Herzog, único de los cuatro que suscitó el consenso para renovar tras su primer mandato y, por lo tanto, el de más larga trayectoria al frente de la institución.

En las circunstancias actuales, resulta especialmente incomprensible que los partidos mayoritarios tengan a España sin Defensor del Pueblo cuando cuentan con la opción más sencilla, eficiente y que concitaría sin duda un amplio respaldo, como es la de elegir nuevamente a Enrique Múgica. En cuanto a su trayectoria personal poco hay que se pueda añadir a lo que ya está en los libros de Historia y que se podría resumir con facilidad en una frase: compromiso inquebrantable y coherente en la defensa de la libertad. En lo que se refiere al desempeño de su cargo como Defensor, su actitud ha sido exactamente la misma, mostrando la misma firmeza ante el gobierno del PP en relación con las sombras de la Ley de Extranjería que ante el del PSOE a la hora de defender la necesidad de enmarcar la reforma del Estatuto de Cataluña dentro de los límites de la Constitución.

A nadie se le oculta que, desde algunos sectores del PSOE y del nacionalismo catalán, no se perdona a Múgica el pecado de haber promovido la presentación del recurso de inconstitucionalidad contra El Estatut (así, por antonomasia). Mas quedan en evidencia quienes de forma expresa o tácita, manifiesta o sugerida, señalan a dicho recurso como el obstáculo para una renovación del donostiarra al frente de la Defensoría. Y es que parecen olvidar que el Tribunal Constitucional estimó parcialmente el recurso patrocinado por Múgica, tanto con declaraciones de inconstitucionalidad expresa como con la delimitación del alcance interpretativo que es admisible para muchos otros preceptos de la Ley Orgánica en el marco de la Carta Magna. Por lo tanto lo que se le podría reprochar a último Defensor sería precisamente lo contrario, de haber sucedido; el haber actuado de otra manera y permanecido inmóvil haciendo dejación de sus funciones como garante de la defensa de la Constitución.

Donde el Parlamento catalán y el Parlamento español (¡Ay, Alfonso Guerra! ¿qué quedó de tus cincuenta indomables y tu cepillo?) fallaron a la hora de encajar la norma autonómica fundamental en la clave de nuestro sistema político, justamente ahí fue donde Múgica, haciendo gala de la independencia que le amparaba para defender la norma fundamental del Estado, procedió conforme a su compromiso inquebrantable y coherente. Y nadie puede poner en duda que hizo lo correcto, a la vista de lo que el Tribunal Constitucional resolvió después.

Cuentan que una vez, cuando Enrique Múgica militaba en el PSOE, en plena controversia entre renovadores y guerristas alguien le inquirió sobre su eventual adscripción a alguno de los bandos en liza, a lo que el interrogado respondió simplemente “No, es que yo ya estaba…”. Sea veraz o no la anécdota, lo cierto es que en el momento actual Múgica Herzog representa una garantía de independencia por encima de la lucha partidista, de imparcialidad y sentido de Estado y de experiencia en el desempeño de la función, que lo perfilan de forma nítida como el Defensor que España necesita y reclama.

Juan Carlos Olarra

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