Ernesto fue una estrella de la televisión. Tiempos lejanos de Aznar. Después volvió como elefante en cacharrería a Telemadrid. Con buen instrumento, bien se toca. Y de ahí pasó a convertirse en un gurú de la TV. Y de la radio. La COPE le fichó como si fuese la estrella que no era y Veo 7 no se dio cuenta de que los tiempos habían cambiado y Buruaga había sido pero ya no era.
Así es la vida.
Su estilo tan correcto, tan delicado, tan urbano es de otro tiempo y de otro lugar. Como le pasó a Iñaki Gabilondo.
En la TV de Pedro J. Ramírez está tan cuestionado que no le han puesto ya en la calle por problemas contractuales -y no están los tiempos para tirar cohetes-, pero está muerto porque no ha sabido hacer espectáculo. O mejor, no ha sabido hacer la TV del Siglo XXI. Y eso no se perdona.
En la radio no transmite. No llega. Es técnicamente perfecto pero su forma de hacerla sólo es buena para un taller de radio. No traspasa. No comunica. Ni frío ni calor. Cero grados que diría aquel ministro asturiano de Felipe González. Y eso es ir cuesta abajo.
Y así se lo he contado.
Pinocchio