viernes, abril 26, 2024
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Demócratas bajo tensión

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Los políticos bajo tensión tienden a confirmar, no a refutar, las críticas que les metieron en problemas desde el principio. Los políticos que dudan, vacilan. Los políticos sin autocontrol explotan.

Los Demócratas están sintiendo una enorme tensión política. Los independientes han abandonado a la coalición de Obama, principalmente por la preocupación por la deuda, el déficit y el gasto público. La fuerza está totalmente de parte del bando Republicano y conservador. Una reciente encuesta Gallup concluye que el porcentaje de votantes Republicanos que afirman estar «muy entusiasmados» por participar en los comicios de 2010 es el doble del porcentaje de Demócratas que dicen lo mismo (44% frente a 22%). El índice de popularidad del Presidente Obama se descuelga ya del 40%, con mayorías sólidas que condenan su gestión de la economía, sus déficits y su reforma sanitaria.

Por este camino, los Demócratas ven alejarse la Cámara, su mayoría en el Senado amenazada, y un presidente que resulta ya demasiado divisorio para comparecer rentablemente en muchos distritos electorales.

¿Pero cómo han decidido responder los Demócratas a nivel nacional? Con una serie de tácticas que agravan sus problemas más graves.

En primer lugar se sitúa el retrato de los Republicanos como «el partido del no», habitado por obstruccionistas que impiden el trámite de las legislaciones necesarias para generar empleo y mejorar la economía. El Vicepresidente Joe Biden se valía hace poco de esta crítica para hablar del paquete de estímulo. «Hay un montón de gente que en aquella época dijo que era demasiado pequeño», decía. Si no hubiera sido por la oposición Republicana, «Yo creo que habría sido mayor». Sin duda lo habría sido.

Esta es la respuesta de Biden a la inquietud económica estadounidense: si los Demócratas tuvieran un control aún mayor en Washington — aún más influencia que ostentar la presidencia y ambas cámaras del Congreso — habrían gastado más de 862.000 millones de dólares en el estímulo. En lugar de cortejar las inquietudes fiscales de los independientes, Biden alimenta activamente estos miedos — promocionando los efectos moderadores de una administración repartida.

Con la reforma sanitaria y el gasto público masivo, los Demócratas han elegido un combate a cuenta del tamaño y el papel de la administración. La respuesta Republicana, en este momento, consiste sobre todo en gritar «¡Basta!» En una carrera presidencial — que exige tener un programa nacional positivista — esto no bastaría. En un referéndum legislativo a cuenta de los resultados del presidente y el Congreso, tiene sentido más que suficiente.

Una segunda táctica ha consistido en identificar a los Republicanos con el extremismo del movimiento de protesta fiscal, tras los pasos de la forma en que los Demócratas intentaron identificar con anterioridad a los Republicanos con la derecha religiosa. Como en el caso anterior, hay extremos que merecen crítica. Pero entre la cuarta y la tercera parte de los estadounidenses se identifican de una forma u otra con el movimiento de protesta fiscal. Como señala William Galston, de la Brookings Institution, los estadounidenses se sitúan actualmente sobre el espectro ideológico más próximos al movimiento de protesta fiscal que al Partido Demócrata, al que consideran cada vez más progre.

Los ataques Demócratas crudos sobre el movimiento de protesta fiscal resultan ofensivos a un amplio grupo de electores. Y el tirón político de los populistas conservadores sólo se acentúa gracias al desprecio que manifiesta la élite.

La tercera respuesta a los malos vientos Demócratas consiste en culpar a George W. Bush — la táctica preferida actualmente por Obama. Esta semana, Obama achacaba a Bush los problemas económicos del país y simultáneamente trataba de cosechar el mérito por el éxito de la estrategia de Bush en Irak (una estrategia a la que Obama se opuso vigorosamente).

El problema de los Demócratas se sitúa en el contraste. La mayoría reconocerá que el ex Presidente Bush ha demostrado tener una tremenda clase desde que abandonó la presidencia, negándose no sólo a morder el cebo de las críticas sino accediendo a participar en los esfuerzos estadounidenses en Haití cuando Obama lo solicitó. Del comportamiento de Obama, «clase» no es el adjetivo que viene a la cabeza. Las críticas interesadas de Obama más bien parecen mezquinas, petulantes e irritantes. En una nación cada vez más escéptica con el estilo rector del presidente, Obama está fomentando esos interrogantes.

Echar la culpa a Bush le hace progresivamente menos creíble. Tras 18 meses de dominio sobre cada rama electa de la administración y cumpliendo muchos de sus deseos legislativos, los Demócratas parecen sorprendidos por la llegada del momento de rendir cuentas. En materia económica en particular, los inversores y los creadores de puestos de trabajo no toman decisiones basándose en culpabilidades; toman decisiones basándose en la confianza en las políticas en vigor. Ahora mismo, ven déficits incesantes y probables subidas tributarias. Y tienen escasos motivos de confianza.

Pocas veces funciona en política responder a un cambio de tendencia que se avecina mediante cambios marginales en las tácticas políticas. Las formaciones en general no cambian sus políticas ni moderan su ideología hasta después de recibir un varapalo de los votantes. Pero los tensos Demócratas están complicando en realidad su propia tarea — alienando aún más a los independientes, provocando al tirón conservador, practicando una petulancia nada atractiva y haciendo más probable el rapapolvo en noviembre.

Michael Gerson

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