sábado, abril 27, 2024
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Soluciones liberales, hoy mejor que mañana

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Mi admirado compañero Jesús Cacho, probablemente uno de los periodistas económicos más leídos e influyentes de los últimos años de nuestro país, ha publicado este fin de semana en El Confidencial un resumen demoledor -por lo analítico y expresivo- no tanto de aquel terrible 11-M de seis años atrás, como de sus graves consecuencias sobre la política y la vida de nuestro país. Por las razones que sean, que admiten análisis muy diversos, el hecho cierto es que aquel terrible atentado terrorista islámico alteró la reciente historia de España al producir, como señala Cacho, «un cambio de Gobierno que ha resultado ser mucho más: casi un cambio de modelo social propulsado por las iniciativas legislativas de un Ejecutivo que ha intentado una gran operación de ingeniería social reescribiendo, primero, la reciente historia de España (…) y remodelando, después, o tratando de hacerlo, el ‘inconsciente colectivo’, en terminología de Jung, de los españoles, mediante una batería de leyes destinadas a alterar las pautas de conducta moral de los ciudadanos», valoración que cualquier observador objetivo suscribirá desde la primera a la última línea.

Lo fundamental del desolador análisis de Jesús Cacho viene después, cuando escribe que «los cambios introducidos, o su mero intento, han sido de tal calado que obligan a replantear en toda su crudeza la cuestión fundamental del quid prodest referida a la masacre del 11-M». Y contra la versión oficial advierte que no caben «ni teorías conspiratorias estilo Orquesta Mondragón, rozando a veces la paranoia, ni soluciones de conveniencia que ni han conseguido identificar a los culpables de la masacre ni, mucho menos, a sus autores intelectuales». En su opinión, «los atentados siguen despidiendo el mismo tufo que exhalaban pocos días después de ocurridos: operación típica de servicios secretos, en cuyo abecedario figura la posterior eliminación física de los autores de la matanza (Leganés) para borrar pistas. ¿Servicios secretos extranjeros con apoyos puntuales internos, o viceversa? La pregunta clave sigue siendo ésta: ¿quién marcó la fecha para volar los trenes justo tres días antes de unas elecciones generales?». El anterior análisis, por tan alejado de las absurdas teorías conspiratorias, resulta más terrible por lo que sugiere que por lo que literalmente dice.

Es verdad que, en los días siguientes al trágico 11-M, el país estaba, al mismo tiempo, cansado de lo que Cacho denomina «la soberbia de Aznar» y «dolorido por la terrible crueldad del atentado terrorista, con lo que demandaba un Gobierno y un presidente dispuestos a cerrar heridas y repartir bálsamo por doquier, porque ese presidente se hubiese hecho con la ciudadanía entera en dos días». Concluye el analista citado que «Zapatero eligió, sin embargo, la vía de la confrontación mediante el recurso artero de gobernar para quienes le votaron, abriendo de nuevo en canal la división entre las ‘dos Españas'». Y añade que «(…) por distintos motivos, casi todos hemos preferido mirar hacia otro lado y callar. El PSOE, porque la matanza posibilitó la llegada a la Moncloa (…) Y el PP por miedo, terror más bien, a ser tildado de desestabilizador y facha».

El caso es que las elecciones generales del 2008, ya lejos del impacto emocional del 11-M, mantuvieron nítidamente a Rodríguez Zapatero en la Moncloa, lo que da que pensar sobre la incapacidad de la oposición en dos cuestiones fundamentales: la primera de ellas, poner de manifiesto que no la crisis económica misma, pero sí la terrible profundidad alcanzada por la crisis en nuestro país, con estremecedor deterioro de la economía y no menos estremecedores porcentajes de paro, son en gran parte, y por lo menos en lo que hace a su intensidad añadida, fruto de la notoria incapacidad del actual Gobierno para hacerle frente y, sobre todo, de la extraordinaria incapacidad de Rodríguez Zapatero para asumir las realidades en materia de políticas económicas.

Y añade Jesús Cacho la siguiente demoledora comparación: «Cuando no fue posible seguir negando la mayor, el leonés se dedicó a repartir el dinero de todos, convencido de que tirando del gasto público se arreglaba el problema. Zapatero cumple a la perfección el ejemplo de aquel maquinista de Renfe a quien en plena llanura manchega se le para el tren a las tres de la tarde de un tórrido día de verano. El sujeto recorre los vagones pidiendo calma a los viajeros: no hay aire acondicionado, cierto, pero los revisores pasarán enseguida repartiendo abanicos, y agua fresquita, y bocadillos, y aun lectura y hasta música enlatada. El sol abrasa los rastrojos mientras canta la cigarra, pero el maquinista está decidido a que sus parados gocen de toda clase de comodidades. Todo lo supervisa personalmente, de todo se preocupa, menos de ir a la máquina a intentar averiguar dónde está la avería para tratar de repararla lo antes posible».

La conclusión es que seguimos parados, instalados en la crisis. Ni se aprovechó el 2008 para iniciar el saneamiento del sistema financiero, ni se ha metido tijera al gigantesco déficit público, ni se han acometido reformas estructurales, cosas todas ellas que encajarían incluso en el manual de un socialismo moderado y moderno. Otra cosa ya, como abordar procesos de liberalización, sería lo mismo que pedir peras al olmo. Y llega Jesús Cacho a la tremenda conclusión de que «Como no se hizo el trabajo en el 2008, el crédito sigue sin llegar a particulares y empresas, a menos que uno esté dispuesto a pagar intereses de hasta el 14%. Como no se abordó el ajuste fiscal en el 2009, el Reino de España sigue enfrentado a un riesgo cierto de suspensión de pagos. Y como este año siguen sin acometerse las reformas de fondo, el horizonte español no puede estar marcado más que por el empobrecimiento colectivo y la marginalidad». Va aún más lejos el articulista citado para describir la situación como una etapa de decadencia. Nada menos.

Pero, aun sobre todo lo anterior, la oposición también debe ser consciente de que se le acaba el tiempo y el crédito para configurarse como la deseable alternativa. Como en aquel terrible «invierno del descontento» en que el Reino Unido estuvo al borde del desastre y sólo se salvó porque llegó a tiempo el mensaje liberal de Margaret Thatcher, los españoles tenemos derecho a esperar de la oposición una verdadera propuesta alternativa que permita recuperar la confianza en un futuro razonable de superación de la crisis. Hay motivos serios para creer que la economía española, incluso desde los fosos a los que ha sido conducida, tiene potencia y capacidad para resurgir si encuentra un liderazgo capaz de explicar y aplicar las SOLUCIONES LIBERALES (deliberadamente lo escribo con el énfasis de las mayúsculas) que puedan hacer frente a la grave situación actual. Y desde luego, ilusionar con ellas a la ciudadanía, al empresariado y a los trabajadores. Es muy grave que se gobierne tan mal, pero es aún más grave la sensación de falta de alternativa cuando España, esto es, los españoles, necesitamos la propuesta de un programa de esa naturaleza. Y la necesitamos hoy mejor que mañana.

Carlos E. Rodríguez

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