martes, abril 23, 2024
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Optimismo y demoras

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La versión más optimista -la más optimista, insisto- sobre la crisis económica es que, aunque nos cueste tiempo, incluso más que a otros países de la Unión Europea, saldremos adelante si hacemos los deberes tantas veces demorados. Incluso se asegura que, si los hacemos bien, saldremos, con el tiempo, reforzados. Aceptemos, aunque sea para consolarnos, la versión más optimista y preguntemos por qué, si las cosas son así, se demoran tanto esos deberes inaplazables.

Todo se convierte en distracción. De pronto todo se detiene porque es conveniente un pacto global, los portavoces parlamentarios se reúnen fuera del Congreso, se presentan guiones bienintencionados y se comienzan largas rondas de conversaciones, la mayor parte de ellas inútiles, sobre lo que ya se ha hablado, sobre lo que se sabe que no se hablará, etc. Inmediatamente después, como el Gobierno se ha empeñado en subir el IVA, los pactos ya no sirven y, en contra, hay que aceptar las mayorías parlamentarias. Nadie duda de que la reforma laboral, seguramente la que no quieren ni sindicatos ni empresarios, era necesaria hace muchos meses, pero ahí estamos esperando que se pongan de acuerdo mientras los trabajadores se van al paro y las empresas se cierran. Y alabamos su capacidad negociadora, su realismo y su voluntad de acuerdo.

Si las familias y las empresas necesitan crédito, que falta en proporciones exageradas en comparación con otros países, no se aborda la reforma del sistema financiero y nos distraemos con las peleas internas en las cajas de ahorro, entre grandes y pequeñas, entre sanas y enfermas. No se sabe bien si, a estas alturas, hay un ciudadano confiado en que una mayor intervención del ICO vaya a resolver un problema que se demora demasiado. Los optimistas retrospectivos insisten en que muchos de nuestros problemas -y el del sistema financiero y el crédito- están directamente relacionados con la burbuja inmobiliaria, causa de que se hayan venido abajo muchas empresas promotoras entre las que no tienen sus activos sobrevalorados o afectando a los balances sospechosos de entidades financieras. Ahí sigue la cuestión pendiente aunque ya no se nos llena la boca con aquello de que nuestro sistema financiero es el más fuerte del mundo. ¿Y cómo afrontar reformas estructurales si estamos tan ocupados con las disculpas y las demoras?

Germán Yanke

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