sábado, abril 27, 2024
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El gran dragón de Asia echa fuego en el año del tigre

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Año arriba, año abajo, hace 20 leí La guerra del siglo XXI. Es un gran libro que ha quedado, sin embargo, superado por la realidad. Lester Thurow, el economista que se coló en el sanedrín de Lyndon Johnson, escribía entonces que la de la segunda mitad del siglo XX había sido una guerra fría y militar que enfrentó a Estados Unidos y a la Unión Soviética con sus respectivas órbitas de influencia, mientras que la del siglo XXI sería una batalla económica, no militar, entre tres superpotencias: Estados Unidos, Europa y Japón.

Thurow acierta al vislumbrar hace ya dos décadas que el enfrentamiento venidero entre las principales potencias del planeta se disputaría en un tablero, el de la economía y las finanzas, donde los billetes sustituirían a los peones, las multinacionales brincarían con más brío que los caballos y los gobiernos se enrocarían en busca de los mercados más rentables. Los dólares, los euros y los yenes gozarían de mayor poder que los B-52, los kalashnikov y las bombas de racimo.

Se equivocaba, en cambio, al infravalorar el papel que está llamado a desempeñar en este escenario el país más poblado del planeta: China. El gran dragón de Asia es hoy una superpotencia en potencia, casi en acto, un gigante emergente con una economía poderosa, a la que la crisis financiera internacional ha afectado sólo de refilón, que lleva años creciendo por encima del 10% y cuyos mercados se proyectan al mundo con músculo fornido.

A Washington le conviene cuidar su relación con Pekín. La reciente visita del Dalai Lama a la Casa Blanca ha levantado ampollas en la República Popular China. Se considera toda una afrenta que el líder espiritual del Tíbet haya pisado el sancta sanctorum del capitalismo occidental y se haya entrevistado con el propio Barack Obama, el primus inter pares de la geopolítica internacional.

Martin Wolf, el jefe de opinión de Financial Times, supo ver ya hace años el inminente poder que concentraba el país asiático y trató de disuadir a Estados Unidos de provocar a una China «simétricamente unilateralista». Es necesario que Estados Unidos vea en China, parafraseando a Wolf, una partenaire responsable. Y es que los vínculos financieros y comerciales constituyen el mejor exponente de los innumerables intereses comunes que ambos países comparten.

Ramón Tamames, posiblemente el español que mejor conoce el potencial del gran dragón asiático, considera que las relaciones entre Estados Unidos y China no son fáciles. En línea con lo expresado en estos renglones, alerta incluso del peligro de una confrontación. Tamames no descarta, y quien escribe tampoco, que en un futuro más o menos lejano las tensiones latentes pudieran conducir a un conflicto de grandes proporciones.

Estados Unidos teme la imparable ascensión de Pekín y, en opinión de muchos analistas, Washington se hace el haraquiri al tensar la relación con China, que considera una «seria injerencia» el gesto de Obama hacia el Dalai Lama.

No es el único asunto que en las últimas fechas pone chinitas en el camino de tan desconfiada relación bilateral. La venta de armas por parte de Estados Unidos a Taiwán, los reiterados llamamientos de Washington al respeto de los derechos humanos en China, las fuertes críticas a la censura en Internet por el Gobierno de Hu Jintao y, más recientemente, el caso del joven vinculado al régimen chino que descifró parte del código usado para violar la privacidad de otro gigante, Google, han terminado por tensar al máximo la cuerda diplomática entre ambos países. Eso sin mencionar las posturas encontradas que en la Cumbre del Clima de Copenhague mostraron China y Estados Unidos, los dos países precisamente más contaminantes del mundo.

Paradojas de la vida y de la política, Washington parece contar no sólo con Francia y Alemania sino también con Rusia -¡quién lo habría dicho tiempo atrás!- en su cruzada contra el programa nuclear de Irán, mientras el apoyo de China está aún en el aire. Como en Pekín se sientan engañados como chinos, la peineta de Aznar a los estudiantes de Oviedo no va a ser nada con la que Hu Jintao podría dedicar al propio Obama.

Armando Huerta

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