Economía: más desconfianza que fundamentos
El último dato de PIB de Contabilidad Nacional, correspondiente al segundo trimestre de 2016 (0,7% en términos trimestrales y 3,2% en términos interanuales), confirma la estabilización del crecimiento interanual español por encima del 3%. Este avance de la actividad, ligeramente inferior al 3,4% del primer cuarto del año, sugiere que decrece el ritmo de la recuperación con respecto a trimestres anteriores pero es, sin duda, una buena noticia.
El Tesoro español también saca pecho: desde hace meses son habituales las adjudicaciones de deuda a tipo negativo, sobre todo de letras y bonos con vencimiento a corto plazo. En otras palabras, a España le pagan por prestarle dinero. Y la otrora temida prima de riesgo (el diferencial entre el rendimiento del bono español a diez años y el alemán) marcó esta semana registros por debajo de los cien puntos básicos, algo que no ocurría desde abril de 2015.
Son buenas noticias para el Tesoro, que cada año se ve obligado a pedir préstamos cuyo valor total supera los 200.000 millones de euros (casi un 20% del PIB) para hacer frente a los vencimientos. También rema a favor de la economía española que los tipos de interés son muy bajos. El contrapunto lo marca, una vez más, el elevado nivel de deuda pública, que en el segundo trimestre aumentó en 12.148 millones, hasta sumar 1.107.287 millones de euros, una cifra que equivale al 100,9% del PIB. El aumento del endeudamiento del país en términos interanuales ha sido de 50.084 millones de euros.
Los fundamentos económicos españoles, ayudados por un mundo de dinero que no vale nada, tipos de interés cero, y bajo precio del petróleo, parecen mejorar y a pesar del déficit relativamente incontrolado, es esperable que el crecimiento español, aunque sea algo inferior a las cifras de 2015, será razonablemente alto y superior a las tasas de crecimiento de países de nuestro entorno. La pregunta que procede formular en este contexto es por qué estos aparentes buenos fundamentos no se corresponden con buenos datos en nuestra vida cotidiana.
El crecimiento del PIB se compadece con una situación de practica deflación. El índice de Precios al Consumo se ha reducido por séptimo mes consecutivo (la última variación mensual fue del -0,7% en julio) y acumula en los últimos doce mese un descenso del 0,6%. Una caída de precios que tiene su origen en un comportamiento del consumidor que no se compadece con el crecimiento económico.
Pero no todos los precios funcionan igual. Durante el último año han caído los precios, sobre todo, de aquello que los ciudadanos menos consumen, por ejemplo, el ocio. Pero sube aquello que necesitamos para vivir, trabajar y relacionarnos: los alimentos (2,5% en cómputo anual), la ropa y el calzado, la enseñanza y la educación (infantil, primaria y secundaria), los muebles, el tabaco y la telefonía, ésta última con una escandalosa subida, por cierto.
Paro y desconfianza
El empleo también crece, pero a menor ritmo que el año pasado. El paro registrado bajó en julio en 83.993 personas, una cifra muy celebrada por el Ejecutivo pero que se apoya en contratos parciales y de temporada y que no tapa la cruda realidad de que, aún en verano y en un país con un potente sector turístico (la hostelería registró 51.000 afiliados el mes pasado), 3.683.061 personas siguen inscritas en las listas del INEM.
El consumo minorista aumenta menos que el PIB. Sabemos, también que, aunque crezcan las afiliaciones a la seguridad social, hay déficit porque el nivel salarial es cada vez más bajo. La construcción y el mercado inmobiliario, pese a los avances registrados -sobre todo en las ventas de viviendas de segunda mano- no termina de despegar y las grúas siguen sin reaparecer en el horizonte de las ciudades. Las grandes empresas desvelan sus resultados, que aunque se sitúan en beneficios, crecen a menor tasa que el año anterior.
El Índice de Confianza del Consumidor (ICC) que elabora el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) se ha reducido este mes de julio y se ha quedado en 94,8 puntos sobre una escala en la que cualquier valor por encima de 100 indica optimismo y, por debajo, pesimismo. Pesimismo y desconfianza azuzados por la incertidumbre política y por la falta de expectativas. De los dos componentes que integran el ICC, es precisamente el de expectativas -aquel que refleja cómo creen los ciudadanos que vivirán a seis meses vista- registra una caída notable de 5,4 puntos. A esa incertidumbre hay que añadir la incógnita de qué ocurrirá a la vuelta del verano, cuando muchas personas empleadas en trabajos de temporada durante el período estival vuelvan a engrosar las listas del antiguo INEM.
La bondad de las grandes cifras, en suma, no se filtra a la vida cotidiana de consumidores y consumidoras. Las familias no confían, guardan dinero, no se atreven a consumir porque no perciben garantías de que las cosas vayan a ir mejor. Los mercados siguen registrando caídas. Las dudas sobre el crecimiento mundial continúan tanto en países desarrollados como emergentes. En China los datos no son buenos y en Estados Unidos se siguen manifestando signos de debilidad.
Así las cosas ¿Por qué nos va a ir especialmente bien a aquí? La sensación de que cualquier día vendrá una nueva tormenta permanece en la mente de los consumidores y consumidoras y la situación política no ayuda a apaciguar las dudas.
Miguel de la Balsa