viernes, abril 26, 2024
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Saca el güisqui Iglesias

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A Pablo Iglesias se la bufa todo. Incluso el protocolo dialéctico del Congreso de los Diputados. Vamos, que se la pela si hace o no el ridículo en el escaño, porque lo importante es tener espacio, y cuanto más mejor, en las portadas de los medios de comunicación. El líder indiscutible de la formación morada confunde el hemiciclo con el parque urbano, con el botellón y el banco callejero de petas y litronas. Y a su gente le hace gracia, mucha gracia, que demuestra con esas sonrisas de no sé dónde estoy, ni de que me río, pero me descojono.

El macarra es un tipo que desprecia con lenguaje violento, amenazante, narcisista y contaminante. Iglesias tiene un punto de chulería barata que explota hasta la saciedad para acercarse a la gente corriente, a la “pipel” que diría Ana Botella. Pero el macarra es un cobarde por naturaleza, temeroso e indefenso, que se siente distinto y con patente de corso para destripar con una actitud autoritaria falsa y despreciable. El secretario general de Podemos ha llevado el “güisqui cheli” a la Carrera de San Jerónimo. Y Errejón, en casa, con sus tostadas de nocilla y su mochila colegial. Y el PSOE matándose por el poder de Ferraz que, de momento, ni viene ni se le espera.

Atrás, muy atrás, quedaron los grandes debates parlamentarios, las intervenciones de portavoces con entidad, con cultura política, con conocimiento de causa. La oratoria política, antaño basada en el argumento de peso y en la discusión proactiva sobre el interés ciudadano, se ha trasladado al interior de los grupos, con claros objetivos partidistas muy por encima de los intereses generales de la sociedad. Por tanto, la estrategia partidista lidera en la actualidad el debate de la Cámara sin perspectiva de colaboración ni esfuerzo constructivo.

El Congreso, tras la entrada de Podemos, se ha convertido en un corral de comedias que en realidad esconde drama y tragedia. Pablo Iglesias es el histrión de la representación parlamentaria; un juglar que cuenta cuentos con palabras de movida madrileña, con un rollo suburbano, barriobajero y cheli que no convence a nadie. El orden, la cortesía y la disciplina parlamentaria son deberes que los morados se pasan por el forro, con besos en la boca o amamantadas de escaño. Su rollo es más de postura, de gente guay, de qué pasa contigo tío, de restregar la sardineta, de guipar el ambiente, de sacudir estopa, de endiñar, de dar gusto al cuerpo y de mucho chorvo y chorva.  

Mariano Rajoy, gallego y flemático hasta la extenuación, le escucha y le sonríe con gesto paternal, porque parece que este chico le cae bien al presidente. O al menos le hace gracia. Al margen de todo, y como reflexión, pudiera entenderse que la actuación cheli de Iglesias se haya debido a una maniobra orquestada de distracción mediática, para desviar miradas tras su detestable e injustificable reunión con las familias de los detenidos por agredir a unos guardias civiles en Alsasua.

Fernando Arnaiz

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