viernes, abril 26, 2024
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Marcianada amb tomaquet

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Desde esta semana, el lugar más propicio para encontrar alguna forma de vida similar a la terrícola son los alrededores de la estrella “Trappist-1”, un astro frío y no muy grande que flota en el espacio y sobre el que giran siete exoplanetas de forma similar a nuestro sistema solar. En un viaje de 40 años luz de distancia, seríamos capaces de llegar a este punto del cosmos, que según los astrónomos cumple con muchas condiciones para albergar vida, y sobre el que ya están trabajando para investigar si hubiera presencia de ozono, lo cual significaría actividad biológica, y por lo tanto vida.

Teniendo en cuenta que un año luz equivaldría en la Tierra a 9,46 billones de kilómetros, la distancia entre nuestro planeta y “Trappist-1” se antoja difícil de recorrer con los medios de que disponemos actualmente. Pero quién sabe si algún científico inventará algún día una nave espacial que permita recorrer confortablemente, y sobre todo de forma rápida, esta inmensa distancia. O si dentro de un tiempo los periódicos se llenarán de titulares porque algún astrónomo encuentre certeza de vida en este punto recóndito del universo.

De lo que sí que dudo mucho es de que, una vez hallada vida, en alguno de esos exoplanetas nos encontremos con unos marcianos que pretendan separarse de su vecino de toda la vida, saltándose la vieja amistad y las normas legales de común acuerdo entre ellos, levantando una frontera a modo de muro, erigiendo su bandera lo más alto que puedan y explicando a sus congéneres que mejor vivir aislados que integrados con el resto de los marcianos.

El independentismo catalán se ha convertido en una auténtica marcianada a millones de años luz de cualquier lógica. Tanto se ha desvirtuado que sus próceres ya no saben dar una respuesta convincente ni a los suyos. Entregado el futuro del “procés” y del gobierno catalán a los radicales de las Cuptasuna -esos grandes filósofos que creen que la educación de los niños debe estar a manos de la tribu-, el capitán Artur Mas, el almirante Junqueras y el muñeco de guiñol de ambos, Puigdemont, navegan a la deriva entre el espionaje mutuo, la deslealtad permanente y la sensación de que el barco naufraga, y de que eso sucede porque el capitán y la tripulación son plenamente conscientes de que su viaje no iba a llegar nunca a buen puerto. Todos iban “juntos” en la lista de pasajeros, sí, pero no se fían el uno del otro, se hacen la vida imposible, se acusan mutuamente de maliciosas filtraciones y da la sensación de que no existe proyecto de futuro más allá de colocar unas urnas de cartón y llamarlo referéndum… ilegal.

Por mucho que se empeñe, el discurso del victimismo hace tiempo que se le agotó a Mas. Cuando vocifera que España les “agrede”, a lo mortales les suena igual que cuando nos trataba de convencer de que España también les robaba, mientras Maragall nos informaba de que CiU tenía el problema del 3%, y el clan Pujol se metía en un cochecito para cruzar por La Seu D'Urgell y visitar los bancos de Andorra. Un viaje en el que no portaban una senyera, pero en el que iban con las manos bien llenas… de amor por los catalanes.

Al sainete se ha unido Juan José Ibarretxe, a quien Mas le ha dado un abrazo en el Kursaal pensando que es el ejemplo vivo a seguir.  Parece mentira que Mas no haya aprendido de lo que pasó en el País Vasco. La fallida consulta del  autoproclamado Plan Ibarretxe también convulsionó la política vasca en el 2008. El lehendakari anunció por dos veces un referéndum para la secesión del País Vasco, bien es cierto que en su caso el resultado no era vinculante. Pero eso es lo mismo que afirmar que uno pide un crédito al banco y ya verá si al final lo paga o no.

El PNV implosionó  y en el Euskadi Buru Batzar afilaron los cuchillos una plácida tarde del mes de julio en la que su entonces presidente, Josu Jon Imaz, escribió su artículo “No imponer-No impedir”, en el que advertía de que el fracaso de las negociaciones con ETA y la deriva secesionista de su partido, lastrando sus resultados electorales, llevaba a que el gobierno tripartito encabezado por Ibarretxe empezara a ser marginal electoralmente. El PNV sufrió la misma caída en picado que padece ahora Convergencia. Y al año siguiente un acuerdo PSE-PP quitaba del gobierno al PNV por primera vez en la Democracia. Por aquel entonces a Patxi López no le suponía dilema moral pactar con “la derecha”. 

«¿Qué pasaría el día después de la consulta si no hubiera acuerdo político con el Estado?», se preguntaba el entonces presidente del PNV en aquel artículo. “Visto lo visto en los últimos años no hace falta ser adivino para imaginar a ETA matando en nombre de la defensa de una presunta voluntad popular no atendida”. En el caso catalán, no existe el terrorismo de ETA, pero sí está la radicalización de unos gobernantes que están batasunizando las instituciones para desobedecer cualquier Ley, mientras siguen recopilando los datos fiscales de los catalanes, ya sean independentistas o no, porque con las cosas del dinero vía impuestos no se juega. Sobre todo si de lo que se trata es de montar un estado catalán, aunque luego el sistema sanitario sea ineficaz para evitar la muerte de una niña en Blanes, que tuvo que esperar dos horas a que una ambulancia la trasladara al hospital de la comarca.

“Podemos detenernos cuando subimos, pero nunca cuando descendemos”, dijo en una ocasión Napoleón, buen conocedor de que determinados procesos políticos caen en declive con la misma fuerza y rapidez con la que alcanzaron su cénit. Y al independentismo catalán el cuento se le acaba desde el momento en el que sabe que enfrente tiene un Gobierno dispuesto a dialogar, verbo que es la base de la Democracia. Un Gobierno que está a favor de trabajar por los catalanes. Porque el verdadero aliado de los catalanes es el Gobierno de España. Y su enemigo son los de las Cuptasuna. El problema es que para dialogar son necesarios dos interlocutores. Y en el caso de Artur Mas y los suyos, el problema de sentarse a dialogar es que les agota el discurso del victimismo y la marcianada amb tomàquet se deshace como un azucarillo en el café de la mañana. Prefieren darse golpes contra la pared de Ibarretxe. Quién sabe, a lo mejor aprenden de lo que le pasó al lehendakari. Pero eso sería mucho presuponer.

Borja Gutiérrez

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