viernes, abril 26, 2024
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El síndrome del jubilado

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¿Para qué sirve un jubilado? En nuestra sociedad utilitarista para poco. En el Africa tradicional, sin embargo, los viejos eran los maestros, los que enseñaban, y ser anciano equivalía sobre todo a más sabiduría, como nos lo describía el escritor maliense Amadou Hampâté Bâ (por ejemplo, en «Amkullel, el niño fulbé»).

Vean en cambio cómo en Europa despreciamos a los viejos, vean la tremenda película 'Yo, Daniel Blake', de Ken Loach, que resume mejor que mil palabras ese mundo hostil al jubilado, al retirado, al apartado de la circulación. Como cantaba Jacques Brel, que murió sin jubilarse: Les vieux ne parlent plus, ou alors seulement parfois…»Los viejos ya no hablan, o sólo de vez en cuando, con la mirada… ya no sueñan, sus libros dormitan, sus pianos están cerrados…» El jubilado es como un derivado de lo que fue en su vida activa. Como si su vida actual no siguiese siendo activa. Pero ya ha parado, le han parado y dejado en una vía muerta. 

Muchos jubilados piensan que no tienen de qué jubilar, de qué alegrarse. Trabajaban correctamente pero iban siendo postergados. Ahora, pensionistas, necesitan dedicar su energía a alguna causa. A causas gratuitas, voluntarias, benéficas, o a causas perdidas. Así se hacen querer y notar, y demuestran que puede ser útil aun. Por eso aceptan cargas innecesarias, hacen cosas gratis, se interesan por el mundo, se quieren redimir. «No he terminado, no me dejen en la cuneta», parecen clamar. Y aceptan cualquier carga, a toda costa, para sentirse todavía algo útiles. Esto es lo que llamo el síndrome del jubilado.

Se da la paradoja de que estos jubilados no cuentan pero sí votan y van siendo una minoría muy importante en nuestra envejecida Europa, 120 millones. Son halagados por los políticos, por las empresas de seguros, por las agencias de viajes. Por todos, menos por el mundo de las empresas y de la función pública, y por la sociedad de todos los días. Las empresas y administraciones han prescindido de ellos sin pestañear y la sociedad los considera una carga, un estorbo. Con un eufemismo no les llama viejos ni ancianos, sino 'mayores' (que no es sustantivo sino un adjetivo de cantidad) o tercera edad.

Pero el jubilado, sano y activo gracias a que tenemos un sistema sanitario muy bueno (se queje quien se queje, si lo comparamos con los de nuestro entorno), el jubilado, sobre todo, lo que necesita es re-conocimiento, que le den todavía algo de cuartelillo. José Gaos, ese gran filósofo español pero tan poco conocido, decía: «Dar a cada hora su posible plenitud interesa más que a nadie al viejo».

 

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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