viernes, abril 26, 2024
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La desafección

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Uno de los peores males que aquejan a la política actual es la desafección de los ciudadanos hacia el sistema y hacia los partidos que lo gobiernan. Es paradójico que, en una época en la que ya casi nadie cuestiona los mecanismos de que disponen los electores para expresar su voluntad y tomar parte activa en los procesos de elección de las personas que regirán sus destinos, la desilusión hacia todo cuanto rodea a los procesos democráticos alcanza también niveles muy altos.

Los votantes confían cada vez menos en sus políticos. Dicha desafección no sólo queda reflejada en las cifras de la abstención, que elección tras elección se merienda casi un tercio de los potenciales sufragios. También la manifiestan un número creciente de personas que sí van a votar pero subrayan que votan «a la contra». Es decir, depositan su papeleta tras elegir entre todas las opciones aquella que creen que será menos dañina para sus intereses.

“Hay que votar al menos malo”, es la frase que repiten estos electores para justificar ante los demás que no renuncian a participar en el juego democrático pese a que ninguna opción les gusta, o para explicarse a sí mismos su apoyo a partidos desprestigiados o manchados por la corrupción. Una resignación en la que mucho tiene que ver el sistema de listas cerradas, que en la práctica limita la capacidad de elección de los votantes españoles respecto a la de otros europeos.

Esta actitud volvió a manifestarse el pasado 25 de septiembre en las elecciones autonómicas gallegas y vascas. Las radios y televisiones difundieron testimonios de ciudadanos que aseguraban participar por puro sentido ético y democrático, pero ‘con la nariz tapada’. El motivo, decían, era que ninguno de los partidos que se disputaban los escaños les inspiraba confianza. Tampoco sus programas les hacían creer que sus vidas fueran a mejorar si ganaban los comicios.

La desilusión de los ciudadanos por la política y los políticos viene de lejos. Los españoles ya votaron a la contra en 2011, cuando la pésima gestión de la crisis que hizo José Luis Rodríguez Zapatero propició que Mariano Rajoy lograra la mayoría absoluta más amplia que jamás ha tenido el PP. Millones de electores castigaron al PSOE a sabiendas de que la política económica de Rajoy iba a ser muy dolorosa. También se votó masivamente al menos malo en 2004, cuando el belicismo de José María Aznar y sus funestas consecuencias provocaron en la izquierda una inusual movilización de electores a los que unía sólo la determinación de echar del poder al PP.

Más recientemente, la decepción por la política quedó patente en las elecciones generales que se repitieron el pasado 26 de junio para intentar desbloquear la formación de un Gobierno, en las que la participación cayó en casi 1,2 millones de personas respecto del 20 de diciembre de 2015. Así las cosas, la perspectiva de celebrar unos terceros comicios, sumada al lamentable espectáculo dado por el PSOE estos días, dibujan un panorama sombrío en cuanto a la futura participación política.

La desafección no es un fenómeno sólo español. Ha salpicado a los referéndums celebrados en Colombia (sobre la firma de la paz entre el Gobierno y la guerrilla) y Reino Unido (para decidir sobre su permanencia en la UE). Los sorprendentes resultados de ambos seguramente tienen más que ver con el enfado del electorado hacia sus gobernantes que con una reflexión profunda sobre los asuntos a debate. Es la misma desazón que en 2005 echó por tierra el proyecto de Constitución Europea, rechazado en referéndum por los franceses y holandeses como castigo a sus gobernantes por sus políticas domésticas. La sienten también millones de estadounidenses enfrentados al dilema de elegir entre la descorazonadora continuidad que representa Clinton y el rocambolesco Trump.

En España, la creación de Podemos fue el último proyecto político que pareció atajar durante un tiempo la desafección y generar ilusión por la política en un sector del electorado. Sus promotores no sólo no han conseguido su objetivo de asaltar el cielo y derrotar a la derecha: el resultado ha sido un Parlamento incapaz de pactar un Gobierno, más división en la izquierda y guerras intestinas que han hecho estallar primero a IU y después al PSOE. Más decepciones.

César Calvar

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