viernes, abril 26, 2024
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Cuatro esquinitas

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Queríamos pluralidad porque queríamos diálogo. Pluralidad la tenemos, diálogo no. Dos elecciones y un año después seguimos sin gobierno: la productividad de las fuerzas políticas, las nuevas y las viejas, nunca fue tan baja y, por mucho que alardeen de lo contrario, su lejanía de la sociedad nunca fue tan alta.

Debatimos, de nuevo, una investidura inútil. Habrá que decir que aquí estamos porque en Marzo el PP negó a los españoles y españolas lo que hoy pide al PSOE: permitir un gobierno en minoría. Porque Podemos nos negó el cambio posible cuando era posible, por simple cálculo e interés electoral. El cambio era, evidentemente, en marzo y ahora ya no se trata de cambio sino de tener un gobierno. 

Así que aquí nos vemos de nuevo. Y estamos donde le corresponde al Partido Popular impulsar los diálogos que hagan posible la investidura. Debe la derecha entender que sus esfuerzos deben ser redoblados: no anda sobrada de credibilidad, dada la forma en la que gestionó su mayoría absoluta, el recurso al decretazo y la insensibilidad con todo tipo de demanda social. 

El acuerdo con Ciudadanos puede suponer una especie de rectificación que, por cierto, no ha sido explicada por el candidato a presidente ni con soltura ni con convicción. Quizá porque él, como los demás, sabe que el papel lo aguanta todo pero la voluntad política para permitir que España tenga gobierno es escasa.

Cosecha la derecha la vieja ausencia de diálogo de las mayorías absolutas y las imposiciones que cubrieron la crisis de castigo social, venganzas ideológicas y una absoluta insensibilidad al sufrimiento de las personas heridas por el hundimiento de nuestra economía. 

La falta de empatía social del PP es el origen de la desconfianza que anima, incluso, a sus aliados y que exige, como primer punto de investidura, la de revertir los recortes sociales.

El PP pena, igualmente, el miedo de la mayoría a confundirse con una formación política que no ha sabido impulsar su propia respuesta, su rebeldía ante el inacabable relato de codicia y corrupción que han protagonizado muchos y muchas de los suyos.

Puede que no le falte argumento a Rajoy al reclamar para sí el gobierno como fuerza que ha recibido más apoyo y la única que no fue castigada en los segundos comicios, pero debiera entender que no es suficiente argumento el apoyo electoral.

La autoridad debe ganarse, igualmente, restituyendo a la política española la capacidad de diálogo, acuerdo, talante y rectificaciones que completen el apoyo en las urnas de aquellos y aquellas que no votaron al PP pero que son necesarios y necesarias para articular una gobernación seria, estable y diligente. El acuerdo con Ciudadanos es una parte leve de ese cambio. 

La crisis no solo nos deja una Constitución tocada, un cuerpo social fracturado y un mapa político endiablado. Sobre todo, nos deja una desconfianza hacia la política que permite a mucho aprendiz de brujo jugar a las casitas ignorando las necesidades sociales.

En marzo, descubrimos una izquierda que no quería gobernar sino arrasar la cultura política nacida del trabajo y el estado del bienestar. Mucho puño en alto y poco compromiso impidieron la posibilidad de cambio. Ahora parece que seguimos en las mismas, bloqueados por una competencia en la oposición que limita la capacidad de influir en el gobierno.

Creo, a pesar de lo que se dice, que Rajoy es el responsable de hacer más esfuerzos. Pero también, que la izquierda que puede leer las necesidades sociales, debiera salir del bucle del miedo al griterío y poner en valor su fuerza para impulsar un cambio real en la derecha. 

Si no hay alternativa real, que no lo parece, debiera aquel que sabe que la sociedad española no puede permitirse tanta fiesta política poner en valor la insuficiencia de Rajoy para impulsar su proyecto para orientar de nuevo la política española.

El mapa político tiene cuatro protagonistas que no han convertido en espacio de encuentro sino en simple pugilato de gritos. Entre la propuesta burocrática de Rajoy y el mitin de Iglesias hay un vacío que debiera llenarse de propuestas. Ya saben, cuatro esquinitas… y nadie las guarda.

Libertad Martínez

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