viernes, abril 26, 2024
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Los puentes de Madrid

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Era infeliz en su matrimonio aunque su marido no era el mismo demonio. Frisaba los cuarenta y aún era una mujer hermosa, llena de vida y con ganas de ser valiente todavía. Se moría en la mediocridad, languidecía en el ambiente somnoliento del pueblo cercano a Madrid donde vivía. De no ser por su hijo, hacía tiempo que lo hubiese tirado todo por la borda, pero él era el punto de referencia que la mantenía atada al puerto de la tristeza.

Lo conoció en una de esas reuniones de vecinos; amigos con los que su marido disfrutaba los domingos viendo los partidos de fútbol y tomando unas cervezas, mientras los niños se bañaban en la piscina y las mujeres se ponían al día de los últimos cotilleos.

Era familiar de uno de ellos. Un hombre grande, musculoso, que la superaba en años y vida. Se trataba de un aventurero, un tipo oscuro. De esos que siempre se están marchando y nunca sabes si van a volver. Era culto, atractivo, derrochando testosterona por cada uno de sus poros. Se encontraba allí por casualidad, porque nunca se sabía si iba o venia, si estaba o no estaba.

Tras hablar con él durante horas, aquella misma noche se hubiera marchado con él, hubiera permitido que la levantase la falda y le hiciese el amor sin compasión; pero no podía, ya que su marido y su hijo eran demasiados buenos para hacer algo así. Sin embargo no pudo quitárselo de la cabeza.

Pasaron los meses y coincidieron otro día, casi por casualidad aunque los dos se dieron cuenta de que el destino no les permitía desunirse, que los caminos de las personas se entrecruzan de la forma más absurda posible.

Aquella tarde hicieron el amor desaforadamente, junto a un puente; arañándose, mordiéndose, como si el mundo no existiese. El tiempo y el espacio se habían detenido para contemplar la epifanía de un hombre y una mujer. Siempre quedaban junto a un puente, porque él decía que así era la vida: un puente que vas recorriendo cruzando el frio ríos de los sucesos acontecidos.

Pero él siempre se marchaba para regresar de nuevo pasado un tiempo. Le hablaba de lugares imposibles, de desiertos olvidados y junglas ignotas. De cómo los hombres se matan los unos a los otros. Y entonces el lloraba entre sus brazos acosado por los fantasmas de la noche; en la habitación de algún hotel de las afueras, mientras ella acariciaba su pecho de mercenario y su espalda de piel suave.

Y ella volvió a vestirse a la moda, y volvió a sonreír y pensó que aquello era lo único que lograba que se sintiera viva.

Pero un día el hombre la dijo:

-Ven conmigo, déjalo todo.

Y ella no pudo hacerlo, porque su deber de esposa y madre se lo impedía. Lloró durante días, atrapada en una jaula dorada. Y tanto lloró que poco a poco se secó por dentro. Sintió un vacío doloroso donde antaño se hallaba su corazón y le resultaba imposible volver a rellenarlo.

Porque el ya no volvió.

Desapareció una tarde de primavera cuando el cielo se tornó rojizo por el sol de poniente y el aire arrancaba las hojas de los árboles.

Y desde entonces, todas las tardes, ella se sienta en la terraza con teléfono móvil entre las manos, aguardando un mensaje, una llamada que nunca llega.

Y su marido la mira sin saber, sin comprender su tristeza. Porque aun no siendo el mismo demonio, su mujer jamás ha sido feliz con él.

José Romero

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