Mal se ponen las cosas cuando empieza a ser difícil fiarse de las palabras de políticos destacados; mal se ponen cuando una o un periodista ya no sabe de quién fiarse, porque el mismo que por la mañana le ofrece seguridad de que no va a tomar determinada decisión, comparece dos horas más tarde para anunciar la decisión previamente negada. Cualquiera que batalle estos días para saber qué se cuece en los despachos de poder sabe de qué estoy hablando.
¿Qué va a pasar la semana que viene? Ni idea. Los de Podemos aseguran que jamás apoyarán un pacto de gobierno con Ciudadanos dentro, y los del PP insisten en que jamás facilitarán con su voto que Pedro Sánchez sea presidente. Dicho esto, igual mantienen esas posiciones supuestamente inamovibles. O no, como diría Rajoy.
Y luego está la cuestión estética. Para Sánchez, sin ningún género de dudas, lograr un acuerdo con Ciudadanos es una cuestión que le salva la cara ante los destacados miembros de su partido que le tenían ganas y cruzaban los dedos para que se estrellase en su empeño de lograr apoyos para su proyecto de gobierno. Lo ha peleado bien, con inteligencia y bien. Pero que él mismo y Rivera rubricaran el acuerdo con tanta alharaca, lo llamaran “histórico” -cuánto se ha devaluado ese calificativo- e hicieran un paralelismo con los pactos alcanzados en la Transición, no solo es desconocer cómo se gestó la Transición sino que además provocaba cierta vergüenza ajena el triunfalismo, como si los españoles fueran analfabetos que no supieran qué significan 130 votos en un parlamento de 350. Un poco de humildad de vez en cuando, y de realismo, sería de agradecer.
Para Sánchez, sin ningún género de dudas, lograr un acuerdo con Ciudadanos es una cuestión que le salva la cara ante los destacados miembros de su partido que le tenían ganas
Y luego están ciertas declaraciones que, solo escucharlas, dan ganas de gritar. Por ejemplo, cuando César Luena explica que Mariano Rajoy no ha comprendido que “La sociedad española quiere que se vaya”. Y lo dice el secretario de organización del PSOE, brazo derecho de un Pedro Sánchez que ha tenido casi dos millones de votos menos que Rajoy y 33 escaños menos. Sinceramente, hay frases que más valdría que no pronunciara nunca quien ha perdido las elecciones y ha llevado a su partido al peor resultado de su historia, aunque su secretario general tiene todo el derecho del mundo a intentar lograr los apoyos que le conviertan en presidente de gobierno, faltaría más. Pero a veces los esfuerzos encomiables se convierten en irritantes cuando se pretende hacer comulgar a los ciudadanos con ruedas de molino.
De nuevo la pregunta que se hace todo el mundo ¿Qué va a pasar? Misma respuesta: ni idea. Porque los que saben qué se traen entre manos engañan para que no se sepa qué se traen entre manos, los que juran por sus muertos que jamás pactarán con no sé quién acaban pactando, y además los rencores personales tienen mucho más peso en las decisiones cruciales que cualquier planteamiento ideológico. Que Sánchez detesta a Rajoy es evidente, tanto que el secretario general socialista que tanto presume de su disposición al diálogo se negó a dialogar con Rajoy y sigue negándose a hacerlo. Desde luego esa actitud se da de tortas con el llamado espíritu de la Transición que ahora mencionan PSOE y Ciudadanos.
Un compañero de partido de Pedro Sánchez, compañero destacado, señalaba a esta periodista que no descarta que finalmente se pueda llegar a un acuerdo de gobierno PP- Psoe-Ciudadanos para detener el avance de un partido como Podemos, que sería un desastre para España. Incluso “confesaba” que estarían dispuestos a aceptar que el presidente fuera del PP. “Pero Rajoy en ningún caso”, advertía.
Vale. La conclusión es clara: lo que pretende entonces el PSOE, o al menos ese amigo de Sánchez, es que desde Ferraz se indique al PP quién debe ser el candidato a la presidencia del gobierno. Acabáramos.
Pilar Cernuda