sábado, abril 27, 2024
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En el plano general aparece un edificio alto, rascacielos de ciudad pequeña. Allí vive la gente y eso es la amenaza que hace a los chavales convertirse en estrellas. No hay sábanas en los balcones, es el norte, y conviene guardar las formas. Una sábana al viento sería vista como la bandera de la pobreza. Juega el Madrid y así comienza el relato. El bar se queda frío. Un principio antierótico. Como si una película de Spielberg empezara con un viaje en Alsa. Suena el minuto de silencio y la gente se exaspera. Ese ritual se acomoda a los inicios de un Madrid-Barça, resulta ceremonioso y separa la realidad de la literatura. En un recinto sin amurallar el silencio es incapaz de imponerse. Las miradas de los futbolistas fingen gravedad, intentan perderse en el cielo y se dan de bruces contra los tejados. 

¿Quién se ha muerto? ¿Dónde pusieron las bombas? Que las pongan en el Páramo, que no matan a nadie. Vaya, es una ventaja comparativa que tenemos con Nueva York y Londres, hay que aprovecharla. ¿Es por lo de las mujeres, no? Qué mujeres, si aquí no hay ninguna. Estadísticamente ninguna. Violas la ley, chico. Necesitamos una cuota para los bares. Pon una cafetería, y llénala de mariconadas. Sí, unas pastas con el coñac. Ea, ponme un vinito dulce. Un oporto que quiero ensanchar de caderas, siempre he sido muy fino y parezco un banderillero. El oporto atrae a las viejas, mejor el pacharán, que atrae a las de mediana edad. Mediana edad, ¿Qué es eso, lo de Cristiano?.

Allá arriba Cristiano intentaba un regate  en posición de extremo derecho. Se trastabilló y cayó a plomo sobre el balón. -Raúl, raúl, aulló la masa.- James le dió una patada al césped y surgió la tierra que estaba debajo, esperando. El balón y todo el reguero que deja detrás, estaba circunscrito al centro del campo. Apenas se pisaban otros lugares. Los laterales madridistas andaban atados por orden gubernativa. El colombiano se ha quedado en hombre-escorzo. Un jugador cimbreante y que aparenta llevar un mundo nuevo dentro. Otra cosa es el acto. Lento de gesto, sin finura y con una cintura que parece rotar con esfuerzo sobre su eje. Los defensas lo leen con facilidad y taponan sus intentos como si fuera un jugador prematuramente envejecido. Es su segundo año en el madrid y en principio, no pesa ninguna maldición sobre él. Su juego no conecta con ninguna felicidad conocida y parece esperar el momento en que Benítez lo cambie, para tener una excusa para dejarse llevar. Quizás el minuto de silencio fuera por él.

El Eibar se deshacía en cada presión y los comentaristas amenazaban con el peligro que entrañaba su defensa adelantada. Todo parecía dispuesto para un pase en largo de Modric o Kroos, pero cuando sucedía, Bale o Cristiano estaban fuera de juego o perdían un segundo en el control. Bale es el jugador que es, aunque algunos siguen esperando que despliegue las alas como un ave prehistórica y sobrevuele el campo petrificando de miedo a los rivales. Apenas una diagonal perezosa y un pase enroscado que Cristiano no le ganó al defensor. Por momentos el madrid desplegaba algo parecido a la razón en la media. Los centrocampistas hilaban a diferentes alturas y pese a la presión, iban ganándole a la marea pétrea del Eibar un segundo para poner en ventaja a los delanteros. A veces era Kovasic, echándose hacia delante como si tirara de todos las cuerdas del partido. Otras Modric, atareado e inmune, aunque sin la piel transparente de otras tardes. Más adelante, los delanteros seguían inmóviles. No había cruces entre ellos, no había miradas ni complicidad. Parecían convencidos de que a la tarde le convenía el fútbol más simple posible. Recibir a la espalda de la defensa y hacer añicos la portería contraria. Y a través de James, demasiado arrinconado en la derecha, todo se escurría.

Los centrocampistas iban picando la piedra pero no se acababa de adivinar la escultura que latía debajo. Así se dispuso el primer tiempo, todo a un metro del desorden, todo sin armonía y atado en corto por la táctica y un campo minúsculo. La maraña del campo se extendió por el bar y no había una conversación reconocible. Cristiano intentó una tijereta y fue como el penúltimo gallo de una prima donna. Acto seguido teatralizó demasiado un penalti claro. Llegaba el fin de la primera parte y hubo un córner sacado con desgana en corto, hacia Modric. El croata colgó uno de esos balones de cortesía y Gareth Bale, en silencio, echó la cabeza hacia atrás y mandó la pelota a la red. El balón, que salió escupido hacia afuera. El galés, que lo celebra sin entusiasmo. Llega el descanso y, al parecer, gana el madrid.

En el segundo tiempo el Real se echa hacia atrás, con cierta comodidad y recibe acometidas aturulladas y llenas de fé del Eibar. El madrid sigue confiando en el contraataque, una extensión de su ser totalmente atrofiada. Es curioso, como si la potencia de las imágenes antiguas, confundieran a los que las protagonizaran. Saltó al campo Lucas Vázquez y cerró con llave su banda. No hubo más Eibar y sólo Cristiano creó peligro en dos llegadas claras, que para él fueron oscuras debido a la terquedad de su cuerpo que ha dejado de obedecerle. Se ganó un gol a la tarde, muy al final, y el partido era ceniza antes de que la jornada hubiera concluído. 

Corrida despachada, dijo una voz sin determinar. A ver qué hacemos ahora, contestaron del otro lado.

Eibar, 0 – Real Madrid, 2
Eibar: Riesgo; Capa, Dos Santos, Pantic, Juncà; Escalante, Dani García, Adrián (Verdi, m. 70); Saúl Berjón (Hajrovic, m. 85), Enrich (Arruabarrena, m.86) e Inui. No utilizados: Irureta, Luna, Ramis y Eddy.
Real Madrid: Keylor; Carvajal (Benzema, m. 84), Pepe, Nacho, Danilo; James (Vázquez, m. 64), Modric, Kroos, Kovacic (Casemiro, m. 78); Bale y Cristiano Ronaldo. No utilizados: Casilla, Arbeloa, Cheryshev y Lazo. 
Goles: 0-1. M. 42. Bale. 0-2. M. 83. Cristiano Ronaldo (p.)
Árbitro: Gil Manzano. Amonestó a Dos Santos, Kovacic, Pepe, Bale, L.Vázquez, Escalante y Verdi.
Estadio Municipal de Ipurúa. En torno a 6.300 espectadores.

Ángel del Riego

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