sábado, abril 27, 2024
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Invadidos por los paneles de publicidad

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Muchas ciudades del mundo, entre ellas São Paulo y Grenoble, han eliminado ya los paneles publicitarios. Otras debaten cómo desembarazarse de ellos y limpiar las calles. En Madrid, por ahora, nada; al contrario, pues parece esta capital ser el paraíso de la publicidad exterior, una especie de Broadway cutre.

Los paneles en Madrid ocultan calles, cruces, vistas, edificios y son un auténtico estorbo. Ahí siguen, enhiestos. Muchos son falsamente déco o retro y masacran la ciudad sin dar mucha información útil. Es vandalismo estético y apropiación consentida de lo público.

Esta publicidad es más invasiva que la habitual, la tenemos que ver queramos o no, pues está siempre en medio, estratégicamente situada. Distrae a los conductores, agrede al peatón (a veces físicamente, pues se puede dar uno un testarazo contra uno de esos mamotretos), en las paradas de los autobuses ocultan la venida del próximo.

Bombardear a los ciudadanos con información no requerida es parecido al spam, al pedigüeño, al que te obliga a limpiar el parabrisas en el semáforo, pero como es una empresa lo permitimos. Además de fea e inútil, forma parte de esa especie de lavado de cerebro permanente a que nos someten los medios, la publicidad y los espectáculos banales: parece como si el propósito fuese que el ciudadano, el peatón, el viandante no tenga un momento para pensar. Que haya que distraerlo constantemente, no vaya ser que reflexione.

Podría hacer algo el Ayuntamiento pero los de Podemos tienen otra prioridad, que parece ser una gran preocupación para los cuatro millones de madrieños y que les quita el sueño; inaplazable, gravísima y de importancia trascendental, es cambiar los escasos (con Tierno Galván ya se quitaron casi todos) rótulos franquistas de algunas calles. Eso sí que es prioritario.

En Madrid somos víctimas de Decaux y sus pingües contratos municipales, en otras ciudades, de Clear Channel Outdoor y Outfront Media. Decaux gestiona un millón cien mil paneles y anuncios en setenta países, y vale, en capitalización actual, siete mil millones de euros, según el Financial Times.

El caso es que si se pasean por Madrid verán bulevares como Juan Bravo (uno de los poquísimos que subsisten entre el tráfico y las terrazas), o en la calle Velázquez (vean el horror frente al Vips de Ortega y Gasset), con armatostes insolentes, pesados, sin gracia y sin finalidad alguna para los ciudadanos. Hasta unas estaciones de metro son ‘vodafone’ (¿por qué no Volkswagen, ya puestos?).

Y una última pregunta: ¿venden más con esa publicidad? El coste beneficio es  más que dudoso. Coste estético para todos y beneficio para el ayuntamiento que privatiza subrepticiamente el dominio público urbano.

¿Para quién es la ciudad? ¿De quién es? Estas son las preguntas que me asaltan cuando vemos aceras privatizadas por terrazas fijas, ancladas al suelo, inamovibles, cuando vemos horrendos anuncios por doquier en costosos paneles. Ah, pero no se le ocurra a un buen comerciante cambiar el viejo letrero de su tienda. Tendrá que seguir un atormentado laberinto burocrático. La ley es igual para todos pero según para quién.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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