viernes, abril 26, 2024
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¡Mira que eres linda!

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Mi amiga Lola sigue siendo un pibón a pesar de sobrepasar ampliamente la treintena. Tiene un rostro dulce, ojos profundamente negros y un cuerpo bien torneado. Lo me ha gustado siempre de ella-aparte de su físico-, es que se trata de una tía inteligente, con la cabeza bien amueblada.

Lola trabaja en una compañía de seguros y tiene un sueldo decente. Maneja su propio auto, no tiene hijos y los fines de semana actúa en una compañía amateur de teatro. He quedado con ella ya que me llamó a las tantas de la noche con voz llorosa. Lo cierto es que me encuentro algo angustiado, pues parecía tener problemas de los de verdad y por supuesto estoy dispuesto a ayudarla. Nos vemos por la mañana en la terraza de los cien montaditos de la calle Montera. Me gusta ese lugar, pues mientras me empino una jarra de cerveza fresca, observo de reojo a las putas-la gran mayoría rumanas-, que no veas como están de buenas.

Lola aparece con gafas de sol oscuras y una minifalda que hace saltar las alarmas de incendios. Se sienta y pide una Coca-Cola  Zero, para guardar la línea.

-Perdóname Pepe, por la molestias, pero necesitaba hablar con alguien como tú-dice subiéndome el ego como  sube el Ibex-. Un tío buena persona, pero insensible ante los problemas de las mujeres. Así no te daré pena y me aconsejaras sin paternalismos.

La verdad es que no se si congratularme por sus palabras o ir a confesarme a la iglesia más cercana ¿Que habrá querido decir con lo de buena persona pero insensible?

-No sé si sabrás-continua Lola con acento triste-, que llevo dos años de relación con un hombre.

Contesto realizando un gesto negativo con la cabeza.

-Al principio fue maravilloso. El tío era guapo, gracioso, ocurrente. Trabajaba esporádicamente en discotecas y clubs nocturnos, pero a mí no me importaba ayudarle con el dinero. A los seis meses se vino a vivir conmigo a mi casa ¡ese fue mi error! Desde entonces, no curra, no hace nada. Es un puto chulo que incluso me ha levantado la mano en alguna ocasión. Sé que folla por ahí, que tiene amiguitas. Y yo lo mantengo todo, trabajando como una burra. Trago con todo sin protestar. No sé qué hacer Pepe.

Se detiene para tomar un trago del refresco y secarse las lágrimas con un pañuelito de papel, momento que aprovecho para hablar:

-Pero Lola-digo modulando  la voz para que no parezca grave-, tu eres una mujer culta, libre, moderna ¿Qué te ha pasado para aguantar un tipo así?

-Que estoy enamorada de ese cabrón-responde-. Las mujeres siempre nos enamoramos del hombre equivocado ¿no lo sabías?

La conversación se extiende durante una hora más. Procuro aconsejarla como pidió: sin paternalismos. Después nos despedimos. Ella se levanta marchándose hacia la estación de metro de Gran Vía, mientras yo continúo sentado en la terraza. Pido otra jarra de cerveza y sin quererlo pienso en mi amiga Lola.

Las mujeres tienden a e engancharse e idealizar una o dos virtudes del maromo de turno: qué bien baila, que cabello tan bonito tiene, que guapo es, que simpático, como me hace reír…No observan el conjunto. Suele ser tarde cuando se percatan de que los defectos son gran parte del genoma del individuo y entonces, con una candidez digna de un muñeco de nieve, suelen decir: “No pasa nada, a este lo cambio yo”.

Y claro, no lo cambian. No lo hacen porque cometieron el error más grave que puede cometer cualquier ser humano: enamorarse de una serie de virtudes y no del individuo. Y a un tipo que baila muy bien por ejemplo, pero que es vago; que se ventosea delante de las visitas y que se bebe en la bodega de la esquina toda la pasta que gana su mujer, no lo muda ni la madre que lo parió.

Y mientras tanto, miles de mujeres que pensaron haber encontrado al príncipe azul de su vida, se pudren en vida, esperando que otro hombre no tan guapo, no tan chulo, con un poco de tripa y que no sepa bailar, acuda al rescate.

Así que no tengo otro remedio que tomarme otra jarra de cerveza, mientras pienso en todas las mujeres de mi vida, en mi amiga Lola y en todas las que están pasando por el infierno de la ingenuidad. Y tan solo me viene a la cabeza aquella canción antiquísima que decía más o menos: miras que eres linda, qué preciosa eres…

 

José Romero

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