viernes, abril 26, 2024
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Podemos y las lecciones de la historia

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En febrero de 1999, Hugo Chávez iniciaba su primer mandato presidencial en Venezuela con la promesa de reformar la Constitución y distribuir más equitativamente la renta petrolera. Inmediatamente después, asumió las peores recetas del castrismo, entre ellas las políticas antimercado y la satanización de la prensa libre. Tras quince años de chavismo, la potencia petrolera mundial ahora importa crudo argelino y protestar en la calle es toda una acción temeraria.

No es casualidad que algunos dirigentes de Podemos hayan asesorado al Gobierno venezolano, puesto que un sector de la izquierda española insiste en el experimento estatista, a pesar de sus innumerables fracasos. Los padrinos de la catástrofe venezolana creen haber hallado solución a los graves problemas de España. Y para ello apelan al modelo autoritario chavista, a las mismas políticas que han conducido al racionamiento de alimentos en Venezuela.

En ese contexto, resulta asombroso que casi el 30% de los españoles se incline a confiar en las promesas de Pablo Iglesias, con tal de castigar, a cualquier precio, al bipartidismo imperante.

El régimen impuesto por Chávez no se ajusta a la deseada ejemplaridad que Podemos exige a la clase política española

Cuando Venezuela enfilaba hacia el precipicio, con las primeras leyes absurdas y las limitaciones a la libertad de prensa, los exiliados cubanos alertaron sobre las consecuencias de tales políticas. Los venezolanos, orgullosos de haber castigado la sordera de su clase política, solían contestar que allí jamás sucedería lo que en Cuba, que no lo permitirían, que simplemente exagerábamos.

Venezuela no es Cuba, al menos formalmente, pero el régimen impuesto por Hugo Chávez no se ajusta, ni siquiera mínimamente, a la deseada ejemplaridad que Podemos exige a la clase política española. Sumida en una espiral de corrupción, nepotismo, limitación de libertades, y con un poder judicial que legitima cada nueva violación gubernamental de la Carta Magna, el país sudamericano es una caricatura de democracia y no un paradigma a imitar.

Los asesores internacionales del chavismo, entre ellos algunos líderes de Podemos, han contribuido a la justificación de la miseria venezolana. Y no satisfechos con su antigua misión en Caracas, intentan ahora adoptar el modelo. Eso sí, con mucho disimulo, ahora travestidos en responsables «socialdemócratas», que no son de izquierda ni de derecha. Los españoles, como los venezolanos en los primeros años 2000, creen que un gobierno de Podemos, aunque lo pretendiera, no podría materializar sus ideas más radicales, porque —dicen— ni la sociedad ni la Unión Europea lo permitirían.

Resulta difícil pronosticar cuál sería la reacción social en tal escenario, pero sí qué resultados esperar de la burocracia europea: absolutamente ninguno. Habría que recordar la desidia de Bruselas frente el desafío populista de Hungría. La deriva autoritaria del presidente Viktor Orban —un derechista que ha recortado importantes libertades— solo ha conseguido declaraciones de preocupación y algún que otro amago.

La sociedad española no debería dejar en manos ajenas la contención de fenómenos populistas nacionales, de cualquier signo ideológico. Subrogar tal responsabilidad significaría extender un cheque en blanco para experimentos de dudosa utilidad.

En España existe un espectro ideológico viable para superar el bipartidismo y facilitar otras alternancias, sin necesidad de apelar a cambios extravagantes

Como en la Venezuela de los años 90, salvando diferencias importantes, los partidos españoles, sobre todo el PP, no han comprendido la urgencia de una reforma política profunda. En Caracas, la corrupción y las desigualdades dinamitaron la alternancia entre socialdemócratas y democristianos y terminaron barriéndolos del mapa. Ya existe una generación que ni siquiera los conoce, porque, en la infructuosa tarea de contener el autoritarismo, los partidos tradicionales han debido ceder sus señas de identidad en favor de una heterogénea entente electoral.

En España, la corrupción transversal, la falta de oportunidades, el desempleo crónico, los desaciertos macroeconómicos de la Unión Europea y la ausencia de reformas estructurales, constituyen caldo de cultivo para las ideas más nauseabundas.

Valdría la pena recordar que otros enfados colectivos, muchas veces justificados, devinieron dramas postelectorales en torno a Vladimir Putin, Hugo Chávez y Rafael Correa. Y en plena Europa, han crecido las tesis extremistas de Beppe Grillo, Marine Le Pen y Alexis Tsipras.

Es perfectamente comprensible la irritación de los jóvenes y las clases medias con la encrucijada española. Pero los votos de castigo suelen deparar secuelas desagradables, muy difíciles de extirpar. En España, afortunadamente, existe un espectro ideológico viable para superar el bipartidismo y facilitar otras alternancias, sin necesidad de apelar a cambios extravagantes.

El aventurerismo de ciertos sectores hay combatirlo sin complejos, con las armas fundamentales de cualquier democracia: el voto y la opinión pública. No obstante, es evidente que nadie experimenta por cabeza ajena, como recuerda un viejo refrán. Da igual lo que adviertan cubanos, venezolanos o húngaros, si España cree que su única salida es la instalación de un régimen neocomunista. Lógicamente, elegir ese camino es también una opción libre y democrática, aunque con un final demasiado visto.

* Michel D. Suárez. Periodista e investigador hispanocubano, radicado en Madrid.

Michel D. Suárez

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