domingo, mayo 5, 2024
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La mejor descripción de Lisboa

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El otro día, con unos amigos españoles, estuve tomando un aperitivo en mi querido y cada día más acogedor Grémio Literário, club que sigue reuniendo a todos los que  tenemos vocación de alcanzar algún día el grado de olisipógrafos, esto es, de auténticos conocedores de la inigualable Lisboa.

Habíamos quedado para escuchar la conferencia que dictaría después una de nuestras más ilustres hispanistas, María Fernanda de Abreu, sobre la relación de Unamuno con Portugal. Teníamos un buen rato hasta que comenzase la charla. Como es sabido, las cosas en Portugal llevan su propio ritmo y sobre todo las conferencias comienzan siempre con bastante retraso, que nosotros los portugueses consideramos no ya disculpable sino absolutamente necesario para la buena marcha de los negocios públicos.

El caso fue que estos amigos españoles, mientras se deleitaban con un porto tawny que les hice descubrir, me preguntaron cuál era, en mi opinión, la descripción más acertada de Lisboa. No iba a decirles yo que era la de don Miguel de Unamuno, que nos calificó como país de suicidas, y mucho menos la de don José Ortega y Gasset, que nos definió como país de difuntos. Tampoco me pareció oportuno, ya que uno es de natural modesto, sugerir siquiera que fuera la que yo mismo hice hace algunos años en uno de mis libros, titulado precisamente Lisboas.

En cuanto a las de otros ilustres escritores, como nuestro llorado Antonio Tabucchi en su Requiem, y algo menos en Sostiene Pereira, o también la de José Saramago, sobre todo en El año de la muerte de Ricardo Reis, aunque me parezcan acertadas, no son lo suficientemente representativas como para considerarse descripciones de mi querida ciudad.

Por su parte, la tan traída y llevada visión de Fernando Pessoa, en Lisboa: lo que el turista debe ver, me atrevo a decir, a despecho de quienes le veneran, que no pasa de ser una mera guía convencional, dictada por una mercenaria necesidad de ganar unas pocas monedas con las que pagarse algunos paquetes de cigarrillos y bastantes copas de ese aguardiente al que tan aficionado era.

Mientras pedíamos una segunda ronda de porto tawny, les dije a mis amigos que la auténtica evocación de Lisboa, tal vez la única que merezca tal definición, es la que hizo Damião de Góis, nuestro gran humanista y ferviente amigo de Erasmo, en su célebre libro Urbis Olissiponis Descriptio, publicado en 1554, uno de cuyos pocos ejemplares completos conservo en la biblioteca de mi quinta en Alcácer do Sal.

Como mis amigos, aunque simpáticos, no eran muy versados en letras latinas, les expliqué que Damião de Góis había redactado esas impresiones de Lisboa para nuestro buen príncipe Don Enrique, infante de Portugal y cardenal de la Iglesia Romana. En sus páginas afirma que Lisboa es, junto con Sevilla, señora y reina del Océano y, además de describir en detalle los rincones de la ciudad, nos informa, entre otras muchas cosas, que en su época era habitual pescar barbudos tritones en el Tajo y que en la plaza que hoy es del Ayuntamiento, llamada entonces del Pelourinho Velho, se instalaban multitud de amanuenses, cada uno con su propia mesa al servicio de los lisboetas, para redactar cartas, mensajes amorosos, elogios, discursos, epitafios, versos, oraciones fúnebres, peticiones y cualquier papel que se les pidiera». ¿Y también redactaban conferencias sobre Unamuno?», me preguntó con sorna uno de mis amigos, mientras llamaba al camarero para pedir una última ronda. «También conferencias sobre Unamuno»,  le respondí yo entonces con aplomo.

Rui Vaz de Cunha

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