domingo, mayo 5, 2024
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La vida difícil del judaísmo en España

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Hace unos días, ocurrió otro incidente “lingüístico” de connotaciones antijudías, en este caso el de una flamante alcaldesa que dijo “no ser una perra judía”. Aunque muchos digan que es algo ancestral, sin significado real hoy, es curioso que todavía sigan oyéndose a menudo estas frases. El lenguaje es importante. Hace unos meses, Twitter tuvo que bloquear el hashtag y los mensajes tras el partido de baloncesto en que ganó el Maccabi de Tel Aviv, ante la avalancha de mensajes antiisraelíes, lo que provocó incluso una queja ante Asuntos Exteriores de la Embajada de Israel en Madrid. La red española está plagada de insultos a Israel. Y esto en un país que debe gran parte de su cultura y su pasado a la aportación del fermento hebreo, como nos recordó Américo Castro.

Este antisemitismo difuso y profuso, esa antipatía hacia Israel como conjunto, sin matizar ni diferenciar sus líderes extremistas de mucha gente cívica, permea todas las capas y tendencias políticas españolas. Los de derechas, de una manera, los de izquierdas, porque la corrección política y el denuesto antiisraelí son de obligado cumplimiento y de etiqueta. Parafraseando al antiguo Régimen, dicen hoy “Israel es culpable”, como se decía de Rusia en 1940.

No hay casi judíos en España, los echamos, como echamos a los moriscos, en una especie de pulsión autodestructiva tan hispana. Pero la judeofobia subsiste en el lenguaje diario y sobre todo en los medios. Hay un atentado palestino y El País titula engañosamente “Pese a la vigilancia armada, el terror hace perder viajeros al transporte nacido como símbolo de convivencia” (Un tranvía llamado decepción, 8 nov.). Omite que el terror era de los árabes. Pero si son israelíes quienes cometen un desafuero –que con el nefasto y extremista Netanyahu se vienen prodigando desde hace años-, nadie se quedará sin enterarse a fondo. Los del Estado islámico pueden asesinar a mansalva, no importa, un solo palestino herido por un israelí será primera página.

Se ha decidido que los malos son los judíos y ya está. Y tras el asesinato de los cuatro rabinos, para El País es más importante que los israelíes hayan demolido la casa de uno de los terroristas (lo que no está nada bien, es una especie de venganza ancestral tipo sippe).

Como no tenemos judíos tampoco tenemos grandes antisemitas del tipo de Céline o Ezra Pound. Casi sería mejor que en vez de ocultarlo y disimularlo, hubiera judeófobos declarados, como Dieudonné o Alain Soral en Francia, sin tapujos, a tener esta especie de antisemitismo encubierto que prevalece en los medios en España. Quizá en este aspecto el periódico más objetivo sea La Vanguardia.

Hoy, bajo el púdico y correcto velo del antiisraelismo, antisionismo, o como le quieran cubrir, se manifiesta a diario el odio a Israel. Como ha demostrado Javier Bardem y demuestran a menudo todos los progresistas, con el gatillo rápido cuando se trata de acusar a Israel pero mudos ante las atrocidades contra cristianos y jecides (como decía el padre Feijóo, pues ya entonces se sabía de su existencia) o yazidis perpetradas a diario por los terroristas islamistas.

Todos los progresistas, con el gatillo rápido cuando se trata de acusar a Israel pero mudos ante las atrocidades contra cristianos y jecides

La herencia franquista, con su “tradicional amistad con los árabes”, no ayudó en nada y España fue el último país de Europa occidental en reconocer a Israel, ya en época del PSOE y eso sobre todo debido a Shimon Peres, de la Internacional Socialista, no a los anticuados socialistas hispanos. Hoy, de manera acrítica, sin debate, se ha reconocido a Palestina, mientras los palestinos no hacen lo recíproco con Israel, al contrario, abogan por su desaparición como Estado. Margallo sigue a Moratinos en su islamofilia. En fin, paciencia, los judíos españoles llevan más de medio milenio de paciencia.

PS: Escrito ya este artículo, hay que destacar y sentir la muerte de Ziad Abu Dein, ministro palestino, tras una confrontación con colonos isarelíes, quizá afectado por los gases antidisturbios; una muestra más, y muy lamentable de la escalada de enfrentamiento en los territorios ocupados. No invalida lo que se dice el artículo, pero pone en perspectiva la dura realidad y la dificultad de mirar con objetividad lo que ocurre en Palestina con un gobierno israelí intratable y arrogante.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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