viernes, abril 26, 2024
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Paradojas de la vida

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En los últimos tiempos, ha irrumpido en nuestras vidas una nueva expresión a la que nos hemos tenido que ir acostumbrando a fuerza de convivir con ella: ciclogénesis explosiva. En pocas palabras, un ciclón que se genera muy rápido y que se convierte en una borrasca muy violenta en poco tiempo.

Algo de eso es lo que está sufriendo en las últimas fechas el Partido Popular.

Aznar, Mayor Oreja, San Gil, Vidal-Quadras, Vox… Una sucesión de ciclogénesis explosivas que amenaza con quebrar, si no lo ha hecho ya, el monolitismo en que ha vivido la derecha española durante los últimos 35 años y que le ha permitido competir con ventaja ante la fragmentación de la izquierda política, por definición siempre crítica y, por tanto, múltiple y diversa.

Lo paradójico, al menos aparentemente, es el momento en que se produce. Porque en 35 años de democracia, nunca había tenido España un Gobierno más conservador que el actual: la retrógrada ley del aborto, las restrictivas leyes de seguridad ciudadana y privada y las antisociales reformas laboral, sanitaria o educativa son el mejor ejemplo de ello.

Y, sin embargo, al partido que lo sustenta las costuras se le están rompiendo por su flanco más extremo. ¿Cómo es posible? Probablemente, porque el Partido Popular está pagando las facturas que contrajo en su momento fruto de su irresponsabilidad y por la evidente falta de liderazgo político.

El Partido Popular está pagando las facturas que contrajo en su momento fruto de su irresponsabilidad y por la evidente falta de liderazgo político

Aznar, como antes Fraga, acostumbró al partido y a su electorado a un liderazgo fuerte, sin complejos que diría él.

Es cierto que desde el Gobierno, Aznar y el PP exploraron el fin dialogado del terrorismo. De hecho, llegaron a calificar a ETA como movimiento vasco de liberación, acercaron presos y se sentaron a la mesa con la banda terrorista cuando la tregua de 1998. Las hemerotecas son incontestables.

Pero tras la ruptura de la tregua y, sobre todo, tras su salida del Gobierno, el PP renegó de todo ello e intentó sepultarlo en las catacumbas del olvido, imponiendo un relato mítico sobre aquellos años y practicando una política de tierra quemada que le llevó a romper el consenso en materia de política antiterrorista y a manipular el dolor de las víctimas para lanzarlas contra el nuevo Gobierno socialista. Tiempos falaces, en los que alentó la infamia de que el Estado se había rendido ante ETA y ante los nacionalismos separatistas.

Sin embargo, su retorno al poder ha derrumbado aquellos mitos y ahora está recogiendo las tempestades nacidas de los vientos que sembró con su instrumentalización del terrorismo y con su inmovilismo centralista.

La falacia alimentada en la oposición de la rendición del Estado ante ETA le ha acabado reventando al Gobierno en sus propias manos ante la realidad de que es el Estado el que ha derrotado a ETA. Y en ese contexto, la derogación de la doctrina Parot se ha convertido en un búmeran que le ha acabado enfrentando a las víctimas del terrorismo, que se han sentido traicionadas por quien en su día acusó de forma infame a José Luis Rodríguez Zapatero de traicionar a los muertos por intentar lo mismo que habían intentado todos los presidentes en democracia: la consecución de la paz.

En cuanto a la respuesta al desafío soberanista catalán, esta no está colmando las expectativas de amplios sectores de su partido, a quienes les gustaría ver en el Gobierno y en su presidente más determinación –incluso recurriendo al artículo 155 de la Constitución– y menos tacticismo y dilaciones.

Ante la caída de los mitos y la ineficacia de una gestión que está provocando un creciente e inasumible nivel de desigualdad y el empobrecimiento y precarización generalizados de la sociedad española, ni la mayor reacción conservadora en nuestro período democrático le está siendo suficiente para mantener el orden ni dentro ni fuera de su casa, con cada vez más desplantes, más portazos, más deserciones.

Oposición, crítica y cuestionamiento desde su propio partido, desde los medios de comunicación, desde la calle, desde las demás fuerzas políticas. Oposición, crítica y cuestionamiento que le gustaría silenciar, como tronó el domingo en forma no de deseo, sino de amenaza -“O te callas, o reconoces el mérito de la gente”- al líder de la oposición y, por extensión, a toda voz discrepante. Oposición, crítica y cuestionamiento que quiere acallar con leyes mordaza como las de seguridad ciudadana y de seguridad privada. Tics autoritarios a falta de autoridad.

Es lo que sucede cuando no hay estrategia, ni proyecto, ni liderazgo. ¿Pasará Rajoy a la historia como el presidente bajo cuyo mandato la derecha española se escindió? Se avecina ciclogénesis. Y aún más explosiva.

 

José Blanco

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