lunes, mayo 6, 2024
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Quebraderos de cabeza de segunda legislatura, por Alan W. Dowd

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Al inaugurar su segunda legislatura, el Presidente Barack Obama se enfrenta a un buen número de problemas urgentes en el extranjero — problemas que, en contra de su propaganda electoral, no se solucionaron durante su primera legislatura.

Empecemos por donde el presidente logró su principal éxito en política exterior: el ataque a Osama bin Laden. Si el discurso electoral es indicación, el presidente está convencido de que matar a Bin Laden supuso el principio del fin, por no decir el final, de la lucha contra Al Qaeda y sus tentáculos. Después de todo, como ha dicho reiteradamente el presidente, «la marea de la guerra está retrocediendo» y «Al Qaeda está en desbandada».

El «bin Ladenismo», movimiento inspirado por el cerebro del 11S, está vivo y coleando

Ninguna de las afirmaciones es cierta. Igual que la muerte de Stalin no puso fin a la Guerra Fría, la muerte de Bin Laden no pone fin a lo que solía recibir el nombre de guerra contra el terror. Esto debería de quedar patente a partir de lo que está sucediendo en Mali, en Libia, en Somalia, en Yemen o en Irak. Sí, «Bin Laden está muerto y General Motors con vida», como recordaba repetidamente el vicepresidente a América en campaña. Pero «el bin Ladenismo» — el movimiento inspirado por el cerebro del 11 de Septiembre — está vivo y coleando. No tiene que fiarse de mí. «El cáncer se ha extendido a otras partes del cuerpo global», como explicaba el Secretario de Defensa León Panetta. «Si damos la espalda a estas regiones críticas del mundo, nos arriesgamos a desmantelar los avances significativos que hemos logrado».

La lucha contra el yihadismo es un combate generacional que se medirá en décadas, no en campañas electorales. Y los ganchos electorales no van a ganar esta guerra.

Una de las versátiles herramientas del presidente es librar esta guerra a través de la flota de vehículos de combate no tripulados de América. Claro que la distinguida guerra del presidente ha logrado éxitos importantes, como eliminar a los miembros de Al Qaeda Abú Yahya al-Libi o Anwar al-Awlaki, o atacar a los militantes la red Haqqani o a los talibanes sobre el terreno. Sin embargo, las promesas de la guerra de los vehículos no tripulados han provocado quebraderos de cabeza para la segunda legislatura.

En primer lugar, porque se trata de una táctica que se disfraza de estrategia, y en algún extremo la Casa Blanca Obama va a tener que reconocer esto. Como observaba el candidato conservador Mitt Romney en una crítica implícita a la excesiva dependencia de la administración Obama de estos ataques: «No podemos salir de este caos matando».

El uso de una fuerza aérea no tripulada reviste implicaciones jurídicas y constitucionales

Romney acertaba, pero no es la única desventaja de la guerra de los vehículos no tripulados: resulta éticamente problemático confiar la guerra a robots; el uso de una fuerza aérea no tripulada reviste implicaciones jurídicas y constitucionales; y la proliferación de los vehículos de combate no tripulados abre la puerta a un conflicto de hostilidades accidentales.

Para rematar todo esto, expone a Estados Unidos a desafíos significativos en el extranjero. Lo que a los estadounidenses les parece una herramienta esencial de la seguridad nacional, al observador internacional le parece algo muy distinto. «En 17 de los 20 países encuestados», concluye un reciente estudio Pew, «más de la mitad de la población desaprueba los ataques estadounidenses con vehículos no tripulados a líderes y grupos fundamentalistas». Según el Pew, la guerra de los vehículos no tripulados está alimentando «la percepción generalizada de que Estados Unidos actúa de forma unilateral sin considerar los intereses de los demás países». De ahí que la guerra de los vehículos no tripulados haya consolidado la misma imagen que Obama prometía borrar.

Además, un alto funcionario de las Naciones Unidas anunciaba hace poco planes de crear una unidad de investigación dependiente del Consejo de Derechos Humanos para examinar las bajas civiles vinculadas a los vehículos no tripulados. El Consejo ha advertido que «el asesinato selectivo sólo es legal cuando el objetivo es ‘guerrillero’ o ‘combatiente'». Los críticos de la guerra de los vehículos no tripulados aducen que ese criterio no siempre se ha cumplido. El uso de los vehículos para castigar la rama de al-Awlaki dependiente de Al Qaeda en Yemen, por ejemplo, costó la vida a docenas de personas que aparentemente no tenían ninguna relación con Al Qaeda. La Brookings calcula que, junto a los militantes abatidos por los ataques de vehículos en Pakistán, alrededor de 450 no combatientes podrían haber perdido la vida.

Obama estaría aprobando cada ataque en Yemen, Somalia y Pakistán

Ahora piense en el párrafo de arriba dentro del contexto de las filtraciones de la administración. Según el New York Times, la administración Obama suscribe un método muy polémico de cálculo de bajas civiles que «en la práctica contabiliza a todos los varones en edad militar dentro de la zona de ataque como combatientes… a menos que haya información explícita póstuma del espionaje que demuestre que eran inocentes». El presidente aparece descrito como «en el centro» de un «proceso de selección» de los «objetivos» de los vehículos, proceso en el que insiste en «dar el visto bueno a cada objetivo». Además, «estaría aprobando cada ataque en Yemen y Somalia y también los ataques más complejos y delicados de Pakistán», y a menudo decide «seguir adelante de forma personal» con un ataque.

De nuevo, a muchos estadounidenses les sonará a jefe del ejecutivo que desarrolla su principal responsabilidad, si bien de forma algo más directa de lo que cabría esperar. Pero el observador internacional lee en estas crónicas algo mucho más amenazador. Por ejemplo, el Estatuto de Roma que dio lugar al Tribunal Penal Internacional (ICC) considera crimen de guerra «lanzar un ataque con el conocimiento de que un ataque así provocará pérdida de vidas civiles o heridas de gravedad a civiles», y define crimen contra la humanidad como «el ataque sistemático dirigido contra cualquier población civil». Estados Unidos nunca ratificó el estatuto del Tribunal, lo que se supone que significa que Estados Unidos no está sujeto a la jurisdicción de la instancia. Sin embargo, nada impediría al tribunal llevar a cabo lo que el Wall Street Journal llama «un examen preliminar de si las tropas de la OTAN que luchan contra los talibanes, soldados estadounidenses incluidos, pueden sentarse en el banquillo». No es trasnochado pensar que algún magistrado del tribunal inicie un procedimiento similar contra los que libran la guerra de los vehículos no tripulados.

No es un debate para los picapleitos internacionales que intentan atar de manos a América. Washington tiene todo el derecho a poner sus miras en los que intentan matar a estadounidenses. Pero la reacción internacional a la guerra de los vehículos no tripulados que se viene cociendo nos recuerda que los métodos y los medios importan tanto como los fines.

La administración Obama era abiertamente conocedora de este equilibrio entre medios y fines durante la operación de la OTAN en Libia. Llegó a proponer una forma inteligente de describir el nuevo enfoque norteamericano de intervención en los avisperos internacionales. Pero dado que en la práctica no funcionó, el «liderar a la zaga» quedó mucho mejor. Por ejemplo, cuando la OTAN solicitó a Washington la ampliación de las operaciones aéreas a un extremo crítico de la misión, la respuesta puso el acento, curiosamente, en que la prolongación del plazo de actuación de las fuerzas aéreas norteamericanas finalizaba «el lunes». Como resultado del enfoque de Washington, la OTAN tropezó y casi fracasa, esforzándose Gran Bretaña y Francia por hacer lo que Estados Unidos en tiempos hacía sin despeinarse. Los informes de la OTAN indican que la alianza carecía de munición, de objetivos y de abastecimiento, de aparatos de aprovisionamiento en vuelo, de plataformas de reconocimiento y de activos jerárquicos — justo todo lo necesario para llevar a cabo un conflicto aéreo en el siglo XXI.

El mundo espera a que Washington se ponga al frente de alguna dirección en el conflicto sirio

Claro que Gadafi es historia, pero Libia es un caos, como prueban los mortales ataques al embajador norteamericano, la incapacidad del gobierno de transición de poner orden entre las milicias, y los planes de crear en Bengasi una región independiente con un parlamento, un sistema judicial y unas fuerzas del orden independientes.

Hablando de caos, Siria está ardiendo. El mundo espera a que Washington se ponga al frente de alguna dirección. Sin el liderazgo estadounidense, Siria puede convertirse en la Ruanda de este presidente. Tras 21 meses de inacción, está ya siendo su Bosnia. Y a medida que Assad utiliza de forma progresiva su arsenal químico, es posible que acabe convirtiéndose en la pesadilla del mundo.

Siguiendo el ejemplo de Washington, los miembros de la coalición en Afganistán se dirigen a la salida. Si la administración cumple su promesa electoral de retirarse en 2014 y poner el acento en «la construcción de la identidad nacional aquí en el país», Kabul no va a poder parar a unos talibanes a la carga.

Irak ofrece un aperitivo pesimista de lo que le espera a Afganistán. Antes de la marcha súbita de las fuerzas norteamericanas en diciembre de 2011, la delegación de Al Qaeda en Irak había sido diezmada. En la actualidad cuenta con 2.500 guerrilleros, campamentos de entrenamiento activos al oeste de Irak y unos 140 atentados a la semana. En palabras de un funcionario del contraterrorismo iraquí: «Los esfuerzos iraquíes de combatir a los grupos terroristas se han visto negativamente afectados por la retirada norteamericana». Esto era inevitable y predecible. Frederick Kagan, uno de los artífices del incremento de efectivos, explica que los propios funcionarios del Pentágono y el Departamento de Estado de Obama quisieron mantener unos 20.000 efectivos destacados en Irak después de 2011, como garantía frente a las mismas amenazas que están surgiendo ahora. Pero la Casa Blanca propuso un destacamento de un máximo de 3.000. Cuando Bagdad se quejó, cuenta Kagan, la Casa Blanca «decidió mejor retirar todas las fuerzas norteamericanas de Irak… a pesar del hecho de que ningún mando militar era partidario de la noción de que un rumbo así pudiera garantizar la integridad de los intereses norteamericanos».

Hay regiones de Irak que son refugios de guerrilleros de Al Qaeda

El resultado: hay regiones de Irak que son refugios de guerrilleros de Al Qaeda; Irak está marcado por una guerra sectaria renovada; Washington tiene escasa influencia sobre Bagdad; Irán utiliza a Irak para introducir activos en Siria.

En su favor hay que decir que el presidente impuso impresionantes sanciones para obligar a Irán a renunciar a su programa nuclear militar. Sin embargo, eso es solamente una parte de la historia. El Servicio de Información del Congreso concluye que «El principal objetivo de las sanciones internacionales — obligar a Irán a limitar su programa nuclear de forma verificable al uso estrictamente pacífico — no ha sido satisfecho».

Para tener éxito, las sanciones a Irán han de ser un medio para un fin — no un fin en sí mismas.

De igual forma, el presidente tiene que reconocer durante la segunda legislatura que las cumbres internacionales no son un fin en sí mismas — y que una política de éxito hacia Rusia tiene que lograr resultados y no lemas. El rédito del «relanzamiento» de las relaciones con Rusia por parte de la administración, después de todo, ha sido gracias a un reforzado Vladimir Putin que se ha retirado del tratado de reducción de armas nucleares de Nunn-Lugar, planes de desplegar 2.300 tanques nuevos, 600 aparatos militares, 400 cabezas intercontinentales nuevas y 28 submarinos nuevos, los principales desencuentros bélicos desde la caída de la Unión Soviética y el bloqueo de la intervención internacional en Siria.

La retórica de Obama es atractiva pero sus palabras no protegen los intereses estadounidenses ni promueven la estabilidad internacional

Por último, en 2009, Obama insistió en que «Estados Unidos no pretende contener a China«. En el año 2011 estaba dando a conocer su estrategia del «Pivote en el Pacífico» destinada a contener a China. Aunque el renovado acento en la seguridad de la región del Pacífico era imprescindible, hay que preguntarse lo eficaz que será la estrategia teniendo en cuenta los recortes en defensa de la administración. Recuerde que el presidente ha recortado 487.000 millones de dólares en los presupuestos del Pentágono que incluyen recortes en un buen número de aparatos, cazas y tropas, así como recortes en los recursos destinados al caza F-35, a los aparatos de reaprovisionamiento en vuelo, a las defensas balísticas, los transportes de tropas y los submarinos. Y todos estos recortes se produjeron antes del mecanismo legislativo de congelación de fondos públicos. China, por su parte, no está recortando nada en fuerzas armadas. Pekín elevó el gasto militar en 2012 al 11 por ciento, superando los incrementos de dos dígitos en nueve de los 10 últimos años. Según los informes del Pentágono acerca de la fuerza militar de China, Pekín está destinando sumas crecientes de dinero a misiles de crucero, misiles de navegación, armamento espacial, bombarderos y submarinos — los activos que hacen falta para responder a la presencia norteamericana.

«Mareas de guerra» que retroceden, «Liderar a la zaga», «construcción de la identidad nacional» dentro del país, «relanzamiento» de las relaciones con Rusia, «Pivote» en el Pacífico — palabras que representan una retórica atractiva pero que no protegen los intereses estadounidenses ni promueven la estabilidad internacional.

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