viernes, abril 26, 2024
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El extraño optimismo de Barack Obama

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En medio de una estación de fenómenos políticos curiosos — la mirada desconcertante de Michele Bachmann, la presentación de última hora del colectivo de Herman Cain «Mujeres a favor de Cain», un debate programado presentado por la estrella del reality televisivo que hace que las hermanas Kardashian parezcan intelectuales — un suceso resulta más interesante que la mayoría: el optimismo de Barack Obama.

La cifra de estadounidenses convencidos de que su país va por el camino equivocado supera a los que creen que va por la vía correcta con la friolera de 54 puntos porcentuales. Sólo el 34 por ciento aprueba la gestión de la economía por parte de Obama. Pero su popularidad frente a un rival Republicano genérico está demostrada, y va por delante al medirse contra Mitt Romney (de forma marginal) y contra Newt Gingrich (de forma significativa).

Esto no pretende razonar que Obama se encuentre en una posición envidiable ni fuerte. Si tuviera su actual cifra de popularidad del 43% el 6 de noviembre de 2012, su reelección sería improbable. El titular es vulnerable.

Pero a la luz de las condiciones objetivas, Obama debería de ser más vulnerable. Su reforma sanitaria, logro presidencial enseña, es sólidamente impopular. El crecimiento económico con Obama sólo supera de forma ligera la media de la década de los años 30. El paro crónico y las caídas del mercado de la vivienda se encuentran en sus peores niveles desde la Gran Depresión. La cifra de personas en condiciones de pobreza ha crecido a un ritmo récord. El gasto federal y la deuda representan el mayor porcentaje de la economía desde la Segunda Guerra Mundial. La calificación de América ha sido rebajada por primera vez en nuestra historia.

¿Por qué siguen estando abiertas pues las elecciones de 2012?

En primer lugar, a pesar de sus quejas, el electorado de Obama todavía está convencido. El apoyo entre los Demócratas y los afroamericanos es sólido. La reciente conversión por parte de Obama a la antigua confesión Demócrata del conflicto de clases — credo que se predica en las asambleas de las acampadas de Occupy Wall Street — ha hecho que el progresismo estadounidense cierre filas. Este enfoque tiene sus límites. Un mensaje que fomenta el apoyo entre la izquierda puede complicar el atractivo de Obama entre los independientes. Buscar la forma de no bajar del 43% de popularidad podría implicar construir un techo de popularidad no muy alejado. Pero el atractivo de Obama entre el centro político ha dejado de funcionar. Una estrategia electoral dirigida a los suyos fue su única estrategia creíble, y parece haber impedido el colapso en los sondeos.

En segundo lugar, si bien los votantes pueden estar decepcionados con la actuación de Obama, no se han vuelto contra el propio Obama. Su atractivo personal es fuerte. Existe una significativa brecha entre la opinión pública estadounidense y, bueno, yo. A menudo he llegado a la conclusión de que el estilo de Obama en público es docente y desagradable. Los estadounidenses parecen considerarlo tranquilo, controlado y tranquilizador. Ni en sus fracasos Obama aparenta estar perdido. Lleva íntegramente el traje público de jefe del ejecutivo. Y el compromiso de Obama con su familia — la protección por su parte de la privacidad y la normalidad de los suyos — es admirado de forma generalizada.

El poder de tan favorable imagen no debería ser subestimado. Los estadounidenses no están convencidos de que Obama haya triunfado, pero todavía quieren que triunfe.

En tercer lugar, es evidente que para todo hijo de vecino menos para los Republicanos — que se declaran resueltamente satisfechos con sus opciones — el elenco de candidatos Republicanos es débil. En un encuentro entre Romney, Mike Huckabee, Chris Christie y Mitch Daniels, debería de haber hablado el acero. En su lugar, la campaña Republicana ha consistido en una serie de globos sonda, elevados por la incompetencia, la desorientación o la indecencia. Cada favorito, a su vez, parece inevitable justo antes de ser inimaginable. Estos episodios de entusiasmo maníaco, en perspectiva, parecen desesperados y desacreditan.

Los Republicanos se han quedado últimamente con sus dos candidatos más preparados: Romney y Gingrich. Pero los dos tienen todavía que tranquilizar al votante independiente apuntándose plausibles como presidente. Hay que vender una alternativa hasta a los estadounidenses descontentos con el actual inquilino de la Casa Blanca. Romney, que posee parte del carácter distante de Obama, tendría posibilidades de satisfacer el rasero de lo plausible. Gingrich, teniendo en cuenta su costumbre altisonante, lo pasaría peor. Cualquiera de los dos tiene que desarrollar un mensaje que vaya más allá del núcleo conservador.

El electorado leal y el atractivo personal de Obama no garantizan su reelección. Aunque una campaña de ataques personales al presidente saldría probablemente por la culata, cualquier candidato Republicano tendría una potente estrategia a su disposición: la incesante presentación de estadísticas económicas nocivas. Obama es vulnerable porque su actuación económica es mala — veredicto de improbable anulación antes de las elecciones.

Pero el extraño optimismo que Obama debería de sosegar los ánimos Republicanos. Para derrotarle, van a necesitar un candidato que cometa contados errores de juego y que no tenga enemigos innecesarios.

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Michael Gerson

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