viernes, abril 26, 2024
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La cumbre del G20

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La cumbre del G20 celebrada la semana pasada en Cannes ha venido a poner de manifiesto que las soluciones que se dieron para solventar el problema europeo el pasado 27 de octubre en la reunión del Consejo, no tenían ninguna base sólida y estaban hechas fundamentalmente a la medida de las necesidades de Alemania y de Francia.

A la cumbre se llegó con la «espantá», protagonizada por el gobierno griego y su referéndum, para aprobar las medidas de rescate que ponían literalmente contra las cuerdas la supervivencia del Euro. Y se salió con la supervisión directa de Italia por parte del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea y con una semi negativa de los países emergentes a aportar recursos al denominado Fondo de Rescate Europeo, que precisa ampliar sus fondos hasta la cantidad de un billón de Euros.

La supervisión de Italia está motivada por la falta de confianza en la aplicación de las medidas que se le vienen demandando a su ejecutivo y también por la probable necesidad de ayuda por parte de Europa. La semi negativa de los países emergentes a aportar fondos,  parece estar sustentada en tres puntos que son no recibir las contrapartidas que desean los aportantes, un problema de confianza en el gallinero europeo y una tercera cuestión de fondo que es que países que tienen un menor de nivel de vida, como son los emergentes, vendrían a financiar los elevados niveles de vida de otros que no se ponen de acuerdo en la solución de sus problemas.

Al final, parece que se ha intentado pasar la patata caliente al Fondo Monetario Internacional que es quien parece que va a intentar recabar fondos para sacar a Europa del atolladero en que se encuentra, dada nuestra manifiesta imposibilidad de hacer algo por nosotros mismos.

Constantemente sorprende la imagen que da Europa de estrechez de miras, de falta de acción, de falta de previsión y de gallinero en el que se habla de todo pero en el que no se soluciona nada y en el que, además, siempre se termina haciendo lo que quiera el más fuerte, que hoy por hoy, es lo que quiera Alemania. Definitivamente esta Europa no puede aspirar a ser un contrapoder y un punto de referencia en el nuevo tablero internacional.

Los problemas europeos tendrían que ser solucionados por los propios europeos, y a eso deberían ir encaminados los pasos de sus políticos, ya que Europa tiene que tratar de mantener sus soberanía e independencia y aunque es cierto que Alemania tuvo un gran problema de inflación en los años 20 y 30 del siglo pasado, ese problema no debería interferir en el papel que pudiera jugar el Banco Central Europeo en estos momentos, ya que es el único con fuerza suficiente para estabilizar y mantener los precios de la deuda en los mercados.

Mucho se ha hablado de convertir el Fondo de Rescate Europeo en un banco que pudiera obtener recursos del Banco Central, o bien del cambio del estatuto del propio Banco para que no sólo vele por el cumplimiento del objetivo de inflación sino que además tutele la marcha de la economía, al más puro estilo de la FED norteamericana, pero sistemáticamente surge la negativa alemana. Parecen preferir la intervención de los países emergentes o del Fondo Monetario Internacional, aunque supongan una cesión, en todos los órdenes, del conjunto de la Unión Europea.

Las preguntas que cabe hacerse son ¿Qué clase de unión somos en que sólo se tiene en cuenta una voz? ¿Llega tan lejos nuestra desidia e ingenuidad  para pedir a otros que solucionen nuestros problemas?

Por  favor, que el último apague la luz.

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José Luis Martín Miralles

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