sábado, abril 27, 2024
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Nuevos tiempos, viejos “milagros”

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Durante la última semana han llamado mi atención un par de curiosas noticias que han sacudido la prensa sudamericana y asiática. En el primer caso, a raíz de las lágrimas de sangre que viene brotando de la imagen de un Cristo y de una estatua de la Virgen en un barrio de Buenos Aires, la capital argentina. Y en el segundo, mucho más insólito e inusual que el anterior, casuísticamente hablando, por las declaraciones de un grupo de escolares que vieron llorar en su colegio a una estatua de la diosa hindú Sarasvati durante el sismo de 6 grados de magnitud que sacudió a la isla indonesia de Bali, y cuyo centro se ha convertido en lugar de peregrinación de fieles y curiosos.

Evidentemente los casos mencionados no han despertado mi interés por su cercanía, ni tampoco por tratarse de grandes titulares, ni tan sólo por el hecho de que en las últimas décadas hayan tenido lugar numerosos casos semejantes en el continente europeo, varios de ellos en nuestro país. Su importancia radica en que en estos momentos de convulsión económica y política mundial, cuando el 2012 con sus aciagas profecías está a la vuelta de la esquina, cuando muchos países árabes andan revueltos, cuando la Tierra tiembla y estornuda fuego por todos sus puntos cardinales, cuando existe una crisis de fe religiosa general, parece ser un momento propicio para que pueda producirse un resurgir de los fenómenos aparentemente milagrosos.

Cuatro son las opciones que se barajan para tratar de explicar dichos sucesos: la aparente intervención divina, el fenómeno paranormal derivado de la mente humana con una amplia base sugestiva, la explicación natural y, por supuesto, el fraude deliberado.

En los casos católicos, fraudes los ha habido, y muchos. Ejemplos no faltan, aunque este no es lugar para extenderme con nombres, fechas y lugares. Algunos tan burdos como manchar la imagen directamente con sangre humana o la colocación de pequeñas lentillas que, con el calor, supuran el líquido de su interior. Otros, más elaborados, han tratado de emular la sangre cubriendo la imagen con un compuesto de acetona que se activa ante la proximidad de amoniaco, o aplicando un aceite vegetal de color rojizo y sobre éste un barniz, de manera que al mínimo rascado del recubrimiento sólido y brillante del último, aflora el aceite en pequeñas gotas.

El fanatismo exacerbado o el afán de lucro económico hacen que algunas personas sean capaces de realizar estos vergonzosos actos en beneficio propio sin importarles que lo que está en juego sea algo tan sagrado como las creencias íntimas de miles de seres humanos.

Para tratar de evitar esto, el Vaticano designa normalmente una comisión para investigar el asunto y demostrar, si es el caso, su hipotética autenticidad. La resolución de dicho proceso se demora con frecuencia, y entre tanto suele producirse otro hecho interesante: el cura local apoya de buena fe el prodigio en pos de favorecer el aumento de devoción entre sus feligreses. Por su parte, la Iglesia, aún sin haber reconocido las pruebas como concluyentes o estar a las puertas de su reprobación, permite dicho fervor si con ello aumenta el número de creyentes.

Particularmente este tipo de fenómenos me parecen inquietantes, si bien soy bastante escéptico respecto a su carácter milagroso y, cuando no se trata de un fraude premeditado, partidario de una explicación más humana que divina. Creo que nuestra mente, aún hoy por hoy una gran desconocida, es capaz de realizar cosas increíbles.

Sin embargo es condición humana que cuando las cosas pintan mal solemos aferrarnos a la fe. Por ello, no me resultaría extraño que otros casos de imágenes religiosas sangrantes, así como otro tipo de fenomenología similar como apariciones marianas o nuevos estigmatizados, hicieran su inmediata aparición en el panorama actual. Sólo habrá que esperar… y llegado el caso, saber distinguir el grano de la paja.

David Sentinella

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