viernes, abril 26, 2024
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Bin Laden. Se ha hecho justicia

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Miles de personas se han echado a las calles de Nueva York y Washington para celebrar la noticia que se venía esperando desde hace casi una década: la muerte de Bin Laden, el terrorista más buscado de la historia.

Desde esos hechos espontáneos de los ciudadanos, hasta la solemnidad del Presidente Obama a la hora de dirigirse a sus compatriotas, sin olvidar las dudas que puede generar en la seguridad la respuesta de Al Qaeda, todo tiene un hueco para el análisis. Por supuesto, también la minuciosa y trabajada operación que ha puesto de manifiesto que, no por ser el terrorista más buscado, tenía una vida ascética en alguna cueva de las montañas de Afganistán. Todo lo contrario, vivía en una gran mansión rodeado de todos los lujos y, curiosamente, sin teléfono ni Internet. Nada es casual,  ya que así evitaba que les rastrearan por la Red.

Evidentemente la caída de Bin Laden marca un punto de inflexión en la lucha contra el terrorismo –y en España y en otros países como el Reino Unido sufridores de los zarpazos de Al Qaeda- también debemos sentir que se ha hecho justicia. No obstante, y como bien ha dicho el Presidente Obama en su mensaje a los norteamericanos, la muerte de Bin Laden «no marca el fin» de la guerra contra el terrorismo islamista: «No hay duda de que Al Qaeda continuará llevando ataques contra nosotros».

Siendo así, nadie puede negar tampoco el valor simbólico de la desaparición de Osama como una de las noticias más importantes de estos inicios del siglo XXI. Incluso aunque ya se está hablando del sustituto y de que Al Qaeda siempre tiene la maquinaria engrasada para las sustituciones  de sus líderes, el peso “espiritual” de Bin Laden eclipsaba a todos los lugartenientes que pudiera haber en la organización. Es una derrota estratégica y también un derrota moral en toda regla que caerá como un mazazo entre sus seguidores. Por eso es tan importante estar alerta ante las reacciones del “animal herido”.

Estados Unidos debe administrar este acontecimiento con frialdad y sensatez y dejar meridianamente claro que no está “en guerra contra el Islam”, como ha dicho Obama. Los estrategas de la Casa Blanca deben evitar por todos los medios que se convierta en un icono de referencia. De lo contrario habría servido de poco acabar con el príncipe del terror.

Editorial Estrella

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